Queridos amigos:
«La gloria de los mártires brilla sobre ti».
Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la
Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia,
ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa
confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras
vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de
toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en
cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la
verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa
glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra
participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy,
en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada –«Juventud de Asia, despierta»– nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.
En primer lugar, “Asia”.
Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de
Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está
llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en
tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para
su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este
gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente
en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la
fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además, como jóvenes
asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y
verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos,
saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y
perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo
que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la
confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos
valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además
capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que
es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el
bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos,
corruptos y conducen a la muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra “juventud”.
Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la
buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo
transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en
virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe
sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es
el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el
amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y
para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o
estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada
al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte
del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente
de la Iglesia. ¡Son el presente de la Iglesia! Permanezcan unidos unos a
otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes
dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y
humilde, más santa, más misionera, y humilde, una Iglesia que ama y
adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a
los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas
veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de
hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene
el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del
Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el
grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es
el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de
nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren
persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». No
respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si
atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor.
No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide
ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», «Despierta»,
esta palabra habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es
la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las
tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra
sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del
Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a
“cantar de alegría”. Nadie que esté dormido puede cantar, bailar,
alegrarse. No es bueno cuando veo a gente joven que duerme. ¡No!
¡Levántense, id, id! ¡Seguid adelante! Queridos jóvenes, «nos bendice el
Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm
11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que
«con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus
amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y
todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v.
31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos jóvenes de Asia,
confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin
duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la
Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús.
Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura
maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a
glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.
¡Juventud de Asia, levántate!
Machado.
Hace 6 horas
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