¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy se celebra en muchos Países,
entre los cuales Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo, o, según la más conocida expresión latina, la solemnidad del
Corpus Domini.
El Evangelio presenta el relato de la
institución de la Eucaristía, cumplida por Jesús durante la Última
Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La víspera de su muerte redentora
sobre la cruz, Él realizó aquello que habia anunciado: «Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el
pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo… El que come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,51.56), así
dijo el Señor. Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo
dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo» (Mc 14,22).
Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que no
es más aquella del simple nutrimiento físico, sino aquella de hacer
presente a su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.
La Última Cena representa el punto de
llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su
sacrificio que se cumplirá sobre la cruz, sino también síntesis de una
existencia ofrecida para la salvación de la humanidad entera. Por lo
tanto, no basta afirmar que en la Eucarístia está presente Jesús, sino
que se debe ver en ella la presencia de una vida donada y de ella tomar
parte. Cuando tomamos y comemos aquel Pan, nosotros venimos asociados a
la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos en
realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don,
sobre todo a los más pobres.
La fiesta de hoy evoca este mensaje
solidario y nos empuja a recibir la intíma invitación a la conversión y
al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la
vida, en imitadores de aquello que celebramos en la liturgia. El Cristo,
que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el
mismo que nos sale al encuentro en los eventos cotidianos; está en el
pobre que extiende la mano, está en el sufriente que implora ayuda, está
en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida.
Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no
tiene fe. Está en todo ser humano, también en el más pequeño e
indefenso.
La Eucaristía, fuente de amor para la
vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se
nutre del Pan de Cristo no puede permanecer indiferente ante aquellos
que no tiene el pan cotidiano. Y hoy - lo sabemos- es un problema cada
vez más grave.
Que la fiesta del Corpus Domini
inspire y alimente cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el
compromiso por una sociedad receptiva y solidaria. Depongamos estos
deseos en el corazón de la Virgen Maria, Mujer eucarística. Ella suscite
en todos la alegría de participar a la Santa Misa, especialmente el
domingo, y el valor alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo.
Diario. Domingo, 2 de febrero de 2025
Hace 9 horas
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