En el Salmo hemos recitado: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97,1).
Hoy
nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: ¡María! Una
criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios,
Madre de su Creador.
Precisamente mirando a María a la luz de las
lecturas que hemos escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre
tres puntos: primero, Dios nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra fuerza.
1. El primero: Dios nos sorprende.
La historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa:
para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo,
que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino
únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y no en uno de
los grandes ríos de Damasco, sino en el pequeño Jordán. Es un
requerimiento que deja a Naamán perplejo, también sorprendido: ¿qué Dios
es este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse, pero después da
el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. Dios nos
sorprende; precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad
es donde se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura y nos
fortalece. Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.
Ésta
es también la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio del Ángel,
no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para hacerse
hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de
Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no
ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de
Él, aunque no lo comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor,
hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Es su respuesta. Dios
nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros
proyectos, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender,
sal de ti mismo y sígueme.
Preguntémonos hoy todos nosotros si
tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está
pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en
mis seguridades, seguridades materiales, seguridades intelectuales,
seguridades ideológicas, seguirdades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a
Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?
2. En la lectura
de San Pablo que hemos escuchado, el Apóstol se dirige a su discípulo
Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con Él,
reinaremos con Él. Éste es el segundo punto: acordarse siempre de
Cristo, la memoria de Jesucristo, y esto es perseverar en la fe: Dios
nos sorprende con su amor, pero nos pide que le sigamos fielmente.
Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa, con un
proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades,
hemos tirado la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con
nuestras opciones fundamentales, como el matrimonio. La dificultad de
ser constantes, de ser fieles a las decisiones tomadas, a los
compromisos asumidos. A menudo es fácil decir “sí”, pero después no se
consigue repetir este “sí” cada día. No se consigue a ser fieles.
María
ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su humilde existencia
de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de
otros muchos “sí” pronunciados en su corazón tanto en los momentos
gozosos como en los dolorosos; todos estos “sí” culminaron en el
pronunciado bajo la Cruz. Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué
punto ha llegado la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo
único en la Cruz. La mujer fiel, de pie, destruida dentro, pero fiel y
fuerte.
Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre
cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en
la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las
cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles,
Él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la
mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a Él
y confesarle nuestra debilidad para que Él nos dé su fuerza. Es éste el
camino definitivo, siempre con el Señor, también en nuestras
debilidades, también en nuestros pecados. Jamás caminar sobre el camino
de lo provisional. Esto sí mata. La fe es fidelidad definitiva, como
aquella de María.
3. El último punto: Dios es nuestra fuerza.
Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su
encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos: “Jesús, maestro,
ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de
amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde
liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo,
que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes gritos y dando
gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para alcanzar la
curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y reconocer
que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios por lo
que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación,
lo primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente
Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor”, o sea, un cántico de alabanza y de acción de
gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino por lo que ha
hecho en toda la historia de salvación. Todo es don suyo. Si nosotros
podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta felicidad hay en
nuestro corazón! Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias
es tan fácil, y sin embargo tan difícil! ¿Cuántas veces nos decimos
gracias en la familia? Es una de las palabras claves de la convivencia.
"Permiso", "disculpa", "gracias": si en una familia se dicen estas tres
palabras, la familia va adelante. "Permiso", "perdóname", "gracias".
¿Cuántas veces decimos "gracias" en familia? ¿Cuántas veces damos las
gracias a quien nos ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la
vida? ¡Muchas veces damos todo por descontado! Y así hacemos también con
Dios. Es fácil dirigirse al Señor para pedirle algo, pero ir a
agradecerle: "Uy, no me dan ganas".
Continuemos la Eucaristía
invocando la intercesión de María para que nos ayude a dejarnos
sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser hijos fieles cada día,
a alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra fuerza. Amén.
Al Final (Video Oficial) - Lilly Goodman
Hace 31 minutos
No hay comentarios:
Publicar un comentario