Si tenemos caprichos espirituales con Dios, y no somos capaces de
aceptar el estilo divino, nos ponemos tristes, y acabamos murmurando. Es
un error
que hoy cometen tantos cristianos, como nos cuenta la Biblia que le pasó
—en su día— al pueblo judío, cuando fue
salvado de la esclavitud de Egipto.
Acabamos de leer en el Libro de los Números (21,4-9) el episodio en que
los judíos se rebelan, cansados de huir por el desierto, hartos
del alimento “sin cuerpo” del maná, y empiezan a murmurar contra Moisés y
contra Dios. Muchos acabarán mordidos por
serpientes venenosas, y morirán. Solo la oración de Moisés, que
intercede por ellos y levanta un estandarte con una serpiente
—símbolo de la Cruz en la que colgará Cristo (cfr. Jn 8,28)—, salvará
del veneno a quien la mire. También
entre los cristianos a veces nos encontramos un poco así, como
envenenados ante el descontento de la vida. “Sí, es verdad, Dios es
bueno, pero los cristianos… no tanto”. “Cristianos sí, pero…”. Son los
que no acaban de abrir el corazón
a la salvación de Dios, ¡siempre poniendo condiciones!: “sí, pero…; sí,
sí, claro que quiero salvarme,
pero… a mi modo...”. ¡Así se envenena el corazón!
Muchas veces, también nosotros decimos que estamos hartos del estilo
divino; no aceptamos el don de Dios con su estilo: ¡y ese es el
pecado, ese es el veneno! No nos gusta el estilo de Dios, y eso nos
envenena el alma, nos quita la alegría y no nos deja avanzar. Sin
embargo,
Jesús repara ese pecado subiendo al Calvario. Él mismo toma el veneno
—el pecado— y es levantado sobre la tierra. Pues bien,
esa tibieza del alma, ese ser cristianos a medias —“cristianos sí,
pero…”—, ese entusiasmo inicial para seguir
al Señor, y que luego nos deja descontentos, solo se cura mirando la
Cruz, mirando a Dios que asume nuestros pecados: ¡mis pecados
están ahí!
¡Cuántos cristianos mueren hoy en el desierto de su tristeza, de su
murmuración, por no querer el estilo de Dios! Miremos la
serpiente, el veneno, allí, en el cuerpo de Cristo —el veneno de todos
los pecados del mundo—, y pidamos la gracia de aceptar los
momentos difíciles, de aceptar el estilo divino de la salvación, de
aceptar también ese alimento tan flojo del que se quejaban
los judíos, de aceptar las cosas de Dios, de aceptar los caminos por los
que el Señor me saca adelante. Que esta Semana Santa —que
empieza el domingo— nos ayude a salir de esa tentación de volvernos
“cristianos sí, pero…”.
Diario. Lunes, 3 de febrero de 2025
Hace 1 hora
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