martes, 16 de junio de 2015

Aborto cero

Por ser buena la noticia, quiero hacerle un poco de eco; y también porque, como suele ocurrir en estos casos, ha pasado bastante inadvertida.
La Comisión de Justicia del Congreso peruano ha decidido  casi por unanimidad –sólo un voto en contra-, no dar curso a una solicitud de proyecto de ley que pretendía que se aceptara el aborto en caso de mujeres violadas.
Los miembros de esa Comisión han señalado, claramente, el crimen de la violación. Una injusticia y un mal que hay que combatir. A la vez, subrayan que el modo de combatirlo no es con otro crimen todavía mayor, como es la muerte de un ser inocente.
El camino que debe recorrer la justicia, señala un comentarista es el de “emprender y afianzar una lucha por la defensa de los derechos de la mujer, contra todo tipo de acto repugnante que vulnere su libertad”.
“La violación es un delito terrible, subrayó uno de los ponentes de la Comisión; sin embargo, victimizar a un niño en gestación no es mi opción”.
Más de medio millón de personas, número que duplicó el del año pasado, llenaron las calles de Lima hace unos meses en defensa de la vida “desde la concepción hasta la muerte natural”.
Notas de este canto a la vida están sonando en todo el mundo; y éste llegado desde más allá de los Andes es muy bien venido. Es el canto agradecido y alegre del matrimonio que anhela ver realizado su deseo de tener hijos, y recibe con un gozo lleno de estupor, el anuncio de la primera criatura.
Hace pocos días otra noticia alentadora llegó de Estados Unidos: el número de abortos sigue bajando. Una de las dirigentes de una asociación pro-vida de ese país reconoce que es una buena señal de “toda una generación de mujeres que vieron un sonograma como primera foto de su bebé”; y que con esas fotos, se ha ido consiguiendo “una mayor conciencia de la humanidad del bebé antes de su nacimiento”.
Me parece que toda madre tiene una muy buena conciencia de la “humanidad” de quien está palpitando en su vientre. Verle cara a cara, aunque él no pueda abrir los ojos, hace más patente, sin duda, su humanidad; su derecho a vivir; su alegría de poder decir un día que ha tenido a esta mujer como madre.
Las llamadas a la paz son constantes en todos los rincones del mundo. El Papa Francisco lo ha vuelto a recordar en el reciente viaje a Sarajevo: “Paz es el sueño de Dios, es el proyecto de Dios para la humanidad, para la historia, para la creación. Y es un proyecto que encuentra siempre oposición por parte del hombre y por parte del maligno”.
¿Puede realizar Dios este sueño en Europa, si los europeos le damos una mano al diablo, y continuamos empecinados en llenar las leyes de nuestros países con alabanzas, reconocimientos, “derechos”, para este acto radical de guerra que es el aborto?
El cardenal Cipriani, arzobispo de Lima, sabía lo que decía cuando, al dirigirse a la manifestación limeña reconoció que: “ésta es la generación fuerte y el futuro de la patria. Somos un Perú que defiende la vida, el matrimonio y la familia”.  Y, en este caso, las cifras le dan también la razón: Perú ha pasado de 10 millones de habitantes en l960, a más de 30 millones en 2010. Y, por supuesto, la población goza de un nivel de vida bastante mejorado en relación a cincuenta años atrás.
En Lima pueden estar contentos. Han tenido políticos con “conciencia”, que han conseguido mantener la legislación defensora de la vida de los concebidos, de los  nacidos, aunque todavía no hayan visto la luz del sol fuera del vientre de su madre, que lucharán para sembrar la paz en la sociedad peruana.
Ernesto Julia

domingo, 7 de junio de 2015

Angelus 20150607

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy se celebra en muchos Países, entre los cuales Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, o, según la más conocida expresión latina, la solemnidad del Corpus Domini.
El Evangelio presenta el relato de la institución de  la Eucaristía, cumplida por Jesús durante la Última Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La víspera de su muerte redentora sobre la cruz, Él realizó aquello que habia anunciado: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo…  El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,51.56), así dijo el Señor. Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo» (Mc 14,22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que no es más aquella del simple nutrimiento físico, sino aquella de hacer presente a su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.
La Última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se cumplirá sobre la cruz, sino también síntesis de una existencia ofrecida para la salvación de la humanidad entera. Por lo tanto, no basta afirmar que en la Eucarístia está presente Jesús, sino que se debe ver en ella la presencia de una vida donada y de ella tomar parte. Cuando tomamos y comemos aquel Pan, nosotros venimos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos en realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.
La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos empuja a  recibir la intíma invitación a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de aquello que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos sale al encuentro en los eventos cotidianos; está en el pobre que extiende la mano, está en el sufriente que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en todo ser humano, también en el más pequeño e indefenso.
La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede permanecer indiferente ante aquellos que no tiene el pan cotidiano. Y hoy - lo sabemos- es un problema cada vez más grave.
Que la fiesta del Corpus Domini inspire y alimente cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad receptiva y solidaria. Depongamos estos deseos en el corazón de la Virgen Maria, Mujer eucarística. Ella suscite en todos la alegría de participar a la Santa Misa, especialmente el domingo, y el valor alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo.