jueves, 25 de diciembre de 2014

Mensaje de Navidad

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guió a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, profugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.
Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.
Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.
Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.
Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpe la dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».
Feliz Navidad a todos.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Angelus 20141221

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, cuarto y último Domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos a la Navidad, ya a las puertas, invitándonos a meditar el relato del anuncio de Ángel a María. El Arcángel Gabriel revela a la Virgen la voluntad del Señor, que ella se convierta en la madre de su Hijo unigénito: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1, 31-32).
Fijemos la mirada sobre esta sencilla muchacha de Nazaret, en el momento en que se vuelve disponible al mensaje divino con su “sí”; captamos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros modelo de cómo prepararse a la Navidad.
Dos actitudes de María, modelo de preparación a la Navidad
Ante todo, su fe, su actitud de fe, que consiste en escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Al responder al Ángel María dijo: “Yo soy la sierva del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (v. 38). En su “sí” lleno de fe, María no sabe por cuáles caminos deberá aventurarse, cuáles dolores deberá padecer, cuáles riesgos afrontar. Pero es consciente que es el Señor quien pide y ella se fía totalmente de Él, se abandona a su amor. Ésta es la fe de María.
Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que ha hecho posible la encarnación del Hijo de Dios, “revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad” (Rm 16, 25). Ha hecho posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su “sí” humilde y valiente. María nos enseña a comprender el momento favorable en que Jesús pasa por nuestra vida y pide una respuesta rápida y generosa.
Y Jesús pasa. En efecto, el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, que se produjo históricamente hace ya más de dos mil años, se produce como evento espiritual, en el “hoy” de la Liturgia. El Verbo, que encontró morada en el seno virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano. Pasa y llama. Cada uno de nosotros está llamado a responder, como María, con un “sí” personal y sincero, poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia, de su amor.
Eh, cuántas veces Jesús pasa por nuestra vida. Y cuántas veces nos envía un ángel. Y cuántas veces no nos damos cuenta, porque estamos tan ocupados e inmersos en nuestros pensamientos, en nuestros asuntos e incluso, en estos días, en nuestra preparación de la Navidad, que no nos damos cuenta que Él pasa y llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo acogida, pidiendo un “sí”, como el de María.
Un santo decía: “Tengo temor de que el Señor pase”. ¿Saben por qué tenía temor? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar. Cuando nosotros sentimos en nuestro corazón: “Pero yo querría ser más bueno, más buena, me he arrepentido de esto que he hecho, aquí está precisamente el Señor que llama, que te hace sentir ganas de ser mejor, las ganas de permanecer más cerca de los demás, de Dios. Si tú sientes esto, detente. Allí está el Señor. Y ve a rezar, tal vez a la Confesión. A limpiar un poco el orujo. Eso hace bien. Pero acuérdate bien, si tú sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama. No lo dejes pasar.
Presencia silenciosa de San José
En el misterio de la Navidad, junto a María está la silenciosa presencia de San José, tal como es representada en todo pesebre, también en el que pueden admirar aquí, en la Plaza de San Pedro.
Jesús se ha hecho nuestro hermano por amor
El ejemplo de María y de José es para todos nosotros una invitación a recibir acoger, con total apertura del alma a Jesús, que por amor se ha hecho nuestro hermano.
El don precioso de la Navidad es la paz
Él viene a traer al mundo el don de la paz: “En la tierra, paz a los hombres que él ama” (Lc 2, 14), como anunciaron a coro los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra paz verdadera. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma. Abramos las puertas a Cristo.
Nos encomendamos a la intercesión de nuestra Madre y de San José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda mundanidad, dispuestos a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Audiencia 10141217

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Sínodo de los Obispos sobre la Familia, apenas celebrado, ha sido la primera etapa de un camino, que se concluirá el próximo octubre con la celebración de otra Asamblea sobre el tema “Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo”. La oración y la reflexión que deben acompañar este camino involucran a todo el Pueblo de Dios. Quisiera que también las meditaciones habituales de las audiencias del miércoles se inserten en este camino común.
Por esto, he decidido reflexionar con ustedes, en este año, precisamente sobre la familia, sobre este gran don que el Señor hizo al mundo desde el principio, cuando confirió a Adán y Eva la misión de multiplicarse y de llenar la tierra (cfr Gen 1,28). Aquel don que Jesús ha confirmado y sellado en su Evangelio.
Y la cercanía de la Navidad enciende sobre este misterio una gran luz. La encarnación de Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y de la mujer. Y este nuevo inicio acaece en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía venir especularmente, o como un guerrero, un emperador…No, no. Viene como un hijo de familia, en una familia. Esto es importante: mirar en el pesebre esta escena tan bella.
Dios ha elegido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. La ha formado en un apartado pueblo de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que es la ciudad capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, o mejor dicho, más bien de mala fama. Lo recuerdan también los Evangelios, casi como un modo de decir: “De Nazaret, ¿puede salir alguna vez algo bueno?” (Jn, 1,46). Quizás, en muchas partes del mundo, nosotros mismos hablamos todavía así, cuando escuchamos el nombre de algún lugar periférico de una gran ciudad. Pues bien, precisamente desde allí, de aquella periferia del gran Imperio, ¡inició la historia más santa y más buena, aquella de Jesús entre los hombres! Y allí estaba esta familia.
