Queridos hermanos y hermanas, buenos días,
en la Liturgia de hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: « Corramos
con perseverancia al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en
el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús» (Heb 12,1-2). Es una
expresión que debemos subrayar de forma particular en este Año de la fe.
También nosotros, durante todo este año, tenemos la mirada fija
enJesús, porque la fe, que es nuestro “si” a la relación filial con
Dios, viene de Él; viene de Jesús: es Él el único mediador de esta
relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es
el Hijo, y nosotros somos hijos en Él.
Pero la Palabra de
Dios de este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone
en crisis, y que debe ser explicada para no generar mal entendidos.
Jesús dice a los discípulos: « ¿Piensan ustedes que he venido a traer la
paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división» (Lc
12,51). ¿Qué cosa significa esto? Significa que la fe no es una cosa
decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de
religión. Como si fuera una torta que se la decora con la crema ¡No! La
fe no es eso. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la
vida, y Dios no es vacío, no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios
es ¡amor! Y el amor es positivo. Después que Jesús vino al mundo, no se
puede hacer como si no conociésemos a Dios. Como si fuera una cosa
abstracta, vacía, puramente nominal. No Dios tiene un rostro concreto,
tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se
dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división;
no es que Jesús quiera dividir entre ellos a los hombres, al contrario:
Jesús es nuestra paz, ¡es reconciliación! Pero esta paz no es la paz
de los sepulcros, no es neutralidad. Jesús no trae neutralidad. Esta paz
no es un acuerdo a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar
al mal, al egoísmo y escoger el bien, la verdad, la justicia, también
cuando ello requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y
esto sí divide, lo sabemos, divide también los lazos más estrechos. Pero
atención: ¡No es Jesús el que divide! Él pone el criterio: vivir para
sí mismo, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir;
obedecer al propio yo u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús
es “signo de contradicción” (Lc 2,34).
Por lo tanto, esta
palabra del Evangelio no autoriza de hecho el uso de la fuerza para
difundir la fe. Es precisamente al contrario: la verdadera fuerza del
cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a
toda violencia. Fe y violencia son incompatibles. ¡Fe y violencia son
incompatibles!
En cambio fe y fortaleza van juntas. El
cristiano no es violento pero es fuerte y ¿con que fortaleza? con
aquella de la mansedumbre; la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del
amor.
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús
hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de
predicar, nos lo dice el Evangelio (cfr Mc 3,20-21). Pero su Madre lo
siguió siempre fielmente, teniendo fija la mirada de su corazón en
Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias
también a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar
parte de la primera comunidad cristiana (cfr Hch 1,14). Pidamos a María
que también nos ayude a nosotros a tener la mirada bien fija en Jesús y a
seguirlo siempre, también cuando cuesta.
Sic.
Hace 5 horas
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