miércoles, 27 de mayo de 2015

Audiencia 20150527

Queridos hermanos y hermanas: La catequesis de hoy está centrada en el noviazgo, llamado a poner las bases de un proyecto de amor común y que debe asumido con plena conciencia. El matrimonio, como vocación de Dios, no es sólo una relación basada en la atracción y el sentimiento, sino que establece una alianza tan sólida y duradera, que hace de dos vidas una sola, un auténtico milagro de la libertad humana y de la gracia de Dios. Una alianza así no se improvisa de un día para otro. El noviazgo crea las condiciones favorables para que el hombre y la mujer se conozcan a fondo, para que maduren la decisión responsable por algo tan grande, que no se puede ni comprar ni vender.
La cultura consumista del “usar y tirar”, del “todo y enseguida”, imperante en nuestra sociedad muchas veces tiende a convertir el amor en un objeto de consumo, que no puede constituir el fundamento de un compromiso vital.
La Iglesia, en su sabiduría sabe que el amor no se compra y por esto ha preservado la distinción entre el noviazgo y el matrimonio, precisamente para proteger la profundidad del sacramento. Los cursos prematrimoniales son una expresión de esta solicitud por la preparación de los esposos. Hoy más que nunca es necesario revalorizar el noviazgo, como una iniciación a la sorpresa de los dones espirituales con los cuales Dios bendice y enriquece a la familia.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Invito a todos, especialmente a los esposos cristianos, a acompañar con la oración y el testimonio de amor y fidelidad, a los jóvenes novios que se preparan para el matrimonio. Muchas gracias.

lunes, 11 de mayo de 2015

Santa Marta 20150511

Aún hoy se asesinan a los cristianos en nombre de Dios, pero el Espíritu Santo da la fuerza para testimoniar hasta el martirio. Lo dijo el Papa Francisco durante su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.   También hoy hay quien mata a los cristianos creyendo dar culto a Dios
En el Evangelio del día, Jesús anuncia a los discípulos la venida del Espíritu Santo: “Yo tengo tantas cosas que decirles, pero en este momento ustedes no son capaces de llevar el peso; pero cuando vendrá el Paráclito, el Espíritu de la verdad, Él los guiará hacia toda la verdad”. El Señor “habla del futuro, de la cruz que nos espera, y nos habla del Espíritu, que nos prepara a dar el testimonio cristiano”.
Habla “del escándalo de las persecuciones”, del “escándalo de la Cruz”. “La vida de la Iglesia – observó el Papa –  es un camino guiado por el Espíritu” que nos recuerda las palabras de Jesús y “nos enseña las cosas que aún Jesús no ha podido decirnos”: “Es compañero del camino” y “también nos defiende” del “escándalo de la Cruz”.
En efecto, la Cruz es un escándalo para los judíos que “piden signos” y necedad para “los griegos, es decir, los paganos” que “piden sabiduría, ideas nuevas”. Los cristianos, en cambio, predican a Cristo crucificado. De este modo, Jesús prepara a los discípulos para que no se escandalicen de la Cruz de Cristo: “Los expulsarán de las sinagogas – dice Jesús –  es más viene la hora en que cualquiera los matará, creyendo que rinde culto a Dios”:
“Hoy somos testigos de estos que matan a los cristianos en nombre de Dios, porque son incrédulos, según ellos. Ésta es la Cruz de Cristo: ‘Harán eso porque no han conocido ni al Padre ni a mí’. ‘Esto que me ha sucedido a mí – dice Jesús – también les sucederá a ustedes – las persecuciones, las tribulaciones – pero, por favor, no se escandalicen; será el Espíritu el que los guiará les hará entender’”.
La fuerza del Espíritu de los fieles coptos degollados en la playa
En este contexto, el Papa Francisco recordó la conversación telefónica mantenida el día anterior con el Patriarca copto Tawadros, “porque era el día de la amistad copto-católica”:
“Pero yo recordaba a sus fieles, que han sido degollados en la playa por ser cristianos. Estos fieles, por la fuerza que les ha dado el Espíritu Santo, no se escandalizaron. Morían con el nombre de Jesús en sus labios. Es la fuerza del Espíritu. El testimonio. Es verdad, esto es precisamente el martirio, el testimonio supremo”.
El testimonio de cada día
“Pero también está el testimonio de cada día  –  prosiguió diciendo el Papa –  el testimonio de hacer presente la fecundidad de la Pascua” que “nos da el Espíritu Santo, que nos guía hacia la verdad plena, la entera verdad, y nos hace recordar lo que Jesús nos dice”:
“Un cristiano que no toma seriamente esta dimensión ‘martirial’ de la vida no ha entendido aún el camino que Jesús nos ha enseñado: camino ‘martirial’ de cada día; camino ‘martirial’ en el defender los derechos de las personas; camino ‘martirial’ en el defender a los hijos: papás, mamás, que defienden su familia; camino ‘martirial’ de tantos, tantos enfermos que sufren por amor de Jesús. Todos nosotros tenemos la posibilidad de llevar adelante esta fecundidad pascual por este camino ‘martirial’, sin escandalizarnos”.
“Pidamos al Señor – dijo el Papa  al concluir –  la gracia de recibir al Espíritu Santo que nos hará recordar las cosas de Jesús, que nos guiará a la verdad total y nos preparará cada día para dar este testimonio, para dar este pequeño martirio de cada día o un gran martirio, según la voluntad del Señor”.