Jesús permaneció en esa periferia por más de treinta años. El evangelista Lucas resume este periodo así: “…vivía sujeto a ellos", es decir a María y José. Pero uno dice: ¿pero este Dios que viene a salvarnos ha perdido treinta años allí, en aquella periferia de mala fama? ¡Ha perdido treinta años! Y Él ha querido esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. "La madre conservaba todas estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres”. (2, 51-52). No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones – no hizo ninguna en aquel tiempo – no se habla de predicaciones, de muchedumbres que se aglomeran; en Nazaret todo parece suceder “normalmente”, según las costumbres de una pía y trabajadora familia israelí: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas…todas cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años: “¡pero que desperdicio padre! Pero, nunca se sabe. Los caminos de Dios son misteriosos. ¡Pero aquello era importante, allí estaba la familia! ¡Y eso no era un desperdicio, eh! Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo. La familia.
Ciertamente estaríamos enternecidos por el relato de cómo Jesús adolescente afrontaba los encuentros de la comunidad religiosa y los deberes de la vida social; en el conocer cómo, cuando era un joven obrero, trabajaba con José; y luego su modo de participar en la escucha de las Escrituras, en la oración de los salmos y en tantas otras costumbres de la vida cotidiana. Los Evangelios, en su sobriedad, no refieren nada acerca de la adolescencia de Jesús y dejan esta tarea a nuestra afectuosa meditación. El arte, la literatura, la música han recorrido esta vía de la imaginación. Ciertamente, ¡no es difícil imaginar cuánto las mamás podrían aprender de los cuidados de María por el hijo! ¡Y cuánto los papás podrían ganar del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida a sostener y a defender al niño y a la esposa – su familia – en los momentos difíciles! ¡Y no digamos cuánto los jóvenes podrían ser alentados por Jesús adolescente a comprender la necesidad y la belleza de cultivar su vocación más profunda y de soñar a la grande! Y Jesús ha cultivado en aquellos treinta años su vocación por la cual el Padre lo ha enviado, ¿no? El Padre Dios. Jesús jamás en aquel tiempo se desalentó, sino que creció en coraje para seguir adelante con su misión.
Cada familia cristiana – como hicieron María y José -  puede en primer lugar acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él;  y así mejorar el mundo. Hagamos espacio en nuestro corazón y en nuestras jornadas al Señor. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia fingida, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y como sucedió en aquellos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: hacer que se transforme en normal el amor y no el odio, hacer que se convierta en común la mutua ayuda, no la indiferencia o la enemistad. Entonces, no es casualidad, que Nazaret signifique “Aquella que custodia”, como María, que – dice el Evangelio “… conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.” (cfr Lc 2, 19-51)). Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, aunque esté en la periferia del mundo, el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, está obrando. Y viene para salvar al mundo. Y ésta es la grande misión de la familia: hacer lugar a Jesús que viene, recibir a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la esposa, de los abuelos, porque Jesús está allí. Recibirlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia. Que el Señor nos de esta gracia en estos últimos días antes de Navidad. Gracias.

martes, 16 de diciembre de 2014

Homilía 20141216

Dios salva un corazón arrepentido, mientras quien no se confía en Él atrae a sí mismo la condena. Lo ha subrayado el Papa Francisco en su homilía matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta.
La humildad salva al hombre ante los ojos de Dios, la soberbia lo hace perderse. La llave está en el corazón. Aquel del humilde es abierto, sabe arrepentirse, aceptar una corrección y se confía en Dios. Aquel soberbio es exactamente el opuesto: arrogante, cerrado, no conoce la vergüenza, es impermeable a la voz de Dios. El pasaje del profeta Sofonías y aquel del Evangelio sugieren al Papa Francisco una reflexión paralela. Ambos textos, observa, hablan de un juicio del cual dependen salvación y condena.
La situación descrita por el profeta Sofonías es aquella de una ciudad rebelde, en la cual no obstante, hay un grupo que se arrepiente de los propios pecados: esto, subraya el Papa, es el “pueblo de Dios” que tiene en sí las “tres características” de “humildad, pobreza, confianza en el Señor”. Pero en la ciudad están también aquellos que, dice Francisco, “no han aceptado la corrección, no han confiado en el Señor”. A ellos les tocará la condena:
“Estos no pueden recibir la salvación. Ellos están cerrados a la salvación. ‘Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre; confiará en el nombre del Señor’ para toda la vida. Y esto hasta hoy, ¿no? Cuando vemos al santo pueblo de Dios que es humilde, que tiene sus riquezas en la fe en el Señor, en la confianza en el Señor – el pueblo humilde, pobre, que confía en el Señor: y estos son los salvados y éste es el camino de la Iglesia ¿no? Debe ir por este camino, no por otro camino que no escucha la voz, que no acepta la corrección y no confía en el Señor”.
