Resumen
distribuido por la Oficina
de Prensa de la Santa Sede : “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”), la Exhortación
apostólica post-sinodal “sobre el amor en la familia”, con fecha no casual del 19 de
marzo, Solemnidad de San José, recoge los resultados de dos Sínodos sobre la
familia convocados por Papa Francisco en el 2014 y en el 2015, cuyas Relaciones
conclusivas son largamente citadas, junto a los documentos y enseñanzas de sus
Predecesores y a las numerosas catequesis sobre la familia del mismo Papa
Francisco. Todavía, como ya ha sucedido en otros documentos magisteriales, el
Papa hace uso también de las contribuciones de diversas Conferencias
episcopales del mundo (Kenia, Australia, Argentina…) y de citaciones de
personalidades significativas como Martin Luther King o Eric Fromm. Es
particular una citación de la película “La fiesta de Babette”, que el Papa
recuerda para explicar el concepto de gratuidad.
Premisa
Pero
sobre todo el Papa afirma inmediatamente y con claridad que es necesario salir
de la estéril contraposición entre la ansiedad de cambio y la aplicación pura y
simple de normas abstractas. Escribe: “los debates que se dan en los medios de
comunicación, en las publicaciones y aún entre ministros de la Iglesia , van desde un
deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación,
hasta la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o
extrayendo conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2).
Capítulo primero: “A la luz de la Palabra ”
Puestas
estas premisas, el Papa articula su reflexión a partir de la Sagrada Escritura
en el primer capítulo, que se desarrolla como una meditación sobre el
Salmo 128, característico de la liturgia nupcial tanto judía como cristiana. La Biblia “está poblada de
familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares” (AL 8)
y a partir de este dato se puede meditar cómo la familia no es un ideal
abstracto sino un “trabajo ‘artesanal’” (AL 16) que se expresa con ternura (AL
28) pero que se ha confrontado también con el pecado desde el inicio, cuando la
relación de amor se transforma en dominio (cfr. AL 19). Entonces la Palabra de Dios “no se
muestra como un secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje
también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les
muestra la meta del camino” (AL 22).
Capítulo segundo: “La realidad y los desafíos de la familia”
A
partir del terreno bíblico en el segundo capítulo el Papa considera la
situación actual de las familias, poniendo “los pies sobre la tierra” (AL 6),
recurriendo ampliamente a las Relaciones conclusivas de los dos Sínodos y
afrontando numerosos desafíos, desde el fenómeno migratorio a las negociaciones
ideológicas de la diferencia de sexos (“ideología del gender”); desde la
cultura de lo provisorio a la mentalidad antinatalista y al impacto de la
biotecnología en el campo de la procreación; de la falta de casa y de trabajo a
la pornografía y el abuso de menores; de la atención a las personas con
discapacidad, al respeto de los ancianos; de la deconstrucción jurídica de la
familia, a la violencia contra las mujeres. El Papa insiste sobre lo concreto,
que es una propiedad fundamental de la Exhortación. Y son
las cosas concretas y el realismo que ponen una substancial diferencia entre
teoría de interpretación de la realidad e “ideologías”.
Citando
la Familiares
consortio Francisco afirma que “es sano prestar atención a la realidad
concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu resuenan también en
los acontecimientos mismos de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a
una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la
familia”. (AL 31) Por lo tanto, sin escuchar la realidad no es posible
comprender las exigencias del presente ni los llamados del Espíritu. El Papa
nota que el individualismo exagerado hace difícil hoy la entrega a otra persona
de manera generosa (Cfr. AL 33). Esta es una interesante fotografía de la
situación: “se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de
fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor de ser atrapado por una relación
que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales” (AL 34).
La
humildad del realismo ayuda a no presentar “un ideal teológico del matrimonio
demasiado abstracto, casi artificialmente construido, lejano de la situación
concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales” (AL 36). El
idealismo aleja de considerar al matrimonio tal cual es, esto es “un camino
dinámico de crecimiento y realización”. Por esto no es necesario tampoco creer
que las familias se sostienen “solamente insistiendo sobre cuestiones
doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia” (AL 37).
Invitando a una cierta “autocrítica” de una presentación no adecuada de la
realidad matrimonial y familiar, el Papa insiste que es necesario dar espacio a
la formación de la conciencia de los fieles: “Estamos llamado a formar las
conciencias no a pretender sustituirlas” (AL 37). Jesús proponía un ideal
exigente pero “no perdía jamás la cercana compasión con las personas más
frágiles como la samaritana o la mujer adúltera” (AL 38).
Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: la vocación de la
familia”
El tercer
capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia a cerca del
matrimonio y la familia. La presencia de este capítulo es importante porque
ilustra de manera sintética en 30 párrafos la vocación de la familia según el
Evangelio, así como fue entendida por la Iglesia en el tiempo, sobre todo sobre el tema de
la indisolubilidad, de la sacramentalidad del matrimonio, de la transmisión de
la vida y de la educación de los hijos. Son ampliamente citadas la Gaudium et spes
del Vaticano II, la Humanae
vitae de Pablo VI, la Familiares
consortio de Juan Pablo II.
La
mirada es amplia e incluye también las “situaciones imperfectas”. Leemos de
hecho: “’El discernimiento de la presencia de las ‘semina Verbi’’ en
otras culturas (cfr Ad gentes, 11) puede ser aplicado también a la
realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también
hay elementos positivos presentes en las formas matrimoniales de otras
tradiciones religiosas’, aunque tampoco falten las sombras” (AL 77). La
reflexión incluye también a las “familias heridas” frente a las cuales el Papa
afirma –citando la Relatio
finalis del Sínodo 2015- “siempre es necesario recordar un principio
general: “Sepan los pastores que, por amor a la verdad, están obligados a
discernir bien las situaciones” (Familiares consortio, 84). El grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que
limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina
debe expresarse con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta
la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en
que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 79).
Capítulo cuatro: “El amor en el matrimonio”
El cuarto
capítulo trata del amor en el matrimonio, y lo ilustra a partir del “himno
al amor” de san Pablo en 1 Cor 13,4-7. El capítulo es una verdadera y
propia exégesis atenta, puntual, inspirada y poética del texto paulino.
Podríamos decir que se trata de una colección de fragmentos de un discurso
amoroso que está atento a describir el amor humano en términos absolutamente
concretos. Uno se queda impresionado por la capacidad de introspección
psicológica que sella esta exégesis. La profundización psicológica entra en el
mundo de las emociones de los conyugues –positivas y negativas- y en la
dimensión erótica del amor. Se trata de una contribución extremamente rica y
preciosa para la vida cristiana de los conyugues, que no tiene hasta ahora
parangón en precedentes documentos papales.
A su
modo este capítulo constituye un tratado dentro del desarrollo más amplio,
plenamente consciente de la cotidianidad del amor que es enemiga de todo
idealismo: “no hay que arrojar sobre dos personas limitadas –escribe el
Pontífice- el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión
que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica
“un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de
los dones de Dios”” (AL 122). Pero por otra parte el Papa insiste de manera
fuerte y decidida sobre el hecho de que “en la naturaleza misma del amor
conyugal está la apertura a lo definitivo” (AL 123), propiamente al interior de
esa “combinación de alegrías y de fatigas, de tensiones y de reposo, de
sufrimientos y de liberación, de satisfacciones y de búsquedas, de fastidios y
de placeres” (AL 126) es, precisamente, el matrimonio.
El
capítulo se concluye con una reflexión muy importante sobre la “transformación
del amor” porque “la prolongación de la vida hace que se produzca algo que no
era común en otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben
conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una
necesidad de volver a elegirse una y otra vez” (AL 163). El aspecto físico
cambia y la atracción amorosa no disminuye pero cambia: el deseo sexual con el
tiempo se puede transformar en deseo de intimidad y “complicidad”. “No podemos
prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí
podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir
unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad” (AL
163).
Capitulo quinto: “El amor que se vuelve fecundo”
El capítulo
quinto esta todo concentrado sobre la fecundidad y la generatividad del
amor. Se habla de manera espiritual y psicológicamente profunda del recibir una
vida nueva, de la espera propia del embarazo, del amor de madre y de padre.
Pero también de la fecundidad ampliada, de la adopción, de la aceptación de la
contribución de las familias para promover la “cultura del encuentro”, de la
vida de la familia en sentido amplio, con la presencia de los tíos, primos,
parientes de parientes, amigos. Amoris laetitia no toma en consideración
la familia “mononuclear”, porque es bien consciente de la familia como amplia
red de relaciones. La misma mística del sacramento del matrimonio tiene un
profundo carácter social (cfr. AL 186). Y al interno de esta dimensión el Papa
subraya en particular tanto el rol específico de la relación entre jóvenes y
ancianos, como la relación entre hermanos y hermanas como práctica de
crecimiento en relación con los otros.
Capítulo sexto: “Algunas perspectivas pastorales”
En el
sexto capítulo el Papa afronta algunas vías pastorales que orientan para
construir familias sólidas y fecundas según el plan de Dios. En esta parte la Exhortación hace un
largo recurso a las Relaciones conclusivas de los dos Sínodos y a las
catequesis del Papa Francisco y de Juan Pablo II. Se confirma que las familias
son sujeto y no solamente objeto de evangelización. El Papa señala que “a los
ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los
complejos problemas actuales de las familias” (AL 202). Si por una parte es
necesario mejorar la formación psico-afectiva de los seminaristas e involucrar
más a las familias en la formación al ministerio (cfr. AL 203), por otra “puede
ser útil (…) también la experiencia de la larga tradición oriental de los
sacerdotes casados” (cfr. AL 239).
Después
el Papa afronta el tema de guiar a los novios en el camino de la preparación al
matrimonio, de acompañar a los esposos en los primeros años de vida matrimonial
(incluido el tema de la paternidad responsable), pero también en algunas
situaciones complejas y en particular en las crisis, sabiendo que “cada crisis esconde
una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón” (AL
232). Se analizan algunas causas de crisis, entre las cuales una maduración
afectiva retrasada (cfr. AL 239).
Entre
otras cosas se habla también del acompañamiento de las personas abandonadas,
separadas y divorciadas y se subraya la importancia de la reciente reforma de
los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial.
Se pone de relieve el sufrimiento de los hijos en las situaciones de conflicto
y se concluye: “El divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del
número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante
con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las
heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra
época” (AL 246).
Se
tocan después las situaciones de matrimonios mixtos y de aquellos con
disparidad de culto, y las situaciones de las familias que tienen en su
interior personas con tendencia homosexual, confirmando el respeto en relación
a ellos y el rechazo de toda injusta discriminación y de toda forma de agresión
o violencia. Pastoralmente preciosa es la parte final del capítulo; “Cuando la
muerte planta su aguijón”, sobre el tema de la perdida de las personas queridas
y la viudez.
Capítulo séptimo: “Reforzar la educación de los hijos”
El séptimo
capítulo esta todo dedicado a la educación de los hijos: su formación
ética, el valor de la sanción como estímulo, el paciente realismo, la educación
sexual, la transmisión de la fe, y más en general, la vida familiar como
contexto educativo. Es interesante la sabiduría práctica que transparenta en
cada párrafo y sobre todo la atención a la gradualidad y a los pequeños pasos
“que puedan ser comprendidos, aceptados y valorados” (AL 271).
Hay un
párrafo particularmente significativo y pedagógicamente fundamental en el cual
Francisco afirma claramente que “la obsesión no es educativa, y no se puede
tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un
hijo (…) Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por
controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo
no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos.
Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de
maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo
de la auténtica autonomía” (AL 261).
Notable
es la sección dedicada a la educación sexual titulada muy expresivamente: “Si a
la educación sexual”. Se sostiene su necesidad y se nos pregunta “si nuestras
instituciones educativas han asumido este desafío (…) en una época en que se
tiende a banalizar y a empobrecer la sexualidad”. Ella debe realizarse “en el
cuadro de una educación al amor, a la recíproca donación” (AL 280). Se pone en
guardia de la expresión “sexo seguro”, porque transmite “una actitud negativa
hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible
hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse. Así se promueve la
agresividad narcisista en lugar de la acogida” (AL 283).
Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”
El capítulo
octavo constituye una invitación a la misericordia y al discernimiento
pastoral frente a situaciones que no responden plenamente a aquello que el
Señor propone. El Papa que escribe usa tres verbos muy importantes: “acompañar,
discernir e integrar” que son fundamentales para afrontar situaciones de
fragilidad, complejas o irregulares. Entonces el Papa presenta la necesaria
gradualidad en la pastoral, la importancia del discernimiento, las normas y
circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral y en fin, aquella que
él define la “lógica de la misericordia pastoral”.
