jueves, 30 de enero de 2014

Homilía 20140130

“No se entiende a un cristiano sin Iglesia". Lo constató el Papa Francisco esta mañana en la misa celebrada en la Casa de Santa Marta. El Santo Padre indicó los tres pilares del sentido de pertenencia eclesial: la humildad, la fidelidad y la oración por la Iglesia.
La homilía de hoy partió de la figura del rey David, como es presentada en las lecturas del día: un hombre que habla con el Señor como un hijo que habla con el padre y también si recibe un "no" a sus peticiones, lo acepta con alegría. David - observó el Pontífice – tenía "un fuerte sentimiento de pertenencia al pueblo de Dios". Y esto -puntualizó - nos hace preguntarnos cuál es nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia, nuestro sentir con la Iglesia y en la Iglesia:
"El cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y luego va adelante por su camino. El primer fruto del bautismo es hacerte pertenecer a la Iglesia, al pueblo de Dios. No se entiende a un cristiano sin Iglesia. Y por esto el gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia: estar con Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es una dicotomía absurda. Nosotros recibimos el mensaje evangélico en la Iglesia y hacemos nuestra santidad en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo demás es una fantasía o, como él decía, una dicotomía absurda".
El "sensus ecclesiae" es precisamente - dijo Francisco- el sentir, pensar, querer, dentro de la Iglesia. Hay tres pilares de esta pertenencia , de este sentir de la Iglesia. El primero es la humildad, en la conciencia de estar dentro de una comunidad como una gracia grande:
"Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella le gusta, lo que a él le gusta. Y esta humildad que se ve en David. '¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué cosa es mi casa?' Con esa conciencia de que la historia de salvación no comenzó conmigo y no terminará cuando yo muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir adelante y después te llama y la historia continúa. La historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y seguirá después de nosotros. Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va sobre el camino del Señor".
El segundo pilar es la fidelidad, "que va unida a la obediencia".
"Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina, mantener esta doctrina. Humildad y fidelidad. También Pablo VI nos recordaba que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio como un don y debemos transmitirlo como un don, pero no como una cosa nuestra: es un don recibido que damos. Y en esta transmisión ser fieles. Porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, que es de Jesús, y no debemos - decía él - convertirnos en propietarios del Evangelio, propietarios de la doctrina recibida, para utilizarla a nuestro gusto".
El tercer pilar es un servicio particular, finalizó el Obispo de Roma 'rezar por la Iglesia'. "¿Cómo va nuestra oración por la Iglesia?" "¿Rezamos por la Iglesia? ¿En la misa todos los días, pero en nuestra casa, no? ¿Cuándo hacemos nuestras oraciones?". Rezar por toda la iglesia, en todas partes del mundo. Que "el Señor nos ayude a ir por este camino para profundizar nuestra pertenencia a la Iglesia y nuestro sentir con la Iglesia”.

