La Iglesia Una y Santa
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
cada
vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el “Credo”,
afirmamos que la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su
origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la
Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su
Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación. Al mismo tiempo,
sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros.
Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las
propias miserias. Así, esta fe que profesamos nos mueve a la conversión,
a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si
nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos
fieles a Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su
Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras
debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos
dejemos perdonar, ¿no? Pero Él está siempre con nosotros ayudándonos a
ser menos pecadores, más santos, más unidos.
1. El primer consuelo
nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus
discípulos. Es la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: “Padre
que sean uno”. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la
Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. Es
aquello que estamos invitados a leer y meditar continuamente, en una las
páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo
diecisiete (cf. vv. 11,21-23). ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas
antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros!
Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos
ser una cosa sola con Él y entre nosotros. Es decir: con estas palabras,
Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para que también
nosotros podamos entrar en la plena comunión de amor con Él; al mismo
tiempo, nos confía este deseo como su testamento espiritual, para que la
unidad pueda volverse siempre más la nota distintiva de nuestras
comunidades cristianas y la respuesta más bella a cualquier persona que
nos pregunte la razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pt 3,
15). La unidad.
2 «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y
yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea
que tú me enviaste». (Jn 17,21). La Iglesia ha buscado desde el
principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús. Los
Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se
distinguían por el hecho de tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch
4,32); el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no
olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12,13)…hemos oído en las
lecturas. La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los
pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas,
pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados
“parroquiales”, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho,
nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde
compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las
antipatías...Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh? ¡Cuánto se
habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si,
uno es elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y
si tal otra es elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan
contra de ella…Pero esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no
debemos hacerlo! No les digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto
no, pero pedir al Señor la gracia de no hacerlo.
Esto es humano,
¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros
puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones
personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás;
cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus
cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de
aquello que nos une...
Una vez, en la diócesis que tenía antes, oí
un comentario interesante y bello: se hablaba de una anciana que había
trabajado toda su vida en la parroquia. Y una persona que la conocía
bien dijo: “esta mujer jamás ha hablado mal, nunca participó de
habladurías, siempre tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría ser
canonizada mañana! Es así, es bello esto, un hermoso ejemplo. Y si
miramos la historia de la Iglesia…¡cuántas divisiones entre nosotros,
cristianos! También ahora estamos divididos. También en la historia, los
cristianos hicimos la guerra entre nosotros por divisiones teológicas,
pensemos en la guerra de los treinta años. Pero, esto no es cristiano.
¿Somos cristianos o no? Estamos divididos ahora. Tenemos que pedir por
la unidad de todos los cristianos, ir por el camino de la unidad que es
lo que Jesús quiere y por lo que ha rezado.
3. En vista de todo esto,
tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad
cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace
signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por
definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa
prejuicios…La división en una comunidad cristiana - sea una escuela, sea
una parroquia, una asociación, donde sea - es un pecado gravísimo,
porque es obra del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la
capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para
parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la
santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de Su
misericordia y de Su gracia.
Queridos amigos, hagamos resonar en
nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices los que trabajan por
la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Pedimos
sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de
división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo
bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua
conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no
hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”.
¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?
Y
pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda
convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación
entre Jesús y el Padre. Gracias.
Machado.
Hace 3 horas
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