La escena del Evangelio es aquella del contraste entre los dos hijos invitados por el padre a trabajar en la viña. El primero, rechaza, pero luego se arrepiente y va; el segundo dice sí al padre, pero en realidad lo engaña. Jesús cuenta esta historia a los jefes del pueblo, afirmando con claridad que son ellos que no han querido escuchar la voz de Dios a través de Juan y que por esto, en el Reino de los cielos serán superados por publicanos y prostitutas, que en cambio han creído en Juan. Y el escándalo suscitado por esta última afirmación, observa el Papa, es idéntico a aquel de tantos cristianos que se sienten “puros” sólo porque van a misa y hacen la comunión. Pero Dios, dice Francisco, tiene necesidad de otra cosa:
“Si tu corazón no es un corazón arrepentido, si no escuchas al Señor, no aceptas las correcciones y no confías en Él, tienes un corazón no arrepentido. Estos hipócritas que se escandalizaban de esto que dice Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, pero luego, a escondidas, iban a buscarlos o para desahogar sus pasiones o para hacer negocios – pero todo a escondidas – eran puros. Y a estos el Señor no los quiere".
Este juicio “nos da esperanza” asegura el Papa Francisco. Con tal de que se tenga el coraje de abrir el corazón a Dios sin reservas, donándole también la “lista” de los propios pecados. Y para explicarlo, el Papa recuerda la historia de aquel santo que pensaba de haberle dado todo al Señor, con extrema generosidad:
“Escuchaba al Señor, hacía todo según su voluntad, daba al Señor y el Señor: ‘Pero tú todavía no me has dado una cosa’. Y el pobre era tan bueno y dice: ‘Pero Señor, ¿qué cosa no te he dado?’ Te he dado mi vida, trabajo para los pobres, trabajo para la catequesis, trabajo aquí, trabajo allá…’ ‘Pero tú no me has dado algo todavía’. ¿Qué, Señor?’ ‘Tus pecados’. Cuando nosotros seamos capaces de decir al Señor: ‘Señor, estos son mis pecados – no son de aquel, de aquel…son los míos. Tómalos Tú y así yo estaré salvado -  cuando nosotros seremos capaces de hacer esto, nosotros seremos aquel hermoso pueblo, ‘pueblo humilde y pobre’, que confía en el nombre del Señor. El Señor nos conceda esta gracia”.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Homilía 20141215

El Papa centró su homilía en el Evangelio del día, en que los jefes de los sacerdotes preguntan a Jesús con qué autoridad realizaba sus obras. Y explicó que se trata de una pregunta que pone de manifiesto el “corazón hipócrita” de aquella gente, puesto que a ellos “no les interesaba la verdad”, sino que sólo buscaban sus intereses, moviéndose “según el viento”: ‘Conviene ir por acá, conviene ir por allá…’ eran banderolas, ¡eh!, ¡todos! Todos sin consistencia, dijo Francisco. Con un corazón sin consistencia. Y así negociaban todo: negociaban la libertad interior, negociaban la fe, negociaban la patria, todo, menos las apariencias. A ellos les importaba salir bien de las situaciones”. Eran oportunistas: “se aprovechaban de las situaciones”. Y sin embargo  – prosiguió el Papa – “alguno de ustedes podrá decirme: ‘Pero Padre, esta gente era observante de la ley: el sábado no caminaban más de cien metros – o no sé cuánto se podía hacer –  jamás, jamás iban a la mesa sin lavarse las manos; era gente muy observante, muy segura en sus hábitos’. Sí, es verdad, pero en las apariencias. Eran fuertes, pero en la parte exterior. Eran rígidos. El corazón era muy débil, no sabían en qué creían. Y por esto su vida era, la parte de afuera, toda regulada, pero el corazón iba de una parte a la otra: un corazón débil y una piel rígida, fuerte, dura.
Al contrario – dijo también Francisco – Jesús nos enseña que el cristiano debe tener el corazón fuerte, el corazón firme, el corazón que crece sobre la roca, que es Cristo, y después, debe ir por el mudo con prudencia: “En este caso hago esto, pero…” Es el modo de ir, pero no se negocia el corazón, no se negocia la roca. La roca es Cristo, ¡no se negocia!”:
“Éste es el drama de la hipocresía de esta gente. Y Jesús no negociaba jamás su corazón de Hijo del Padre, sino que estaba tan abierto a la gente, buscando caminos para ayudar. ‘Pero esto no se puede hacer; nuestra disciplina, ¡nuestra doctrina dice que no se puede hacer!’ les decían ellos. ‘¿Por qué tus discípulos comen el trigo en el campo cuando caminan, el día sábado? ¡No se puede hacer!’. Eran tan rígidos en su disciplina: ‘No, la disciplina no se toca, es sagrada’”.
El Papa Francisco recordó cuando “Pío XII nos liberó de aquella cruz tan pesada que era el ayuno eucarístico”:
“Tal vez alguno de ustedes lo recuerdan. Ni siquiera se podía tomar una gota de agua. ¡Ni siquiera! Y para lavarse los dientes, se tenía que hacer sin tragar agua. Yo mismo de muchacho fue a confesarme de haber hecho la comunión, porque creía que una gota de agua había ido dentro. Es verdad ¿o no? Es verdad. Cuando Pío XII cambió la disciplina – ‘¡Ah, herejía! ¡No! ¡Ha tocado la disciplina de la Iglesia!’ – tantos fariseos se escandalizaron. Tantos. Porque Pío XII había hecho como Jesús: ha visto la necesidad de la gente. ‘Pero pobre gente, ¡con tanto calor!’. Estos sacerdotes que celebraban tres Misas, la última a la una, después de mediodía, en ayunas. La disciplina de la Iglesia. Y estos fariseos eran así  – ‘nuestra disciplina’ – rígidos en la piel, pero como Jesús les dijo, ‘putrefactos en el corazón’, débiles, débiles hasta la putrefacción. Tenebrosos en el corazón”.
“Éste es el drama de esta gente”, dijo el Papa, y recordó que Jesús denuncia la hipocresía y el oportunismo:
“También nuestra vida puede llegar a ser así, también nuestra vida. Y algunas veces, les confieso una cosa, cuando yo he visto a un cristiano, a una cristiana así, con el corazón débil, no firme, firme sobre la roca – Jesús – y con tanta rigidez afuera, he pedido al Señor: ‘Pero Señor, tírales una cáscara de banana delante, para que se haga una linda resbalada, se avergüence de ser pecador y así te encuentre, a ti que eres el Salvador. ¡Eh!, muchas veces un pecado nos hace avergonzar tanto y encontrar al Señor, que nos perdona, como estos enfermos que estaban ahí y que iban a ver al Señor para que los curara”.
“Pero la gente sencilla” – observó el Papa – “no se equivocaba”, no obstante las palabras de estos doctores de la ley, “porque la gente sabía, tenía ese olfato de la fe”.
Y concluyó su homilía con esta oración: “Pido al Señor la gracia de que nuestro corazón sea sencillo, luminoso con la verdad que Él nos da,  y así podremos ser amables, perdonadores, comprensivos con los demás, de corazón amplio con la gente, misericordiosos. Jamás condenar, jamás condenar. Si tú tienes ganas de condenar, condénate a ti mismo, que algún motivo tendrás, ¡eh!”. “Pidamos al Señor esta gracia: que nos de esta luz interior, que nos convenza de que la roca es sólo Él y no tantas historias que nosotros hacemos como cosas importantes; y que Él nos diga – ¡Él nos indique! – el camino, que Él nos acompañe por el camino, que Él nos ensanche el corazón, para que puedan entrar los problemas de tanta gente y Él nos dé una gracia que esta gente no tenía: la gracia de sentirnos pecadores”.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Homilía 20141212

 Dios salva a su pueblo no desde lejos, sino haciéndose cercano, con ternura. El Santo Padre, inspirándose en la lectura del profeta Isaías, hizo una comparación: “Es tanta la cercanía que Dios se presenta aquí como una mamá, como una mamá que dialoga con su niño: una mamá, cuando canta la canción de cuna y toma la voz del niño y se hace pequeña como el hijito y habla con el tono del niño hasta el punto de parecer ridículo, si uno no entiende qué cosa grande hay ahí: ‘No temas gusanito de Jacob. Pero, cuántas veces una mamá dice estas cosas al niño mientras lo acaricia, ¡eh! He aquí, te convertiré en una trilladora acuminada, nueva… te haré grande… Y lo acaricia, y lo acerca a ella. Y Dios hace así. Es la ternura de Dios. Está tan cerca de nosotros que se expresa con esta ternura: la ternura de una mamá”.
Dios nos ama gratuitamente – afirmó el Papa – como una mamá a su niño.  Y el niño “se deja amar”: “ésta es la gracia de Dios”. “Pero nosotros, tantas veces, para estar seguros, queremos controlar la gracia” y “en la historia y también en nuestra vida tenemos la tentación de cosificar la gracia”, hacerla “como una mercancía o una cosa controlable”, tal vez diciéndonos a nosotros mismos: “Pero, yo tengo tanta gracia”; o “tengo el alma limpia, estoy en gracia”:
“Y así, esta verdad tan bella de la cercanía de Dios se desliza en una contabilidad espiritual: ‘No, yo hago esto porque esto me dará 300 días de gracia… Yo hago aquello porque me dará esto, y así acumulo gracia’. Pero, ¿qué cosa es la gracia? ¿Una mercadería? Y así, parece que sí. Parece que sí. Y en la historia esta cercanía de Dios a su pueblo ha sido traicionada por esta actitud nuestra, egoísta, de querer controlar la gracia, cosificarla”.
El Papa también recordó algunos de los grupos que en tiempos de Jesús querían controlar la gracia: los Fariseos, hechos esclavos de tantas leyes que cargaban “sobre las espaldas del pueblo”. Los Saduceos, con  sus compromisos políticos. Los Esenios, “buenos, buenísimos, pero tenían tanto miedo, no querían correr riesgos” y terminaban por aislarse en sus monasterios. Los Zelotes, para los cuales la gracia de Dios era “la guerra de liberación”, “otra manera de cosificar la gracia”.