lunes, 27 de enero de 2014

Homilía 20140127

La Iglesia no se puede entender como una simple organización humana, la diferencia la hace la unción que dona a los obispos y sacerdotes la fuerza del Espíritu para servir al pueblo de Dios: lo dijo el Papa Francisco en la Misa presidida esta mañana en la Casa de Santa Marta. El Pontífice agradeció a tantos sacerdotes santos que dan la vida en el anonimato de su servicio cotidiano.
Comentando la primera lectura del día, que habla de las tribus de Israel que ungen a David como su rey, el Papa explicó el significado espiritual de la unción. “Sin esta unción – afirmó - David habría sido el jefe” de “una empresa”, de una “sociedad política, que era el Reino de Israel”, habría sido un simple “organizador político”. En cambio, “después de la unción, el Espíritu del Señor” desciende sobre David y permanece con él. Y la Escritura dice: “Así David se iba engrandeciendo cada vez más, y el Señor, el Dios de los ejércitos, estaba con él”. “Esta – observó el Santo Padre - es precisamente la diferencia de la unción”. El ungido es una persona elegida por el Señor. Así ocurre en la Iglesia con los obispos y los sacerdotes.
“Los obispos no solo son elegidos para llevar adelante a una organización, que se llama Iglesia particular, son ungidos, tienen la unción y el Espíritu del Señor está con ellos. Pero todos los obispos, todos somos pecadores, ¡todos! Pero estamos ungidos. Todos queremos ser más santos cada día, más fieles a esta unción. Y aquello que precisamente hace a la Iglesia, aquello que da la unidad a la Iglesia, es la persona del obispo, en nombre de Jesucristo, porque está ungido, no porque haya sido elegido por la mayoría. Sino porque está ungido. Una Iglesia particular tiene su fuerza en esta unción. Y por participación también los sacerdotes son ungidos”.
La unción – continuó el Papa – acerca a los obispos y a los sacerdotes al Señor y les da la alegría y la fuerza “para llevar adelante a un pueblo, para ayudar a un pueblo, para vivir al servicio de un pueblo”. Dona la alegría de sentirse “elegidos por el Señor, mirados por el Señor, con aquel amor con el que el Señor nos mira, a todos nosotros”. Así, “cuando pensemos en los obispos y en los sacerdotes, debemos pensarlos así: ungidos”:
“De lo contrario no se entiende a la Iglesia, pero no solamente no se entiende, no se puede explicar cómo la Iglesia vaya adelante solamente con las fuerzas humanas. Esta diócesis va adelante porque tiene un pueblo santo, tantas cosas, y también un ungido que la conduce, que la ayuda a crecer. Esta parroquia va adelante porque tiene tantas organizaciones, tantas cosas, pero también tiene un sacerdote, un ungido que la lleva adelante. Y nosotros en la historia conocemos una mínima parte, pero cuántos obispos santos, cuántos sacerdotes, cuántos sacerdotes santos que han dejado su vida al servicio de la diócesis, de la parroquia; cuánta gente ha recibido la fuerza de la fe, la fuerza del amor, la esperanza de estos párrocos anónimos, que no conocemos. ¡Hay tantos!”.
Hay tantos – dijo Francisco – “los párrocos del campo o los párrocos de ciudad, que con su unción han dado fuerza al pueblo, han transmitido la doctrina, han dado los sacramentos, o sea la santidad”:
“‘¡Pero, padre, he leído en el diario que un obispo ha hecho tal cosa o que un sacerdote ha hecho tal cosa!’. ‘Si, también yo lo he leído, pero, dime, ¿en los diarios están las noticias de aquello que hacen tantos sacerdotes, tantos curas en tantas parroquias de ciudad y del campo, la tanta caridad que hacen, tanto trabajo que hacen para llevar adelante a su pueblo?’. ¡Ah, no! Esa no es noticia. Eh, lo de siempre: hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece. Hoy pensando en esta unción de David, nos hará bien pensar en nuestros obispos y en nuestros sacerdotes valientes, santos, buenos, fieles y rezar por ellos. ¡Gracias a ellos nosotros hoy estamos aquí!”.

domingo, 26 de enero de 2014

Anglus 20140126

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de este domingo narra los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y aldeas de Galilea. Su misión no parte de Jerusalén, es decir del centro religioso, social y político, sino de una zona periférica, despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en aquella región de diversas poblaciones; por ello el profeta Isaías la indica como “Galilea de los gentiles” (Is 8, 23).
Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diferentes por raza, cultura y religión. Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se parece al mundo de hoy: comprendida por diversas culturas, necesidad de confrontación y de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una “Galilea de los gentiles”, y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia no está reservada a una parte de la humanidad, hay que comunicarla a todos. Es un buen anuncio destinado a cuantos lo esperan, pero también a quienes, tal vez, ya no esperan, y ni siquiera tienen la fuerza de buscar y de pedir.
Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluido de la salvación de Dios, más bien, que Dios prefiere partir desde la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir la misericordia del Padre. “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 20).
Jesús comienza su misión no sólo desde un lugar descentrado, sino también a partir de hombres que se dirían “de bajo perfil”. Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y sencillas, que se preparan con empeño a la llegada del Reino de Dios. Jesús va a llamarlos allí donde trabajan, en la ribera del lago: son pescadores. Los llama, y ellos lo siguen inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y amigas, ¡el Señor llama también hoy! Pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana; también hoy, en este momento, aquí, el Señor, pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el Reino de Dios, en las “Galileas” de nuestros tiempos. Cada uno de ustedes piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, ¡me está mirando! ¿Qué me dice el Señor?
Y si alguno de ustedes oye que el Señor le dice: “sígueme”, sea valiente, vaya con Él; Él no decepciona jamás. ¡Dejemos alcanzarnos por su mirada, por su voz, y sigámoslo! “Para que la alegría del Evangelio llegue hasta a los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz” (Ibíd., 288)

