Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hoy celebramos la fiesta del bautismo
del Señor, con el cual concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio
describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en el cual
Juan el Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre.
«Enseguida – dice san Marcos – al salir del agua, vio que los cielos se
abrían» (1,10). Viene a la mente la dramática súplica del profeta
Isaías: «Si tu abrieras los cielos y bajaras» (Is 63,19). Esta
invocación ha sido escuchada en el evento del Bautismo de Jesús. Así se
ha terminado el tiempo de los “cielos cerrados”, que indican la
separación entre Dios y el hombre, como consecuencia del pecado. El
pecado nos aleja de Dios e interrumpe la relación entre la tierra y el
cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida.
Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la
tierra de sus frutos (Cfr. Sal 85,13). Así la tierra se ha convertido en
la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la
posibilidad de encontrar el Hijo de Dios, experimentando todo el amor y
la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los
Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el
rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, en los
enfermos, en los encarcelados, en los prófugos: ellos son la carne viva
de Cristo sufriente e imagen visible del Dios invisible.
Con el bautismo de Jesús no solo se
abren los cielos, sino Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz:
«Tu eres mi Hijo amado: en Ti me he complacido» (Mc 1,11). La voz del
Padre proclama el misterio que se esconde en el Hombre bautizado por el
Precursor.
Luego, la venida del Espíritu Santo,
en forma de paloma, esto consiente a Cristo, el Consagrado del Señor,
inaugurar su misión salvífica, que es nuestra salvación. El Espíritu
Santo – el gran olvidado en nuestras oraciones: nosotros frecuentemente
rezamos a Jesús, oramos al Padre, especialmente cuando rezamos el Padre
Nuestro, pero no rezamos frecuentemente al Espíritu Santo, es verdad.
¿No? Es el olvidado. Y tenemos necesidad de pedir su ayuda, su
fortaleza, su inspiración – el Espíritu Santo que ha animado enteramente
la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la
existencia cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que
dicen y que quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu
Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos hemos recibido
en virtud del bautismo, significa redescubrir el coraje apostólico
necesario para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un
cristiano y una comunidad “sordos” a la voz del Espíritu Santo, que nos
impulsa a llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra y de la
sociedad, se hacen también un cristiano y una comunidad “mudos” que no
hablan y no evangelizan. Pero, recuerden esto: rezar frecuentemente al
Espíritu Santo para que nos ayude, nos de la fuerza, nos de la
inspiración y nos haga ir adelante.
María, Madre de Dios y de la Iglesia,
acompañe el camino de todos nosotros bautizados; nos ayude a crecer en
el amor hacia Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así
sentido pleno a nuestra vida.
sic.
Hace 4 horas
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