viernes, 25 de noviembre de 2016

Homilía 20161124

La lectura del Libro del Apocalipsis (18,1-2.21-23;19,1-3.9a) habla de tres voces. La primera es el grito del ángel: Cayó, cayó la gran Babilonia, la que sembraba corrupción en los corazones de la gente y la que nos lleva a todos por esa senda de la corrupción. La corrupción es el modo de vivir en la blasfemia, la corrupción es una forma de blasfemia, el lenguaje de esa Babilonia, de esa mundanidad, es blasfemia, no está Dios: está el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación. Pero esa mundanidad que seduce a los grandes de la tierra caerá. Esa civilización caerá y el grito del ángel es un grito de victoria: cayó, ha caído la que engañaba con sus seducciones. Y el imperio de la vanidad, del orgullo, caerá, como cayó Satanás.

Contrario al grito del ángel, que era un grito de victoria por la caída de la civilización corrupta, hay otra voz poderosa, el grito de la gente que alaba a Dios: La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios. Es la voz potente de la adoración, la adoración del pueblo de Dios que se salva y también del pueblo en camino, que todavía está en la tierra. El pueblo de Dios, pecador, pero no corrupto: pecador que sabe pedir perdón, pecador que busca la salvación de Jesucristo.

Ese pueblo se alegra cuando ve el fin y la alegría de la victoria se convierte en adoración. No podemos quedarnos solo con el primer grito del ángel, sino con esta voz potente de la adoración de Dios. Pero a los cristianos les cuesta adorar. Somos muy buenos para rezar pidiendo algo, pero la oración de alabanza no es fácil hacerla. Hay que aprenderla, debemos aprenderla ahora para no aprenderla de prisa cuando lleguemos allá. Es muy hermosa la oración de adoración ante el Sagrario. Una oración que solo dice: Tú eres Dios. Yo soy un pobre hijo amado por ti.

Finalmente, la tercera voz es un susurro. El ángel que dice: escribe, Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero. La invitación del Señor no es un grito sino una voz suave, como cuando Dios habla con Elías. La voz de Dios cuando habla al corazón es así: como un hilo de silencio sonoro. Y esa invitación a las bodas del Cordero será el final, nuestra salvación. Los que hayan entrado al banquete, según la parábola de Jesús, son de hecho los que estaban en los cruces de los caminos, buenos y malos, ciegos, sordos, cojos, todos nosotros pecadores, pero con la humildad suficiente para decir: Soy un pecador y Dios me salvará. Y si tenemos eso en el corazón, Él nos invitará, y oiremos esa voz susurrante que nos invita al banquete. El Evangelio acaba con esa voz. Cuando empiece a suceder esto —o sea la destrucción de la soberbia, de la vanidad, todo eso—, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación, es decir, te están invitando a las bodas del Cordero. Que el Señor nos dé la gracia de esperar esa voz, de prepararnos para oír esa voz: Ven, ven, ven siervo fiel —pecador pero fiel—, ven, ven al banquete de tu Señor.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Homilía 20161122

Las lecturas de la liturgia en esta última semana del Año Litúrgico son como una llamada del Señor a pensar en serio en el final, el final de cada uno de nosotros, porque cada uno tendrá su fin.

No nos gusta pensar en esas cosas, pero es la verdad. Y cuando uno se haya ido, pasarán los años y casi nadie nos recordará. Yo tengo una agenda donde escribo cuando muere una persona y cada día veo los aniversarios y ¡cómo ha pasado el tiempo!

Esto nos obliga a pensar en lo que dejamos, en cuál es la huella de nuestra vida. Y después del fin, como se cuenta en la lectura de hoy del Apocalipsis de Juan (Ap 14,14-19), tendrá lugar el juicio para cada uno de nosotros. Nos vendrá bien pensar: ¿Cómo será aquel día cuando esté delante de Jesús? Cuando Él me pregunte por los talentos que me dio, ¿qué he hecho con ellos? Cuando me pregunte cómo ha estado mi corazón cuando cayó la semilla, ¿como un camino o como las espinas? Son las Parábolas del Reino de Dios. ¿Cómo recibí la Palabra? ¿Con corazón abierto? ¿La ha hecho germinar por el bien de todos o a escondidas?

Cada uno estará delante de Jesús en el día del juicio. Por tanto, retomando las palabras del Evangelio de Lucas (Lc 21,5-11), mirad que nadie os engañe. Y el engaño del que habla es la alienación, el engaño de las cosas superficiales, que no tienen trascendencia, el engaño de vivir como si nunca fuera a morir. Cuando venga el Señor, ¿cómo me encontrará? ¿Esperando, o en medio de tantas alienaciones de la vida? Recuerdo que siendo niño, cuando iba al catecismo, nos enseñaban cuatro cosas: muerte, juicio, infierno o gloria. Después del juicio existen esas posibilidades. Pero, Padre, eso es para asuntarnos. No, ¡es la verdad! Porque si no cuidas tu corazón para que el Señor esté contigo, y vives siempre alejado del Señor, quizá exista el peligro de continuar así de alejado del Señor por toda la eternidad. ¡Y eso es tremendo!

Por tanto, pensemos cómo será nuestro fin y qué pasará delante del Señor. Y el remedio para no tener miedo en ese momento está en el Apocalipsis: Sé fiel hasta la muerte —dice el Señor— y te daré la corona de la vida. La fidelidad al Señor, y Él no defrauda. Si cada uno de nosotros es fiel al Señor, cuando venga la muerte, diremos: ¡Ven, hermana muerte! No nos asusta. Y cuando llegue el día del juicio, miraremos al Señor y le diremos: Señor tengo tantos pecados, pero he procurado ser fiel. Y el Señor es bueno. Así pues, os doy este consejo: Sé fiel hasta la muerte —dice el Señor— y te daré la corona de la vida. Con esa fidelidad no tendremos miedo del fin, ni nos asustará el día del juicio.