sábado, 25 de enero de 2014

Alocución 20140125

Al recibir al Centro Italiano Femenino, el Papa Francisco manifestó su deseo de que se abran ulteriores espacios de presencia y actividades de las mujeres, tanto en el ámbito eclesial como civil y de las profesiones. Si en el mundo del trabajo y en la esfera pública es importante la aportación más incisiva del genio femenino – dijo – esta aportación sigue siendo imprescindible en el ámbito de la familia, que para nosotros los cristianos no es simplemente un lugar privado, sino esa “Iglesia doméstica”, cuya alud y prosperidad es condición para la salud y prosperidad de la Iglesia y de la misma sociedad. Por lo tanto, la presencia de la mujer en el ámbito doméstico se revela más necesaria que nunca para la transmisión a las generaciones futuras de sólidos principios morales y para la misma transmisión de la fe.

jueves, 23 de enero de 2014

Homilía 20140123

Que los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades: fue la exhortación lanzada por el Papa Francisco, esta mañana, en la Misa presidida en la Casa de Santa Marta en la sexta jornada de oración por la unidad de los cristianos.
La reflexión del Papa partió de la primera lectura del día que habla de la victoria de los israelitas sobre los filisteos gracias al coraje del joven David. La alegría de la victoria se trasforma rápidamente en tristeza y celos del rey Saúl ante las mujeres que alaban a David por haber matado a Goliat. Entonces, “aquella gran victoria – afirmó el Santo Padre - comienza a convertirse en derrota en el corazón del rey” en el que se insinúa, como ocurrió con Caín, el “gusano de los celos y de la envidia”. Como Caín con Abel, el rey decide asesinar a David. “Así actúan los celos en nuestros corazones – observó el Pontífice – es una mala inquietud, que no tolera que un hermano o una hermana tengan algo que yo no tengo”. Saúl, “en vez de alabar a Dios, como hacían las mujeres de Israel, por esta victoria, prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse”, “cocinar sus sentimientos en el caldo de la amargura”:
“Los celos llevan a matar. La envidia lleva a matar. Justamente fue esta puerta, la puerta de la envidia, por la cual el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la envidia del diablo entró el mal en el mundo’. Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas malas. También dividen a la comunidad. Una comunidad cristiana, cuando sufre – algunos de los miembros – de envidia, de celos, termina dividida: uno contra el otro. Este es un veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia con Caín”.
En el corazón de una persona golpeada por los celos y por la envidia – subrayó el Obispo de Roma- ocurren “dos cosas clarísimas”. La primera cosa es la amargura:
“La persona envidiosa, la persona celosa es una persona amargada: no sabe cantar, no sabe alabar, no sabe qué cosa sea la alegría, siempre mira ‘qué cosa tiene aquel y que yo no tengo’. Y esto lo lleva a la amargura, a una amargura que se difunde sobre toda la comunidad. Son, estos, sembradores de amargura. Y la segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia, son las habladurías. Porque este no tolera que aquel tenga algo, la solución es abajar al otro, para que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son las habladurías. Busca siempre y tras un chisme verás que están los celos, está la envidia. Y las habladurías dividen a la comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo”.
“Cuántas hermosas comunidades cristianas” – exclamó el Papa – van bien, pero luego en uno de sus miembros entra el gusano de los celos y de la envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los corazones y las habladurías. “Una persona que está bajo la influencia de la envidia y de los celos – recalcó – mata”, como dice el apóstol Juan: “Quien odia a su hermano es un homicida”. Y “el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano”:
“Hoy, en esta Misa, recemos por nuestras comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea sembrada entre nosotros, para que la envidia no encuentre lugar en nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podremos ir adelante con la alabanza del Señor, alabando al Señor, con la alegría. Es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, del estar resentidos, en los celos y en la envidia”.

