miércoles, 8 de mayo de 2013

Audiencia 20130508




Queridos hermanos y hermanas, buenos días

El tiempo pascual, que estamos viviendo con alegría, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo dado sin medida por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.

¿Pero, quien es el Espíritu Santo? En el Credo decimos con fe: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”. La primera verdad a la que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es Kyrios, Señor. Esto significa que El es verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto, de nuestra parte, del mismo acto de adoración y de glorificación con el que nos dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como Hijo enviado del Padre que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Querría detenerme en el hecho que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida llene y bella, justa y buena, una vida que sea manchada por la muerte, que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, cristalina y fresca, capaz de satisfacer totalmente su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da el agua viva: esta es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús envía a nuestros corazones. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, nos dice Jesús.

Jesús promete a la samaritana un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a todos que lo reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos. Jesús ha venido a darnos esta “agua viva” que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea alimentada por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos que es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Pero me hago una pregunta: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar de tantas otras cosas que no son propiamente Dios? Cada uno debe responder a esto desde el fondo de su corazón.

En este momento podemos preguntarnos: ¿Por qué esta agua debe empaparnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella empapa, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado viviendo en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace participes de la misma vida de Dios que es Amor. Por esto el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano es animada del Espíritu y de sus frutos, que son “amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, paciencia, dominio de si” (Gal 5, 22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como hijos en el Hijo Unigénito. En otro lugar de la Carta a los Romanos, que hemos recordado otras veces, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y vosotros… habéis recibido el Espíritu que os hace hijos adoptivos, por el cual gritamos “Abba Padre”. El mismo Espíritu, junto con nuestro espíritu, testifica que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo, si nos unimos a su pasión para participar también de su gloria”

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la misma vida de Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto necesario una mirada nueva hacia los demás, vecinos y lejanos, que vemos como hermanos y hermanas en Jesús para respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo. He aquí por que el agua viva que es el Espíritu Santo empapa nuestra vida, por qué se dice que somos amados de Dios como hijos, que `podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Nos dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros ¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios es amor, que Dios nos espera, que Dios es el Padre, nos ama como verdadero Papa, nos ama verdaderamente y esto lo dice el Espíritu Santo solamente al corazón. Escuchemos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por esta vía del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.


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