Queridos hermanos y hermanas,
Los saludo cordialmente y agradezco al Cardenal Müller por las palabras con las cuales ha introducido este encuentro.
1.
Ante todo, quisiera compartir una reflexión sobre el título de su
Coloquio. “Complementariedad”: es una palabra preciosa, con múltiples
valencias. Puede referirse a diversas situaciones en el cual un elemento
completa al otro o lo sustituye en una carencia suya. Todavía,
complementariedad es mucho más que esto. Los cristianos encuentran el
significado en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, donde el
apóstol dice que el Espíritu ha dado a cada uno diversos dones en modo
que, como los miembros del cuerpo humano se complementan para el bien
del entero organismo, los dones de cada uno pueden contribuir para el
bien de todos (cfr 1 Cor 12). Reflexionar sobre la complementariedad no
es otra cosa que meditar sobre las armonías dinámicas que están al
centro de toda la Creación. Y esta es la palabra clave: armonía. Todas
las complementariedades el Creador los ha hecho para que el Espíritu
Santo, que es el autor de la armonía, haga esta armonía.
Oportunamente se han reunido en este
Coloquio Internacional para profundizar el tema de la complementariedad
entre el hombre y la mujer. De hecho, esta complementariedad está a la
base del matrimonio y de la familia, que es la primera escuela donde
aprendemos a apreciar nuestros dones y aquellos de los demás y donde
comenzamos a aprender el arte del vivir juntos. Para la mayor parte de
nosotros, la familia constituye el lugar principal en el cual iniciamos a
“respirar” valores e ideales, como también a realizar nuestro potencial
de virtudes y de caridad. Al mismo tiempo, como sabemos, las familias
son lugares de tensiones: entre egoísmo y altruismo, entre razón y
pasión, entre deseos inmediatos y objetivos a largo tiempo, etc. Pero
las familias también proporcionan el ambiente en el cual se resuelven
tales tensiones: y esto es importante. Cuando hablamos de
complementariedad entre hombre y mujer en este contexto, no debemos
confundir tales términos con la idea simplicista que todos los roles y
las relaciones de ambos sexos están comprendidas en un modelo único y
estático. La complementariedad asume muchas formas, porque cada hombre y
cada mujer aportan su propia contribución personal al matrimonio y a la
educación de los hijos. La propia riqueza personal, el propio carisma
personal, y la complementariedad se convierten así en una grande
riqueza. Y no sólo es un bien, sino también es belleza.
2.
En nuestro tiempo el matrimonio y la familia están en crisis.
Vivimos en una cultura de lo provisorio, en el cual siempre más personas
renuncian al matrimonio como compromiso público. Esta revolución en las
costumbres y en la moral muchas veces ha agitado la bandera de la
libertad – entre comillas –, pero en realidad ha traído devastación
espiritual y material a numerosos seres humanos, especialmente a los más
vulnerables. Es siempre más evidente que el declino de la cultura del
matrimonio está asociado a un aumento de la pobreza y a una serie de
otros numerosos problemas sociales que hieren de manera desproporcionada
a las mujeres, los niños y los ancianos. Y son siempre ellos los que
sufren más, en esta crisis.
La crisis de la familia ha dado
origen a una crisis de ecología humana, porque los ambientes sociales,
como los ambientes naturales, tiene necesidad de ser protegidos. Si bien
la humanidad ha comprendido ahora la necesidad de afrontar lo que
constituye una amenaza para los ambientes naturales, somos lentos – pero
somos lentos, ¿eh?, en nuestra cultura, también en nuestra cultura
católica – somos lentos en reconocer que también nuestros ambientes
sociales están en riesgo. Es pues indispensable promover una nueva
ecología humana y hacerla caminar adelante.
3.
Es necesario insistir sobre los pilares fundamentales que sostienen
una nación: sus bienes inmateriales. La familia permanece en el
fundamento de la convivencia y la garantía contra la exfoliación social.
Los niños tienen el derecho de crecer en una familia, con un papá y una
mamá, capaces de crear un ambiente idóneo a su desarrollo y a su
maduración afectiva. Por esta razón, en la Exhortación apostólica
Evangelii Gaudium, he puesto el acento sobre la contribución
«indispensable» del matrimonio a la sociedad, contribución que «supera
el nivel de la emotividad y de la necesidad contingente de la pareja»
(n. 66). Por esto les estoy agradecido por el énfasis puesto por su
Coloquio sobre los beneficios que el matrimonio puede aportar a los
hijos, a los mismos esposos y a la sociedad.
En estos días, mientras reflexionaran
sobre la complementariedad entre el hombre y la mujer, los exhorto a
dar realce a otra verdad concerniente al matrimonio: que el compromiso
definitivo en relación de la solidaridad, de la fidelidad y del amor
responde a los deseos más profundos del corazón humano. Pensemos sobre
todo a los jóvenes que representan el futuro: es importante que ellos no
se dejen envolver por la mentalidad dañina de los provisional y sean
revolucionarios con el coraje para buscar un amor fuerte y duradero, es
decir de ir contracorriente: se debe hacer esto. Y sobre esto quisiera
decir una cosa, ¿no? No debemos caer en la trampa de ser calificados con
conceptos ideológicos. La familia es un hecho antropológico, y
consecuentemente un hecho social, de cultura, etc. Y nosotros no podemos
calificarla con conceptos de naturaleza ideológica que solamente tiene
fuerza en un momento de la historia, y después caen. No se puede hablar
hoy de familia conservadora o de familia progresista: la familia es
familia. Pero no se dejen calificar así por esto o por otros conceptos,
de naturaleza ideológica. La familia es en sí misma, tiene una fuerza en
sí misma.
Pueda este Coloquio ser fuente de
inspiración para todos aquellos que buscan sostener y reforzar la unión
del hombre y de la mujer en el matrimonio como un bien único, natural,
fundamental y bello para las personas, las familias, las comunidades y
la sociedad.
En este contexto me gustaría
confirmar que, a Dios rogando, en septiembre de 2015 iré a Philadelphia
para el octavo Encuentro Mundial de las Familias.
Les agradezco por sus oraciones con
las cuales acompañan mi servicio a la Iglesia. Yo también rezo por
ustedes y los bendigo de corazón.
Muchas gracias.
Diario. Martes, 4 de febrero de 2025
Hace 21 minutos
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