lunes, 20 de enero de 2014

Homilía en Santa Marta

La libertad cristiana está en la “docilidad a la Palabra de Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco en la Misa de esta mañana en la Casa de Santa Marta. El Pontífice subrayó que debemos estar siempre listos a acoger la “novedad” del Evangelio y las “sorpresas de Dios”.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón”. El Santo Padre partió de esta consideración para desarrollar su homilía, subrayando que para acoger verdaderamente la Palabra de Dios tenemos que tener una actitud de “docilidad”. “La Palabra de Dios - observó – es viva y por eso viene y dice aquello que quiere decir: no aquello que yo espero que diga o aquello que yo quiero que diga”. Es una Palabra “libre”. Y es también “sorpresa, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas”. Es “novedad”:
“El Evangelio es novedad. La Revelación es novedad. Nuestro Dios es un Dios que siempre hace las cosas nuevas y pide de nosotros docilidad a su novedad. En el Evangelio, Jesús es claro en esto, es muy claro: vino nuevo en odres nuevas. El vino lo trae Dios, pero debe ser recibido con apertura a la novedad. Y esto se llama docilidad. Podemos preguntarnos: ¿soy dócil a la Palabra de Dios o hago siempre aquello que yo creo sea la Palabra de Dios? ¿O hago pasar la Palabra de Dios por un alambique y al final es otra cosa con respecto a aquello que Dios quiere hacer?”.
Si hago esto, agregó el Papa, “termino como el pedazo de tela nuevo sobre el vestido viejo, y el remendón es peor”. Y evidenció que “aquello de adecuarse a la Palabra de Dios para poder recibirla” es “toda una actitud ascética”:
“Cuando quiero tomar la electricidad de la fuente eléctrica, si el aparato que tengo no es adecuado, busco un adaptador. Debemos buscar siempre adaptarnos, adecuarnos a esta novedad de la Palabra de Dios, estar abiertos a la novedad. Saúl, precisamente el elegido de Dios, ungido de Dios, había olvidado que Dios es sorpresa y novedad. Había olvidado, se había cerrado en sus pensamientos, en sus esquemas, y así razonó humanamente”.
El Papa reflexionó sobre la Primera Lectura, recordando que, al tiempo de Saúl, cuando uno vencía una batalla tomaba el botín y con parte de él se cumplía el sacrificio. “Estos animales tan bellos – afirma Saúl – serán para el Señor”. Pero, constató Francisco, él “razonó con su pensamiento, con su corazón, cerrado en sus costumbres”, mientras “nuestro Dios, no es un Dios de costumbre: es un Dios de sorpresas”. Saúl “no obedeció a la Palabra de Dios, no fue dócil a la Palabra de Dios”. Y Samuel le reprochaba justamente esto, “le hace sentir que no ha obedecido, no ha sido siervo, ha sido señor, él. Se ha adueñado de la Palabra de Dios”. “La rebelión, no obedecer a la Palabra de Dios – remarcó el Obispo de Roma – es pecado de adivinación”. Y agregó: “La obstinación, la no docilidad a hacer lo que tú quieres y no aquello que quiere Dios, es pecado de idolatría”. Y esto, prosiguió, “nos hace pensar” sobre “qué cosa es la libertad cristiana, qué cosa es la obediencia cristiana”:
“La liberad cristiana y la obediencia cristiana son docilidad a la Palabra de Dios, es tener aquel coraje de convertirse en odres nuevos, para este vino nuevo que viene continuamente. Este valor de discernir siempre: discernir, digo, no relativizar. Discernir siempre qué cosa hace el Espíritu en mi corazón, qué cosa quiere el Espíritu en mi corazón, a dónde me lleva el Espíritu en mi corazón. Y obedecer. Discernir y obedecer. Pidamos hoy la gracia de la docilidad a la Palabra de Dios, a esta Palabra que es viva y eficaz, que discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón”.

domingo, 19 de enero de 2014

Angelus 20140119

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el pasado domingo, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado “ordinario”. En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, cerca del rio Jordán. Quien la describe es el testigo ocular, Juan Evangelista, que antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto con el hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado del alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por esto lo indica con estas palabras: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! » (Jn 1,29).El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4), hasta morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el rio de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan oprimente. La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier ataque, sino soporta y es remisivo.¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.

viernes, 17 de enero de 2014

Homilía 20140117

El don de ser hijos de Dios no se puede “vender” por un mal entendido sentido de “normalidad”, que induce a olvidar su Palabra y a vivir como si Dios no existiese. Fue la reflexión que el Papa Francisco propuso la mañana del viernes, durante la homilía de la Misa presidida en la Casa de Santa Marta.