“La gracia de Dios –  subrayó el Papa –  es otra cosa: es cercanía, es ternura. Esta regla sirve siempre. Si tú en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura, aún te falta algo, aún no has comprendido qué cosa es la gracia, aún no has recibido la gracia que es esta cercanía”. El Papa Francisco recordó una confesión de hace tantos años, cuando una mujer se atormentaba acerca de la validez o no de una Misa a la que había asistido un sábado por la tarde por un matrimonio, con lecturas diversas de las del domingo. Ésta fue su respuesta: “Pero señora, el Señor la ama tanto a usted. Ella había ido allí, había recibido la Comunión, había estado con Jesús… Sí, pero quédese tranquila, el Señor no es un comerciante, el Señor ama, está cerca”:
“Y San Pablo reacciona con fuerza contra esta espiritualidad de la ley. ‘Yo soy justo si hago esto, esto, esto. Si no hago esto no soy justo’. Pero tú eres justo porque Dios se te ha acercado, porque Dios te acaricia, porque Dios te dice estas cosas bellas con ternura: ésta es nuestra justicia, esta cercanía de Dios, esta ternura, este amor. Incluso con el riesgo de parecernos ridículo, nuestro Dios es tan bueno. Si nosotros tuviéramos el valor de abrir nuestro corazón a esta ternura de Dios, ¡cuánta libertad espiritual tendríamos! ¡Cuánta! Hoy, si tienen un poco de tiempo, en su casa, tomen la Biblia: Isaías, capítulo 41, desde el versículo 13 hasta el 20, siete versículos. Y léanlos. Esta ternura de Dios, este Dios que nos canta a cada uno de nosotros la canción de cuna, como una mamá”.

martes, 9 de diciembre de 2014

Homilía 20141209

La alegría de la Iglesia es ser madre, ir a buscar a las ovejas perdidas. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Obispo de Roma reafirmó que a la Iglesia no le sirve tener “un organigrama perfecto” si después es un ambiente triste y cerrado, si no es madre. De ahí la invitación del Pontífice a ser “cristianos alegres” con la “consolación de la ternura de Jesús”. “Abrir las puertas a la consolación del Señor”. Francisco se inspiró en su homilía partiendo de la primera lectura en la que el profeta Isaías habla del fin de la tribulación de Israel después del exilio en Babilonia. “El pueblo – comentó el Papa – tiene necesidad de consuelo. La misma presencia del Señor consuela”. Una consolación –  añadió –  que también existe en la tribulación. Y sin embargo –   prosiguió – “nosotros, habitualmente huimos de la consolación; tenemos desconfianza; estamos más cómodos en nuestras cosas, más cómodos también en nuestras faltas, en nuestros pecados. Ésta – dijo el Santo Padre – es tierra nuestra”. En cambio – añadió – “cuando viene el Espíritu y viene la consolación nos conduce a otro estado que nosotros no podemos controlar: es precisamente el abandono en la consolación del Señor”.
Francisco subrayó que “la consolación más fuerte es la de la misericordia y la del perdón”. Y aludió al final del capítulo 16 de Ezequiel, cuando después “del elenco de tantos pecados del pueblo”, dice: “Pero yo no te abandono; yo te daré más; ésta será mi venganza: la consolación y el perdón”, “así es nuestro Dios”. Por esto – reafirmó el Papa – “es bueno repetir: déjense consolar por el Señor, es el único que puede consolarnos”. Si bien “estamos habituados a alquilar consolaciones pequeñas, un poco hechas por nosotros”, pero que después “no sirven”. Y al detenerse sobre el Evangelio del día, tomado de San Mateo, sobre la parábola de la oveja perdida, el Santo Padre dijo:
“Yo me pregunto cuál es la consolación de la Iglesia. Así como cuando una persona es consolada; cuando siente la misericordia y el perdón del Señor, la Iglesia hace fiesta, es feliz cuando sale de sí misma. En el Evangelio, ese pastor que  sale, va a buscar aquella oveja perdida, podía hacer la cuenta de un buen comerciante: por, 99, si pierde una no hay problema; el balance… Ganancias, pérdidas… Pero va bien, podemos ir así. No. Tiene corazón de pastor. Sale a buscarla hasta que la encuentra y allí hace fiesta, está feliz”.
“La alegría de salir para buscar a los hermanos y a las hermanas que están lejos. Ésta – evidenció Francisco – es la alegría de la Iglesia. Allí la Iglesia se convierte en madre, se hace fecunda”:
“Cuando la Iglesia no hace esto, cuando la Iglesia se detiene en sí misma, se cierra en sí misma, tal vez se ha organizado bien, un organigrama perfecto, todo en su lugar, todo limpio, pero falta la alegría, falta la fiesta, falta la paz, y así se convierte en una Iglesia desalentada, ansiosa, triste, una Iglesia que tiene más de solterona que de madre, y esta Iglesia no sirve, es una Iglesia de museo. La alegría de la Iglesia es dar a luz; la alegría de la Iglesia es salir de sí misma para dar vida; la alegría de la Iglesia es ir a buscar aquellas ovejas que están perdidas; la alegría de la Iglesia es precisamente aquella ternura del pastor, la ternura de la madre”.