El
capítulo octavo es muy delicado. Para leerlo se debe recordar que “a menudo, la
tarea de la Iglesia
asemeja a la de un hospital de campaña” (AL 291). Aquí el Pontífice asume lo
que ha sido fruto de las reflexiones del Sínodo sobre temáticas controvertidas.
Se confirma qué es el matrimonio cristiano y se agrega que “otras formas de
unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de
modo parcial y análogo”. La
Iglesia por lo tanto “no deja de valorar los elementos
constructivos en aquellas situaciones que no corresponden todavía o ya no
corresponden más a su enseñanza sobre el matrimonio” (AL 292).
En
relación al “discernimiento” acerca de las situaciones “irregulares” el Papa
observa que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad
de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las
personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Y continua: “Se
trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia
manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una
misericordia “inmerecida, incondicional y gratuita”” (AL 297). Todavía: “Los
divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy
diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones
demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y
pastoral” (AL 298).
En
esta línea, acogiendo las observaciones de muchos Padres sinodales, el Papa
afirma que “los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar
civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas
formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”. “Su participación
puede expresarse en diferentes servicios eclesiales (…) Ellos no sólo no tienen
que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos
de la Iglesia
(…) Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación
cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes” (AL
299).
Más en
general el Papa hace una afirmación extremamente importante para comprender la
orientación y el sentido de la
Exhortación : “Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad
de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debería esperarse del
Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica,
aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable
discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería
reconocer que, puesto que “el grado de responsabilidad no es igual en todos los
casos”, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser
siempre las mismas” (AL 300). El Papa desarrolla de modo profundo exigencias y
características del camino de acompañamiento y discernimiento en diálogo
profundo entre fieles y pastores. A este fin llama a la reflexión de la Iglesia “sobre los
condicionamientos y circunstancias atenuantes” en lo que reguarda a la
imputabilidad y la responsabilidad de las acciones y, apoyándose en Santo Tomas
de Aquino, se detiene sobre la relación entre “las normas y el discernimiento”
afirmando: “Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se
debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar
absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que
decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un
discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la
categoría de una norma” (AL 304).
En la
última sección del capítulo: “la lógica de la misericordia pastoral”, Papa
Francisco, para evitar equívocos, reafirma con fuerza: “Comprender las
situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni
proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante
que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los
matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307). Pero el sentido general
del capítulo y del espíritu que el Papa quiere imprimir a la pastoral de la Iglesia está bien resumido
en las palabras finales: “Invito a los fieles que están viviendo situaciones
complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con
laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una
confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz
que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino
de maduración personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y
serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las
personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a
reconocer su propio lugar en la
Iglesia ” (AL 312). Sobre la “lógica de la misericordia
pastoral” Papa Francisco afirma con fuerza:“A veces nos cuesta mucho dar lugar
en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la
misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa
es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
Capítulo noveno: “Espiritualidad conyugal y familiar”
El noveno
capítulo está dedicado a la espiritualidad conyugal y familiar, “hecha de
miles de gestos reales y concretos” (AL 315). Con claridad se dice que “quienes
tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del
crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza
para llevarles a las cumbres de la unión mística” (AL 316). Todo, “los momentos
de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una
participación en la vida plena de su Resurrección” (AL 317). Se habla entonces
de la oración a la luz de la
Pascua , de la espiritualidad del amor exclusivo y libre en el
desafío y el anhelo de envejecer y gastarse juntos, reflejando la fidelidad de
Dios (cfr. AL 319). Y, en fin, de la espiritualidad “del cuidado, de la
consolación y el estímulo”. “Toda la vida de la familia es un “pastoreo”
misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro” (AL
322), escribe el Papa. Es una honda “experiencia espiritual contemplar a cada
ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él” (AL 323).
En el
párrafo conclusivo el Papa afirma: “ninguna familia es una realidad perfecta y
confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva
maduración de su capacidad de amar (...). Todos estamos llamados a mantener
viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y
cada familia debe vivir en ese estímulo constante. ¡Caminemos familias, sigamos
caminando! (…) No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a
buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido” (AL 325).
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