Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En unión con toda
la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a
la gloria del cielo. La Asunción de María nos muestra nuestro destino
como hijos adoptivos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Como
María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la
victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con Él
en su Reino eterno. Ésta es nuestra vocación.
La “gran señal”
que nos presenta la primera lectura –una mujer vestida de sol coronada
de estrellas (cf. Ap 12,1)– nos invita a contemplar a María, entronizada
en la gloria junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del
futuro que también hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos
tradicionalmente celebran esta fiesta a la luz de su experiencia
histórica, reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia
de la nación y en la vida del pueblo.
En la segunda lectura
hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que Cristo es el nuevo Adán,
cuya obediencia a la voluntad del Padre ha destruido el reino del pecado
y de la esclavitud y ha inaugurado el reino de la vida y de la libertad
(cf. 1 Co 15,24-25). La verdadera libertad se encuentra en la acogida
amorosa de la voluntad del Padre. De María, llena de gracia, aprendemos
que la libertad cristiana es algo más que la simple liberación del
pecado. Es la libertad que nos permite ver las realidades terrenas con
una nueva luz espiritual, la libertad para amar a Dios y a los hermanos
con un corazón puro y vivir en la gozosa esperanza de la venida del
Reino de Cristo.
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos
dirigimos a ella como Madre de la Iglesia en Corea. Le pedimos que nos
ayude a ser fieles a la libertad real que hemos recibido el día de
nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo
según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este país sea más
plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana. Que los
cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación
espiritual en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la
fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores
espirituales y culturales y el espíritu de competición desenfrenada que
genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos inhumanos,
que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así
como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios, el Dios de
la vida, y atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.
Como
católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están
llamados a valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones
futuras. Lo cual requiere de todos una renovada conversión a la Palabra
de Dios y una intensa solicitud por los pobres, los necesitados y los
débiles de nuestra sociedad.
Con esta celebración, nos unimos a
toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de
nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se
olvida nunca de sus promesas de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es
la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se
cumpliría (Lc 1,45). En ella, todas las promesas divinas se han
revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra
esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma,
segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está sentado en
su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la
esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu
de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad
exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y
vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros
jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y
su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos
a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad
de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a
nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de
esperanza, esa esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino
eterno, allí donde reinar es servir. Amén.
Machado.
Hace 6 horas
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