sábado, 9 de mayo de 2015

Santa Marta 20150508


Hoy dedicamos la Misa a mi patria en el día de la fiesta de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Argentina.

Acabamos de leer en los Hechos de los Apóstoles que el Espíritu Santo crea cierto movimiento en la Iglesia que, aparentemente, puede parecer confusión, pero que, en cambio, si se acoge en oración y con espíritu de diálogo, genera siempre unidad entre los cristianos. El Dios desconocido mueve las aguas de la Iglesia, y cada vez que los cristianos, empezando por los Apóstoles, discuten con franqueza y diálogo, y no fomentando traiciones ni camarillas internas, siempre comprenden qué es lo que hay que hacer, gracias a la inspiración del Espíritu Santo.

El texto de hoy narra la conclusión del primer Concilio de Jerusalén, que estableció, tras no pocas fricciones, las pocas y sencillas reglas que los nuevos conversos al Evangelio debían observar. El problema es que antes se había encendido una lucha intestina entre los llamados cerrados —un grupo de cristianos muy apegados a la ley, que querían imponer las condiciones del judaísmo a los nuevos cristianos—, y Pablo de Tarso, Apóstol de los paganos, totalmente contrario a esa constricción. ¿Cómo resuelven el problema? Se reúnen, y cada uno da su opinión. Discuten, pero como hermanos y no como enemigos. No forman grupitos para vencer, no van a los poderes civiles para imponerse, no matan para ganar. Buscan el camino de la oración y del diálogo. Y así, los que estaban en posiciones opuestas, dialogan y se ponen de acuerdo. ¡Eso es obra del Espíritu Santo!

La decisión final se toma en concordia. Y, sobre esa base, se escribe la carta que, al final del Concilio, se enviará a los hermanos que provengan de los paganos, en la que lo que se comunica es fruto de un acuerdo entre diversas maniobras y estratagemas que sembraban cizaña. Una Iglesia donde nunca haya problemas de ese tipo me lleva a pensar que el Espíritu quizá no esté tan presente. Y en una Iglesia donde siempre se discute y hay grupúsculos donde se traicionan los hermanos unos a otros, ¡ahí no está el Espíritu! El Espíritu es el que hace la novedad, mueve la situación para avanzar, crea nuevos espacios, concede la sabiduría que Jesús prometió: ¡Él os enseñará todo! (cfr. Jn 14,26). Esto remueve, pero también es lo que, al final, crea la unidad armoniosa entre todos.

El Concilio concluye con unas palabras que revelan el alma de la concordia cristiana, y no un simple acto de buena voluntad, sino un fruto del Espíritu Santo. Eso es lo que nos enseña la lectura del primer Concilio ecuménico. Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros (cfr. Hch 15,28): esa es la fórmula, cuando el Espíritu nos pone a todos de acuerdo. Pidamos al Señor Jesús que nos envíe siempre al Espíritu Santo a cada uno; que lo envíe a la Iglesia y que la Iglesia sepa ser fiel a los movimientos que provoca el Espíritu Santo.