Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis
hijos!
La proximidad del Sínodo de Obispos,
sobre la juventud y el discernimiento vocacional, me mueve a dirigiros estas
líneas para invitaros a una renovada dedicación a la obra de san Rafael, que ha
de ser, para todos, –en expresión de san Josemaría– como «la niña
de nuestros ojos», pues la formación cristiana de la juventud es y será siempre
una prioridad apostólica en la Iglesia y por tanto en la Obra.
«Ite et vos in vineam meam. Id
también vosotros a mi viña». Nuestro Padre escribió estas palabras de Jesús –de
la parábola de los trabajadores en la viña (cfr. Mt 20,4)–,
como encabezamiento de la Instrucción para la obra de san Rafael. Las
reconocemos dirigidas también a nosotros, sabiéndonos enviados a trabajar en la
viña que el Señor encomendó a nuestro Padre y que ahora está en las manos de
cada una de sus hijas y de cada uno de sus hijos.
Como finalidad inmediata de esta labor
deseamos formar al mayor número posible de gente joven, para que con libertad y
responsabilidad personales, participando del espíritu de la Obra, sean –ahora y
después a lo largo de su vida– fermento cristiano en las familias, en las
profesiones, en todo el campo inmenso de la vida humana en medio del mundo. Y
como otra consecuencia de esta labor, el Señor no dejará de llamar a quienes Él
quiera (cfr. Mc 3,13) a incorporarse al Opus Dei.
También por la acción apostólica de esos
mismos chicos y chicas de san Rafael, deseamos ser, en unión con toda la
Iglesia, sembradores de la alegría del Evangelio, que «llena el corazón y la
vida entera de los que encuentran a Jesús»[1].
Que estas muchachas y estos muchachos
sean de hecho una selección, no significa desentenderse de los demás. De cien
almas nos interesan las cien; por eso, como también nos enseña nuestro Padre:
«Vuestra labor y la mía debe ir dirigida, repito, a todas las criaturas: a los
parientes, a los amigos, a los convecinos, a los colegas, a los de nuestro
país, a los que son ciudadanos de otros países; a los católicos, a los
cristianos disidentes, a los no cristianos: siempre conviviendo con amistad
leal y veritatem facientes in caritate, siguiendo y propagando la
verdad del Evangelio con caridad (Ephes. IV, 15)»[2].
Aunque los chicos y las chicas de san Rafael no tengan
un vínculo formal con la Obra –no son fieles de la Prelatura–, participan de su
espíritu y de su dinamismo apostólico. No son, por tanto, personas que
simplemente reciben unos medios de formación espiritual, sino que sienten la
Obra como suya y procuran cooperar activamente en su misión apostólica.
Procuremos dedicar cabeza y tiempo a preparar las
actividades que son medios tradicionales de esta labor (círculos, retiros,
catequesis, etc.), y ponerlos en práctica con el tono humano y sobrenatural,
con el sentido positivo y el amor a Dios y a las almas con que nacieron en el
corazón de san Josemaría. Sin olvidar que el fruto apostólico depende ante todo
de la gracia de Dios.
Sabéis bien que estas actividades no son
independientes de las relaciones interpersonales de amistad: «Nuestro Padre nos
enseñó que estas labores han de ir siempre precedidas, acompañadas y seguidas
por la oración, la mortificación y el trato personal de amistad y confidencia»[3].
La amistad es un valor humano muy rico,
que Jesús mismo ha elevado al nivel divino: «A vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,15);
«Nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).
El Señor se da completamente: procuremos seguir sus pasos y entregar la vida
por los demás. El apostolado es máxima expresión de amistad. No se
instrumentaliza la amistad, sino que se lleva a su plenitud.
Vivir una verdadera amistad, leal y
sincera[4], implica salir de nosotros mismos. Supone
dedicar generosamente el tiempo para un trato personal, en el que se comparten
alegrías, dolores, esperanzas, por verdadero interés y afecto mutuo. En este
ámbito del apostolado personal de amistad, se abren siempre grandes
posibilidades a la espontaneidad e iniciativa de cada una y de cada uno.
También hay un gran panorama para organizar
actividades auxiliares, según las necesidades de lugar y tiempo, que ayuden a
mejorar la formación humana, cultural, etc. de un gran número de gente joven,
respetando y defendiendo la libertad de todos, y les facilite acercarse a la fe
o incrementar su formación y vida cristiana.
Cuando las dificultades nos parezcan
grandes –y, en ocasiones, lo sean–, volvamos la mirada a los primeros tiempos
de la Obra, en los que los obstáculos eran muy fuertes, y que años más tarde
nuestro Padre recordaba con estas palabras: «Frente a todo eso, teníamos bien
poco -ningún medio humano y mucha juventud, mucha inexperiencia y mucha
ingenuidad-, pero lo teníamos también todo: la oración, la gracia de Dios, el
buen humor y el trabajo, que siempre han sido y serán las armas del Opus Dei»[5].
Pidamos luz al Señor, para ver cada una y cada uno qué
más podemos hacer y qué podemos hacer mejor en esta labor, comenzado por los
medios sobrenaturales: oración, sacrificio, trabajo convertido en oración. Cada
uno podrá considerar también cómo mejorar su participación, según su edad y
circunstancias personales, en los diversos medios de este apostolado con la
juventud.
Con todo cariño os bendice vuestro Padre
Roma, 8 de junio de 2018
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús