Queridos hermanos y hermanas
Esta celebración tiene un nombre muy
bello: el Evangelio de la Vida. Con esta Eucaristía, en el Año de la fe,
queremos dar gracias al Señor por el don de la vida en todas sus
diversas manifestaciones, y queremos al mismo tiempo anunciar el
Evangelio de la Vida.
A partir de la Palabra de Dios que hemos
escuchado, quisiera proponerles tres puntos sencillos de meditación para
nuestra fe: en primer lugar, la Biblia nos revela al Dios vivo, al Dios
que es Vida y fuente de la vida; en segundo lugar, Jesucristo da vida, y
el Espíritu Santo nos mantiene en la vida; tercero, seguir el camino de
Dios lleva a la vida, mientras que seguir a los ídolos conduce a la
muerte.
1. La primera lectura, tomada del Libro Segundo de Samuel,
nos habla de la vida y de la muerte. El rey David quiere ocultar que
cometió adulterio con la mujer de Urías el hitita, un soldado en su
ejército y, para ello, manda poner a Urías en primera línea para que
caiga en la batalla. La Biblia nos muestra el drama humano en toda su
realidad, el bien y el mal, las pasiones, el pecado y sus consecuencias.
Cuando el hombre quiere afirmarse a sí mismo, encerrándose en su propio
egoísmo y poniéndose en el puesto de Dios, acaba sembrando la muerte. Y
el adulterio del rey David es un ejemplo. Y el egoísmo conduce a la
mentira, con la que trata de engañarse a sí mismo y al prójimo. Pero no
se puede engañar a Dios, y hemos escuchado lo que dice el profeta a
David: «Has hecho lo que está mal a los ojos de Dios» (cf. 2 S 12,9). Al
rey se le pone frente a sus obras de muerte, - realmente lo que hizo es
una obra de muerte, no de vida - comprende y pide perdón: «He pecado
contra el Señor» (v. 13), y el Dios misericordioso, que quiere la vida y
siempre nos perdona, le da de nuevo la vida; el profeta le dice:
«También el Señor ha perdonado tu pecado, no morirás». ¿Qué imagen
tenemos de Dios? Tal vez nos parece un juez severo, como alguien que
limita nuestra libertad de vivir. Pero toda la Escritura nos recuerda
que Dios es el Viviente, el que da la vida y que indica la senda de la
vida plena. Pienso en el comienzo del Libro del Génesis: Dios formó al
hombre del polvo de la tierra, soplando en su nariz el aliento de vida y
el hombre se convirtió en un ser vivo (cf. 2,7). Dios es la fuente de
la vida; y gracias a su aliento el hombre tiene vida y su aliento es lo
que sostiene el camino de su existencia terrena. Pienso igualmente en la
vocación de Moisés, cuando el Señor se presenta como el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, como el Dios de los vivos; y, enviando a
Moisés al faraón para liberar a su pueblo, revela su nombre: «Yo soy el
que soy», el Dios que se hace presente en la historia, que libera de la
esclavitud, de la muerte, y que saca al pueblo porque es el Viviente.
Pienso también en el don de los Diez Mandamientos: una vía que Dios nos
indica para una vida verdaderamente libre, para una vida plena; no son
un himno al «no» - no debes hacer esto, no debes hacer esto, no debes
hacer esto: ¡no! Son más bien un himno al «sí» a Dios, al Amor, a la
Vida. Queridos amigos, nuestra vida es plena sólo en Dios, porque sólo
Él es el Viviente.
2. El pasaje evangélico de hoy nos hace dar un
paso más. Jesús encuentra a una mujer pecadora durante una comida en
casa de un fariseo, suscitando el escándalo de los presentes: Jesús deja
que se acerque una pecadora, e incluso le perdona los pecados,
diciendo: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado
mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (Lc 7,47). Jesús es la
encarnación del Dios vivo, el que trae la vida, ante tantas obras de
muerte, ante el pecado, el egoísmo, el cerrarse en sí mismos. Jesús
acoge, ama, levanta, anima, perdona y da nuevamente la fuerza para
caminar, devuelve la vida. Vemos en todo el Evangelio cómo Jesús trae
con gestos y palabras la vida de Dios que transforma. Es la experiencia
de la mujer que unge los pies del Señor con perfume: se siente
comprendida, amada, y responde con un gesto de amor, se deja tocar por
la misericordia de Dios y obtiene el perdón, comienza una vida nueva.
Dios el Viviente es misericordioso ¿están de acuerdo? ¡Digámoslo juntos:
Dios el Viviente es misericordioso! ¡Dios el Viviente es
misericordioso! Otra vez: ¡Dios el Viviente es misericordioso!
Esta
fue también la experiencia del apóstol Pablo, como hemos escuchado en la
segunda Lectura: «Mi vida ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo
de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). ¿Qué es esta vida?
Es la vida misma de Dios. Y ¿quién nos introduce en esta vida? El
Espíritu Santo, el don de Cristo resucitado. Es él quien nos introduce
en la vida divina como verdaderos hijos de Dios, como hijos en el Hijo
unigénito, Jesucristo. ¿Estamos abiertos nosotros al Espíritu Santo?
¿Nos dejamos guiar por él? El cristiano es un hombre espiritual, y esto
no significa que sea una persona que vive «en las nubes», fuera de la
realidad (como si fuera un fantasma), no. El cristiano es una persona
que piensa y actúa en la vida cotidiana según Dios, una persona que deja
que su vida sea animada, alimentada por el Espíritu Santo, para que sea
plena, propia de verdaderos hijos. Y eso significa realismo y
fecundidad. Quien se deja guiar por el Espíritu Santo es realista, sabe
cómo medir y evaluar la realidad, y también es fecundo: su vida engendra
vida a su alrededor.
3. Dios es el Viviente, es el Misericordioso,
Jesús nos trae la vida de Dios, el Espíritu Santo nos introduce y nos
mantiene en la relación vital de verdaderos hijos de Dios. Pero, con
frecuencia – lo sabemos por experiencia - el hombre no elige la vida, no
acoge el «Evangelio de la vida», sino que se deja guiar por ideologías y
lógicas que ponen obstáculos a la vida, que no la respetan, porque
vienen dictadas por el egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder,
el placer, y no están dictadas por el amor, por la búsqueda del bien del
otro. Es la constante ilusión de querer construir la ciudad del hombre
sin Dios, sin la vida y el amor de Dios: una nueva Torre de Babel; es
pensar que el rechazo de Dios, del mensaje de Cristo, del Evangelio de
la vida, lleva a la libertad, a la plena realización del hombre. El
resultado es que el Dios vivo es sustituido por ídolos humanos y
pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad, pero que al
final son portadores de nuevas formas de esclavitud y de muerte. La
sabiduría del salmista dice: «Los mandatos del Señor son rectos y
alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos»
(Sal 19,9). ¡Recordémoslo siempre: el Señor es el Viviente, es
misericordioso! ¡el Señor es el Viviente, es misericordioso!
Queridos hermanos y hermanas, miremos a Dios como al Dios de la vida,
miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una vida de libertad. El
Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al egoísmo, digamos
sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a la
esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos
sí a Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8,
Jn 11,25, Jn 8,32). A dios, que es el Viviente y el Misericordioso.
Sólo la fe en el Dios vivo nos salva; en el Dios que en Jesucristo nos
ha dado su vida y, con el don del Espíritu Santo, y hace vivir como
verdaderos hijos de Dios, con su misericordia. Esta fe nos hace libres y
felices. Pidamos a María, Madre de la Vida, que nos ayude a recibir y
dar testimonio siempre del «Evangelio de la Vida». Así sea
Diario. Domingo, 24 de noviembre de 2024
Hace 5 horas
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