Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Que bonito domingo nos regala el año nuevo. ¡Bella jornada!
San
Juan dice en el Evangelio que hemos leído hoy: «En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y
las tinieblas no la percibieron». «La Palabra era la luz verdadera que,
al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn. 1,1-18). Los hombres
hablan tanto de la luz, pero a menudo prefieren la tranquilidad
engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero a
menudo recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice o no
hacemos nada concreto para construir la paz. De hecho, San Juan dice:
«Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Esa fue una de las
suyas y su pueblo no le recibieron». Porque el juicio es éste: la luz -
Jesús - ha venido al mundo, pero los hombres prefirieron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Cualquier persona, de
hecho, que hace el mal, odia la luz. Y no viene a la luz para que sus
obras no sean reprendidas. Así dice el Evangelio de San Juan. El corazón
del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la
luz descubre sus malas obras. ¡Quien hace el mal, odia la luz! ¡Quien
hace el mal, odia la paz!
Hemos iniciado hace pocos días
el año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada
Mundial de la Paz, sobre el tema “No esclavos, sino hermanos”. Mi
auspicio es que se supere la explotación del hombre por parte del
hombre. Esta explotación es un plaga social que mortifica las relaciones
interpersonales e impide una vida de comunión marcada por el respeto,
la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed
de paz; cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed de paz… por lo que
es necesario y urgente construir la paz.
La paz no es
solamente la ausencia de guerra, sino una condición general en la cual
la persona humana está en armonía consigo misma, en armonía con la
naturaleza y en armonía con los demás. Ésta es la paz. Sin embargo,
silenciar las armas y apagar los focos de guerra sigue siendo la
condición inevitable para dar inicio a un camino que conduce al logro de
la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos que todavía
ensangrientan demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en las
familias y comunidades: ¡en cuántas familias, en cuántas comunidades
también parroquiales hay guerras! Así como también en los contrastes
encendidos en nuestras ciudades, nuestros países, entre grupos de
diferentes estratos culturales, étnicos y religiosos. Tenemos que
convencernos, a pesar de todas las apariencias en contrario, que la
concordia es siempre posible, en todos los niveles y en todas las
situaciones. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay
futuro sin paz!
Dios en el Antiguo Testamento hacía una
promesa. El profeta Isaías decía: «Con sus espadas forjarán arados y
podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra
ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es bello! La paz es
anunciada como don especial de Dios en el nacimiento del Redentor: «Paz a
los hombres que amados por Él». (Lc 2, 14) Ese don debe ser
implorado incesantemente en la oración. Recordemos, aquí, en la plaza,
aquel cartel: “En la raíz de la paz está la oración”. Este don tiene que
ser implorado y tiene que ser recibido cada día con compromiso, en las
situaciones en las que nos encontramos. En los albores de este nuevo
año, todos nosotros estamos llamados a reavivar en el corazón un impulso
de esperanza, que debe traducirse en obras concretas de la paz. “¿Tu no
estás bien con esto? ¡Haz la paz! En tu casa, ¡haz la paz! En tu
comunidad, ¡haz la paz! En tu trabajo, ¡haz la paz! Obras de paz, de
reconciliación y fraternidad. Cada uno de nosotros debe cumplir gestos
de fraternidad hacia su prójimo especialmente hacia quienes están
extenuados por tensiones familiares o disidencias de diversa índole.
Estos pequeños gestos tienen mucho valor: puede ser semillas que dan
esperanza, puede abrir caminos y perspectivas de paz.
Invoquemos
ahora a María, Reina de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció
no pocas dificultades, relacionadas con la fatiga diaria de la
existencia. Pero nunca perdió la paz del corazón, fruto del abandono
confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre, le
pedimos que indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la
paz. Ángelus domini...
sic.
Hace 4 horas
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