Que los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y
habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades: fue la
exhortación lanzada por el Papa Francisco, esta mañana, en la Misa
presidida en la Casa de Santa Marta en la sexta jornada de oración por
la unidad de los cristianos.
La reflexión del Papa partió de la
primera lectura del día que habla de la victoria de los israelitas sobre
los filisteos gracias al coraje del joven David. La alegría de la
victoria se trasforma rápidamente en tristeza y celos del rey Saúl ante
las mujeres que alaban a David por haber matado a Goliat. Entonces,
“aquella gran victoria – afirmó el Santo Padre - comienza a convertirse
en derrota en el corazón del rey” en el que se insinúa, como ocurrió
con Caín, el “gusano de los celos y de la envidia”. Como Caín con Abel,
el rey decide asesinar a David. “Así actúan los celos en nuestros
corazones – observó el Pontífice – es una mala inquietud, que no tolera
que un hermano o una hermana tengan algo que yo no tengo”. Saúl, “en vez
de alabar a Dios, como hacían las mujeres de Israel, por esta victoria,
prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse”, “cocinar sus sentimientos
en el caldo de la amargura”:
“Los celos llevan a matar. La envidia
lleva a matar. Justamente fue esta puerta, la puerta de la envidia, por
la cual el diablo entró en el mundo. La Biblia dice: ‘Por la envidia
del diablo entró el mal en el mundo’. Los celos y la envidia abren las
puertas a todas las cosas malas. También dividen a la comunidad. Una
comunidad cristiana, cuando sufre – algunos de los miembros – de
envidia, de celos, termina dividida: uno contra el otro. Este es un
veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la
Biblia con Caín”.
En el corazón de una persona golpeada por los
celos y por la envidia – subrayó el Obispo de Roma- ocurren “dos cosas
clarísimas”. La primera cosa es la amargura:
“La persona envidiosa,
la persona celosa es una persona amargada: no sabe cantar, no sabe
alabar, no sabe qué cosa sea la alegría, siempre mira ‘qué cosa tiene
aquel y que yo no tengo’. Y esto lo lleva a la amargura, a una amargura
que se difunde sobre toda la comunidad. Son, estos, sembradores de
amargura. Y la segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia,
son las habladurías. Porque este no tolera que aquel tenga algo, la
solución es abajar al otro, para que yo esté un poco más alto. Y el
instrumento son las habladurías. Busca siempre y tras un chisme verás
que están los celos, está la envidia. Y las habladurías dividen a la
comunidad, destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo”.
“Cuántas
hermosas comunidades cristianas” – exclamó el Papa – van bien, pero
luego en uno de sus miembros entra el gusano de los celos y de la
envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los corazones y
las habladurías. “Una persona que está bajo la influencia de la envidia y
de los celos – recalcó – mata”, como dice el apóstol Juan: “Quien odia a
su hermano es un homicida”. Y “el envidioso, el celoso, comienza a
odiar al hermano”:
“Hoy, en esta Misa, recemos por nuestras
comunidades cristianas, para que esta semilla de los celos no sea
sembrada entre nosotros, para que la envidia no encuentre lugar en
nuestro corazón, en el corazón de nuestras comunidades, y así podremos
ir adelante con la alabanza del Señor, alabando al Señor, con la
alegría. Es una gracia grande, la gracia de no caer en la tristeza, del
estar resentidos, en los celos y en la envidia”.
Sic.
Hace 2 horas
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