Queridos hermanos y hermanas, buenos días
El tiempo pascual, que estamos viviendo con alegría, guiados
por la liturgia de la Iglesia,
es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo dado sin medida por Jesús
crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la fiesta de
Pentecostés, en la que la
Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los
Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.
¿Pero, quien es el Espíritu Santo? En el Credo decimos con
fe: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. La primera verdad a la
que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es Kyrios, Señor. Esto
significa que El es verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto,
de nuestra parte, del mismo acto de adoración y de glorificación con el que nos
dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad;
es el gran don de Cristo resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a
la fe en Jesús como Hijo enviado del Padre que nos guía a la amistad, a la
comunión con Dios.
Querría detenerme en el hecho que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en
nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una
vida llene y bella, justa y buena, una vida que sea manchada por la muerte, que
pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que,
atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, cristalina y
fresca, capaz de satisfacer totalmente su deseo profundo de luz, de amor, de
belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da el agua viva: esta
es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús envía a nuestros
corazones. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, nos
dice Jesús.
Jesús promete a la samaritana un “agua viva”, con abundancia
y para siempre, a todos que lo reconozcan como el Hijo enviado del Padre para
salvarnos. Jesús ha venido a darnos esta “agua viva” que es el Espíritu Santo,
para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea alimentada
por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos
que es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Pero
me hago una pregunta: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios?
¿O nos dejamos guiar de tantas otras cosas que no son propiamente Dios? Cada
uno debe responder a esto desde el fondo de su corazón.
En este momento podemos preguntarnos: ¿Por qué esta agua
debe empaparnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida;
sin agua se muere; ella empapa, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos
encontramos esta expresión: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. El “agua viva”, el
Espíritu Santo, Don del Resucitado viviendo en nosotros, nos purifica, nos
ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace participes de la misma
vida de Dios que es Amor. Por esto el Apóstol Pablo afirma que la vida del
cristiano es animada del Espíritu y de sus frutos, que son “amor, alegría, paz,
magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, paciencia, dominio de si” (Gal
5, 22-23). El Espíritu Santo nos
introduce en la vida divina como hijos en el Hijo Unigénito. En otro lugar
de la Carta a
los Romanos, que hemos recordado otras veces, san Pablo lo sintetiza con estas
palabras: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de
Dios. Y vosotros… habéis recibido el Espíritu que os hace hijos adoptivos, por
el cual gritamos “Abba Padre”. El mismo Espíritu, junto con nuestro espíritu,
testifica que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos:
herederos de Dios, coherederos con Cristo, si nos unimos a su pasión para
participar también de su gloria”
Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a
nuestros corazones: la misma vida de Dios, vida de verdaderos hijos, una
relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la
misericordia de Dios, que tiene como efecto necesario una mirada nueva hacia
los demás, vecinos y lejanos, que vemos como hermanos y hermanas en Jesús para
respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a
vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha
comprendido Cristo. He aquí por que el agua viva que es el Espíritu Santo
empapa nuestra vida, por qué se dice que somos amados de Dios como hijos, que
`podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como
hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos
dice el Espíritu Santo? Nos dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios
te quiere. Nosotros ¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús?
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y
nos diga esto: que Dios es amor, que Dios nos espera, que Dios es el Padre, nos
ama como verdadero Papa, nos ama verdaderamente y esto lo dice el Espíritu
Santo solamente al corazón. Escuchemos al Espíritu Santo, escuchemos al
Espíritu Santo y vayamos adelante por esta vía del amor, de la misericordia y
del perdón. Gracias.
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