El Papa explicó que en el final del pasaje de Isaías “se retoma esta imagen: como un pastor él hace pastorear al rebaño y con su brazo lo reúne”. “Ésta – dijo Francisco –  es la alegría de la Iglesia: salir de sí misma y llegar a ser fecunda”:
“Que el Señor nos de la gracia de trabajar, ser cristianos alegres en la fecundidad de la madre Iglesia y nos libre de caer en la actitud de ser cristianos tristes, impacientes, desalentados, ansiosos, que tienen todo perfecto en la Iglesia, pero no tienen ‘niños’. Que el Señor nos consuele con la consolación de una Iglesia madre que sale de sí misma y nos consuele con la consolación de la ternura de Jesús y de su misericordia en el perdón de nuestros pecados”. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Angelus 20141207

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y la memoria de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la invitación del Señor expresada por la boca del profeta Isaías: «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la consolación, en la cual el profeta dirige al pueblo en exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de la tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede ver con confianza hacia el futuro: le espera finalmente el regreso a su patria. Y por eso es la invitación a dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a la gente que ha atravesado un periodo oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero que ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará su pueblo en la vía de la liberación y de la salvación. ¿De qué modo hará todo esto? Con la diligencia y ternura de un pastor que cuida su rebaño. De hecho, Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá a las ovejas perdidas, dará particular atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus creaturas. Por eso el profeta invita a quien lo escucha – incluso a nosotros, hoy – a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza: mensaje que el Señor nos consuela. Y hagan lugar a la consolación que viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros no  experimentamos en primer lugar la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que debemos llevar en el bolsillo: no se olviden de esto, ¡eh! El Evangelio en el bolsillo o en la bolsa, para leerlo continuamente. Y esto nos da consolación: cuando permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos consuela.
Dejemos entonces que la invitación de Isaías - «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» - resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacuda a los resignados, que reanime a los desanimados, que encienda el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Tantas situaciones exigen nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso a cuantos están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a cuantos son esclavos del dinero, del poder, del suceso, de la mundanidad. ¡Pobrecitos! ¡Tienen falsas consolaciones, no la verdadera consolación del Señor! Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, dando testimonio que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales- ¡Él lo puede hacer! ¡Es potente!
El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para preparar con empeño el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nosotros confiamos en Él con un corazón humilde y arrepentido, Él destruirá los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones, allanará las montañas de la soberbia y de la vanidad y abrirá el camino del encuentro con Él. Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, a ser consolados. Al  contrario, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Saben por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio, en la consolación es ¡el Espíritu Santo el protagonista! Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía para salir de nosotros mismos, es Él quien nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, es decir el Padre. Y esto es la conversión. ¡Por favor déjense consolar por el Señor! ¡Déjense consolar por el Señor!
La Virgen María es la “vía” que Dios mismo se ha preparado para venir al mundo. Confiemos a Ella la espera de la salvación y de la paz de todos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Rueda de prensa 20141130

Ayer por la tarde se concluyó la Visita Apostólica del Papa Francisco a Turquía. El vuelo papal aterrizó en el aeropuerto romano de Ciampino poco antes de las 18.30 hora local. Antes de trasladarse al Vaticano, el Santo Padre visitó la Basílica de Santa María la Mayor para rendir homenaje a la Madre de Dios al final de su Sexto Viaje Internacional. Durante el viaje de retorno a Roma, Francisco sostuvo el habitual coloquio con los periodistas que iban a bordo respondiendo a las variadas preguntas de los hombres de prensa. “El Corán es un libro de paz”, no se puede equiparar el islam al terrorismo, pero es necesario que los líderes musulmanes condenen los atentados terroristas; fue una de sus primeras respuestas, a quien le pregunto sobre la “islamofobia, la cristianofobia y el diálogo interreligioso”:
«El Corán es un libro de paz, es un libro profético de paz. Esto no es islam(ismo). Yo entiendo esto y creo – al menos yo creo, sinceramente – que no se puede decir que todos los islámicos son terroristas: no se puede decir esto. Como no se puede decir que todos los cristianos son fundamentalistas, porque nosotros también los tenemos, ¿eh? En todas las religiones existen estos grupos, ¿no? Yo le he dicho al Presidente: “pero, seria bello que todos los líderes islámicos – sean líderes políticos, líderes religiosos o líderes académicos – digan claramente y condenen aquello, porque esto ayudará a la mayoría del pueblo islámico a decir: ‘no’, pero de verdad, pero de la boca de sus líderes: el líder religioso, el líder académico … tantos intelectuales, y los líderes políticos”. Todos nosotros necesitamos una condena mundial, incluso de los islámicos, que tienen la identidad y que digan: “nosotros no somos aquellos. El Corán no es esto”.