La tentación de querer ser “normales”, cuando en cambio se es hijo de Dios. Que en esencia quiere decir ignorar la Palabra del Padre y seguir sólo la humana, la “palabra del propio deseo”, escogiendo en cierto modo “vender” el don de una predilección para sumergirse en una “uniformidad mundana”. Esta tentación el pueblo judío del Antiguo Testamento la experimentó más de una vez, recordó el Santo Padre, que se detuvo en el episodio propuesto por el pasaje de la liturgia tomado del primer Libro de Samuel. En él, los jefes del pueblo piden al mismo Samuel, ya viejo, establecer para ellos un nuevo rey, de hecho pretendiendo autogobernarse. En aquel momento, observó el Pontífice, “el pueblo rechaza a Dios: no sólo no escucha la Palabra de Dios, sino que la rechaza”. Y la frase reveladora de este desapego, subrayó el Papa, es aquella proferida por los ancianos de Israel: queremos un “rey juez”, porque así “también nosotros seremos como todos los pueblos”. O sea, observó Francisco, “rechazan al Señor del amor, rechazan la elección y buscan el camino de la mundanidad”, de forma parecida a tantos cristianos de hoy:
“La normalidad de la vida exige del cristiano fidelidad a su elección y no venderla para ir hacia una uniformidad mundana. Esta es la tentación del pueblo, y también la nuestra. Tantas veces, olvidamos la Palabra de Dios, aquello que nos dice el Señor, y tomamos la palabra que está de moda, ¿no?, también aquella de la telenovela está de moda, tomemos esa, ¡es más divertida! La apostasía es precisamente el pecado de la ruptura con el Señor, pero es clara: la apostasía se ve claramente. Esto es más peligroso, la mundanidad, porque es más sutil”.
“Es verdad que el cristiano debe ser normal, como son normales las personas”, reconoció el Obispo de Roma, “pero – insistió – existen valores que el cristiano no puede tomar para sí. El cristiano debe retener sobre él la Palabra de Dios que le dice: ‘tú eres mi hijo, tú eres elegido, yo estoy contigo, yo camino contigo’”. Por lo tanto resistiendo a la tentación – como en el episodio de la Biblia – de considerarse víctimas de “un cierto complejo de inferioridad”, de no sentirse un “pueblo normal”:
“La tentación viene y endurece el corazón y cuando el corazón es duro, cuando el corazón no está abierto, la Palabra de Dios no puede entrar. Jesús decía a los de Emaús: ‘¡Necios y lentos de corazón!’. Tenían el corazón duro, no podían entender la Palabra de Dios. Y la mundanidad ablanda el corazón, pero mal: un corazón blando ¡jamás es una cosa buena! El bueno es el corazón abierto a la Palabra de Dios, que la recibe. Como la Virgen, que meditaba todas estas cosas en su corazón, dice el Evangelio. Recibir la Palabra de Dios para no alejarse de la elección”.
Pidamos, entonces – concluyó el Papa Francisco – “la gracia de superar nuestros egoísmos: el egoísmo de querer hacer de las mías, como yo quiero”:
“Pidamos la gracia de superarlos y pidamos la gracia de la docilidad espiritual, o sea abrir el corazón a la Palabra de Dios y no hacer como han hecho estos nuestros hermanos, que cerraron el corazón porque se alejaron de Dios y desde hacía tiempo no sentían y no entendían la Palabra de Dios. Que el Señor nos de la gracia de un corazón abierto para recibir la Palabra de Dios y para meditarla siempre. Y de ahí tomar el verdadero camino”.

