La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en
el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés;
eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y
mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que
avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia
en camino por el desierto del mundo actual, en el Pueblo de Dios,
compuesto en su mayor parte por familias.
Nos hace pensar
también en las familias, en nuestras familias, en camino, por los
derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día… Es incalculable
la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua,
la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que
crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas… Las
familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al
mismo tiempo, son los “ladrillos” para la construcción de la sociedad.
Volvamos
al texto bíblico. En un momento dado, “el pueblo no soportó el viaje
(Nm 21, 4). Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un
alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis,
les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra
Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos has sacado…?” (Cf. Nm 21,5). Es la
tentación de volver atrás, de abandonar el camino.
Esto me
lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten cansadas del
camino” de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se
convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no
encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se
hace pesada, y tantas veces “da náusea”.
En ese momento de
desorientación – dice la Biblia – llegaron serpientes venenosas que
mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento
del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor
que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio:
una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano
del veneno mortal de las serpientes.
¿Qué significa este
símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”:
mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su
fuerza de curación, que es su misericordia, más fuerte que el veneno del
tentador.
Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se
identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él,
el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (Cf. Jn 3,13-17);
y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo a hacerse hombre, a hacerse
siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo
ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa
el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Quien
confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del
veneno mortal del pecado.
El remedio que Dios da al pueblo
vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del
camino”, son mordidos por la tentación del desánimo, de la infidelidad,
de mirar atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a
su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en
Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la
fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y
familiar.
El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la
unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando
humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede
devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el
matrimonio: un camino juntos de un hombre y una mujer, en el que el
hombre tiene la misión de ayudar a la mujer a ser mejor mujer, y la
mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser más hombre. Esta es la
misión que tienen entre ustedes. Es la reciprocidad de la diferencia.
No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje
comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida.
En
medio de esta teología que nos da la Palabra de Dios, el pueblo en
camino, también la familia en camino, los esposos en camino, un pequeño
consejo: es normal que los esposos peleen, es normal. Siempre se hace.
Pero les aconsejo que jamás terminen la jornada sin hacer la paz. Es
suficiente un pequeño gesto y así se sigue caminando. El matrimonio es
símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es el
sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en
la Cruz su prueba y su garantía.
Les deseo a todos ustedes un
buen camino, un bello camino, un camino fecundo. Que el amor crezca. Les
deseo felicidad. Habrá cruces pero está siempre el Señor para ayudarlos
a ir adelante. Que el Señor los bendiga.
Machado.
Hace 1 hora
No hay comentarios:
Publicar un comentario