‘Cristianofobia’, ¿de verdad? Yo no quiero usar palabras endulzadas: !no! a los cristianos los persiguen en Oriente Medio. Algunas veces, como hemos visto en Irak, en la zona de Mosul, deben irse y dejarlo todo, o pagar los impuestos que luego no sirve para nada … y otras veces los echan con guantes blancos, ¿no? Es como si quisieran que no hubiesen cristianos, que no quedara nada de cristiano. En esa zona hay esto. Es verdad, es un efecto del terrorismo, en el primer caso, pero cuando se hace diplomáticamente, con los guantes blancos, es porque hay otras cosas detrás, ¿no? Y esto no es bueno.
El dialogo interreligioso. He tenido tal vez la conversación más bella, sobre esto con el Presidente de los Asuntos Religiosos de Turquía. Ya cuando el nuevo embajador de Turquía, había venido a presentar sus cartas credenciales, lo vi como un hombre excepcional, un hombre de profunda religiosidad. Y también al Presidente, allí, era de la misma escuela. Y ellos han dicho una cosa bella: “pareciera que el diálogo interreligioso haya llegado al final. Debemos hacer un salto de calidad, porque el diálogo interreligioso … eh, como piensan ustedes esto, nosotros esto … así ¿no? Debemos hacer un salto de calidad, debemos hacer el dialogo entre personas religiosas de diferentes credos”. Pero, esto es bello, porque es el hombre y la mujer que se encuentran con un hombre y una mujer e intercambian sus experiencias: no se habla de teología, se habla de una experiencia religiosa. Y esto sería un bellísimo paso adelante, ¿no? Bellísimo. Me ha gustado muchísimo este encuentro, es de alta calidad».
Un episodio tocante de la Visita del Papa a Turquía fue el momento de meditación en la Mezquita Azul. Francisco comentó su disposición de espíritu durante la meditación:
«Yo fui a Turquía como peregrino, no como turista. Y fui precisamente, el motivo principal es la fiesta de hoy a ver al Patriarca Bartolomé. Cuando fui a la mezquita no podía decir: “¡Ahora soy un turista!”. Vi aquella maravilla, el gran muftí me explicaba muy bien las cosas, con mucha humildad, me citaba El Corán, cuando habla de María y de Juan el Bautista. En ese momento sentí la necesidad de rezar. Le pregunté: “¿Rezamos un poco?” Y él me respondió: “Sí, sí”. Yo recé por toda Turquía, por la paz, por el muftí, por todos y por mí… Dije: “¡Señor, acabemos con estas guerras!” Fue un momento de oración sincera».
“La unidad es un camino que se debe hacer, y se debe hacer juntos”, fueron las palabras del Pontífice a quien le preguntó sobre la unidad de los cristianos y las perspectivas ecuménicas:
«El mes pasado, en ocasión del Sínodo, vino como delegado el metropolita Hilarion, y él quiso hablarme no como delegado del Sínodo sino como presidente de la Comisión del diálogo ortodoxo-católico. Y hablamos un poco. Yo creo que con la ortodoxia estamos en camino; tienen sacramentos y sucesión apostólica… Estamos en camino. Si tenemos que esperar a que los teólogos se pongan de acuerdo… ¡No llegará nunca ese día! Soy escéptico: trabajan bien los teólogos, pero Atenágoras había dicho: “¡Pongamos a los teólogos en una isla para que discutan y nosotros seguimos adelante!”. La unidad es un camino que se debe hacer, y se debe hacer juntos; es el ecumenismo espiritual, rezar juntos, trabajar juntos. Y luego está el ecumenismo de la sangre: cuando estos matan a los cristianos, la sangre se mezcla. Nuestros mártires están gritando: “¡Somos uno!” Es algo que tal vez algunos no pueden entender. Las Iglesias orientales católicas tienen derecho de existir, pero el unitarismo es una palabra de otra época; hay que encontrar otra vía».
En esta perspectiva, El Obispo de Roma expresó su deseo de visitar Moscú, de encontrar al Patriarca Kirill y fortalecer el camino hacia la unidad:
«He hecho saber al Patriarca Kirill: “Donde quieras tú, nos encontramos; si me llamas, voy”. Pero en este momento, con la guerra en Ucrania, tiene muchos problemas. Ambos queremos encontrarnos y seguir adelante. Hilarion propuso una reunión de estudio de la Comisión sobre el tema del primado. Hay que continuar con la petición de Juan Pablo II: “Ayúdenme a encontrar una fórmula de primado aceptable para las Iglesias ortodoxas”».
En este sentido, El Papa Francisco señaló que en la Iglesia existen divisiones “porque la Iglesia se ha visto demasiado a sí misma” y no brilla con la luz de Cristo:
«Lo que siento más profundamente en este camino para la unidad es la homilía que hice ayer sobre el Espíritu Santo: solo el camino del Espíritu Santo es correcto; Él es sorpresa, Él es creativo. El problema (y esta tal vez sea una autocrítica, pero lo dije también en las Congregaciones generales antes del Cónclave) es que la Iglesia no tiene luz propia, debe ver a Jesucristo. Las divisiones existen porque la Iglesia se ha visto demasiado a sí misma. Mientras comíamos hoy, con Bartolomé, hablamos del momento en el que un cardenal fue a llevar la excomunión del Papa al Patriarca: la Iglesia se veía demasiado a sí misma en ese momento. Cuando nos vemos a nosotros mismos nos volvemos auto-referenciales».