sábado, 11 de enero de 2014

Homilía en Santa Marta

El verdadero sacerdote, ungido de Dios para su pueblo, tiene un relación estrecha con Jesús: cuando esto falta, el sacerdote se vuelve “untuoso”, un idólatra, devoto del ‘dios Narciso’. Lo afirmó el Papa Bergoglio esta mañana en la homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Con el Pontífice concelebraron el Cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal italiana y un grupo de sacerdotes de la Arquidiócesis de Génova, de la que el Purpurado es su Arzobispo.
Francisco dedicó enteramente su homilía a los sacerdotes. Al comentar la primera Carta de San Juan, que dice que tenemos la vida eterna porque creemos en el nombre de Jesús, el Papa se preguntó cómo es la relación de los sacerdotes con Jesús, porque “la fuerza de un sacerdote – dijo – está en esta relación”. A la vez que “Jesús, cuando crecía en popularidad – observó – iba a lo del Padre”, se retiraba “en lugares desiertos a orar”. Y explicó que “ésta es un poco la piedra miliar de los sacerdotes”, incluyéndose a sí mismo. Porque como se preguntó el Pontífice, si vamos o no vamos a encontrar a Jesús, ¿cuál es el lugar de Jesucristo en mi vida sacerdotal? Se trata, prosiguió, de una relación viva, de discípulo a Maestro, de hermano a hermano, de pobre hombre a Dios, o es una relación un poco artificial… ¿Qué no viene del corazón?”
“Nosotros somos ungidos por el Espíritu y cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo puede perder la unción. En su vida, no: esencialmente la tiene… pero la pierde. Y en lugar de ser ungido termina por ser untuoso. ¡Y cuánto mal hacen a la Iglesia los sacerdotes untuosos! Aquellos que ponen su fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades, en una actitud… en un lenguaje remilgado… ¡Pero cuántas veces se oye decir con dolor: ‘Pero, este es un sacerdote-mariposa!’, porque está siempre en las vanidades… Éste no tiene relación con Jesucristo! Ha perdido la unción: es un untuoso”.
A continuación, el Papa Francisco añadió:
“Nosotros los sacerdotes tenemos tantos límites: somos pecadores, todos. Pero si vamos a lo de Jesucristo, si buscamos al Señor en la oración – la oración de intercesión, la oración de adoración – somos buenos sacerdotes, si bien somos pecadores. Pero si nos alejamos de Jesucristo, debemos compensar esto con otras actitudes… mundanas. Y así, todas estas figuras… también el sacerdote-especulador, el sacerdote-empresario… Pero el sacerdote que adora a Jesucristo, el sacerdote que habla con Jesucristo, el sacerdote que busca a Jesucristo y que se deja buscar por Jesucristo: éste es el centro de nuestra vida. Si no está esto, perdemos todo. ¿Y qué daremos a la gente?”.
Que “nuestra relación con Jesucristo, relación de ungidos para su pueblo – exhortó el Papa – aumente en nosotros” los sacerdotes “cada día más”:
“Pero es bello encontrar a sacerdotes que han dado su vida como sacerdotes, de verdad, de los que la gente dice: ‘Pero, sí, tiene mal carácter, tiene esto, tiene aquello… pero ¡es un sacerdote!’. ¡Y la gente tiene olfato! En cambio, cuando la gente ve a los sacerdotes – por decir una palabra – idólatras, que en lugar de tener a Jesús, tienen a pequeños ídolos…, pequeños…, algunos devotos del ‘dio Narciso’, también… Cuando la gente ve a éstos, la gente dice: ‘¡Pobrecito!’. Lo que nos salva de la mundanidad y de la idolatría que nos hace untuosos, lo que nos conserva en la unción, es la relación con Jesucristo. Y hoy, a ustedes que han tenido la gentileza de venir a concelebrar aquí, conmigo, les deseo esto: ¡pierdan todo en la vida, pero no pierdan esta relación con Jesucristo! ¡Ésta es su victoria! ¡Y adelante, con esto!”.

lunes, 6 de enero de 2014

Epifanía del Señor

«Lumen requi runt lumine». Esta sugestiva expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz ellos buscan la Luz. La estrella que apareció en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los mueve a la búsqueda de la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente esa luz que los inspira interiormente, y encuentran al Señor.
En este recorrido de los Magos de Oriente está simbolizado el destino de cada hombre: nuestra vida es un caminar, iluminados por las luces que iluminan el camino, para encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros, los cristianos, reconocemos en Jesús, Luz del mundo.
Y cada hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes “libros” de los cuales deducir los signos para orientarse en la peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilar, escuchar a Dios que nos habla, siempre nos habla. Come dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Para mis pasos tu palabra es una lámpara, una luz en mi sendero» (Sal 119, 105). Especialmente escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y hacerlo nuestro alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
La primera Lectura hace resonar, por boca del profeta Isaías, el llamamiento de Dios en Jerusalén: «¡Levántate, resplandece!» (60,1). Jerusalén es llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja sobre el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a caminar en sus caminos. Esta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede faltar a esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, perdieron por un momento la vista de la estrella. No la veían más. En particular, su luz está ausente en el palacio del rey Herodes: aquella morada es tenebrosa, allí reinan la oscuridad, la difidencia, el miedo,, la envidia. Herodes, en efecto, se muestra desconfiado y preocupado por el nacimiento de un Niño frágil que él siente como un rival. En realidad Jesús no ha venido a derrocarlo a él, miserable fantoche, ¡sino al Príncipe de este mundo! Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que peligran las estructuras de su poder, temen que se inviertan las reglas del juego, que se desenmascaren las apariencias. Todo un mundo construido sobre el dominio, sobre el éxito y sobre el tener, sobre la corrupción ¡se pone en crisis por un Niño! Y Herodes llega hasta asesinar a los niños. Un padre de la Iglesia decía: «Matas a los niños en la carne porque el miedo te mata en el corazón » - San Quodvultdeus (Disc. 2 en el Símbolo: PL 40, 655). Es así, tenía miedo y en este miedo enloqueció.
Los Magos supieron superar ese peligroso momento de oscuridad ante Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que indicaba en Belén el lugar del nacimiento del Mesías. De este modo escaparon del entumecimiento de la noche del mundo, retomaron el camino hacia Belén y allá vieron nuevamente la estrella. El evangelio dice que experimentaron «una inmensa alegría» (Mt 2, 10). Esa estrella que no se veía en la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa “astucia”. Es una virtud esta “santa astucia”. Se trata de aquella sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros para evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de “astucia” cuando, en el camino de regreso, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino recorrer otro camino. Estos Magos venidos de Oriente nos enseñan cómo no caer en las insidias de las tinieblas y cómo defendernos de la oscuridad que trata de envolver nuestra vida. Ellos, con esta santa astucia custodiaron la fe. También nosotros debemos custodiar nuestra fe. Custodiarla de la oscuridad que tantas veces, es una oscuridad travestida de luz, porque el demonio, dice san Pablo, se viste de ángel de luz. Y aquí necesitamos la santa astucia para custodiar nuestra fe del canto de las sirenas que te dicen: hoy tenemos que hacer esto o aquello. Pero la fe es un don, una gracia, a nosotros nos toca custodiarla con este santa astucia, con la oración, con el amor, con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, cultivar esa astucia espiritual que sabe conjugar sencillez y astucia, como Jesús pide a los discípulos: «Prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas» (Mt 10, 16).
En la fiesta de la Epifanía, en que recordamos la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sentimos junto a nosotros a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentaros de una vida mediocre, de “pequeño cabotaje”, sino a dejarnos atraer siempre por lo que es bueno, verdadero, bello… por Dios, ¡que todo esto lo es de modo cada vez más grande! Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sapiente, potente. No hay que detenerse allí. No hay que contentarse con la apariencia, la fachada. Es necesario custodiar la fe, en este tiempo es muy importante. Es necesario ir más allá de la oscuridad, más allá del canto de las sirenas, de la mundanidad, de tantas modernidades de hoy. Es necesario ir hacia Belén, allí donde, en la sencillez de una casa de periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que ha nacido de lo alto, el Rey del universo. Siguiendo el ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces, busquemos la Luz y custodiemos la fe.»