Por ello, el Santo Padre exhortó a encontrar un camino aceptable para alcanzar la unidad en la Iglesia:
«Los ortodoxos aceptan el primado: en las letanías de hoy rezaron por su pastor y primado, “aquel que camina primero”. Lo dijeron hoy ante mí. Para encontrar una fórmula aceptable debemos ir al primer milenio. No digo que la Iglesia se haya equivocado (en el segundo milenio), ¡no! Hizo su camino histórico. Pero ahora el camino es seguir adelante con la petición de Juan Pablo II».
Otro gesto que impactó en esta visita apostólica del Papa a Turquía fue el momento del abrazo con el Patriarca Bartolomé I. Al respecto el Santo Padre señaló que no debemos cansarnos de dialogar y no ver con sospecha las aperturas:
«Me permito decir que este no es un problema nuestro. Este es también un problema de los ortodoxos, de algunos monjes y de algunos monasterios. Por ejemplo, desde los tiempos del beato Pablo VI se discute sobre la fecha de la Pascua y no nos ponemos de acuerdo. Con este ritmo, nuestros tataranietos la van a celebrar en agosto. El beato Pablo VI había propuesto una fecha fija, un domingo de abril. Bartolomé ha sido valiente: en Finlandia, en donde hay una pequeña comunidad ortodoxa, dijo que quería festejar el mismo día de los luteranos. Una vez, mientras yo estaba en Vía della Scorta y se estaban haciendo los preparativos para la Pascua, escuché a un oriental que decía: “Mi Cristo resucita dentro de un mes”. Mi Cristo, tu Cristo… Hay problemas. Pero debemos ser respetuosos y no cansarnos de dialogar, sin insultar, sin ensuciarse, sin chismear. Pero si uno no quiere dialogar… Pero se necesita paciencia, mansedumbre y diálogo».
Después de visitar y encontrar a los niños y jóvenes en el oratorio de los salesianos en Estambul, el Pontífice manifestó su deseo de visitar Irak:
«Quería ir a un campo de prófugos, pero se necesitaba un día más y no era posible por muchas razones, no solo personales. Entonces pedí estar un poco con los chicos refugiados que albergan los salesianos. Aprovecho para agradecer al gobierno turco, que es generoso, es generoso con los refugiados. ¿Saben qué significa pensar en la salud, en la alimentación, en una cama, una casa para un millón de refugiados? Yo quiero ir a Irak. Hablé con el patriarca Sako. Por el momento no es posible. Si fuera en este momento, se crearía un problema para las autoridades, para la seguridad».
Algunos hombres de prensa se dirigieron al Papa y formularon otras preguntas sobre la Actividad de Francisco. Entre ellas la sugestiva pregunta sobre la tercera guerra mundial y las armas nucleares:
«Estoy convencido de que estamos viviendo una Tercera Guerra Mundial en fragmentos, en capítulos, por doquier. Detrás de esto hay enemistades, problemas políticos, problemas económicos, para salvar este sistema en el que el dios dinero y no la persona humana es el centro. Y detrás también hay intereses comerciales: el tráfico de armas es terrible, es uno de los negocios más fuertes en estos momentos. El año pasado, en septiembre, se decía que Siria tenía armas químicas: yo creo que Siria no era capaz de producir armas químicas. ¿Quién se las vendió? ¿Tal vez algunos de los que después la acusaban de tenerlas? Sobre este asunto de las armas hay demasiados misterios. Sobre la bomba atómica, la humanidad no ha aprendido. Dios nos ha dado la Creación para que de esta incultura hiciéramos cultura. El hombre la hizo y llegó a la energía nuclear, que puede servir a muchas cosas buenas, pero la ha utilizado para destruir a la humanidad. Esa cultura se convierte en una segunda incultura: yo no quiero hablar del fin del mundo, pero es una cultura que llamo “terminal”; después habrá que comenzar de nuevo, como hicieron las ciudades de Nagasaki e Hiroshima».
Recordando el reciente Sínodo Extraordinario de la Familia, el Papa señaló que queda todavía camino por recorrer en este tema y se tiene que considerar todo el proceso en su totalidad:
«El Sínodo es un recorrido, es un camino. No es un Parlamento; es un espacio protegido para que se pueda hablar sobre el Espíritu Santo. Tampoco con la relación final se termina el recorrido. Por ello no se puede tener una opinión de una persona o de un borrador. Yo no estoy de acuerdo (es mi opinión) con que se diga públicamente: “Este dijo esto”, sino que se haga público, como sucedió, solamente lo que se dijo: el Sínodo no es un Parlamento. Se requiere protección para que pueda hablar el Espíritu Santo».