Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo marca la segunda etapa
del Tiempo de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la
espera del regreso de Cristo y la memoria de su venida histórica. La
liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la
invitación del Señor expresada por la boca del profeta Isaías:
«Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» (40,1). Con estas
palabras se abre el Libro de la consolación, en la cual el profeta
dirige al pueblo en exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo
de la tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede ver con
confianza hacia el futuro: le espera finalmente el regreso a su patria. Y
por eso es la invitación a dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a la gente que ha
atravesado un periodo oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero
que ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo
pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará su pueblo
en la vía de la liberación y de la salvación. ¿De qué modo hará todo
esto? Con la diligencia y ternura de un pastor que cuida su rebaño. De
hecho, Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá a
las ovejas perdidas, dará particular atención a las más frágiles y
débiles (v. 11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus
creaturas. Por eso el profeta invita a quien lo escucha – incluso a
nosotros, hoy – a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza:
mensaje que el Señor nos consuela. Y hagan lugar a la consolación que
viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros de la
consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar la
alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente
cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio, que debemos llevar en el
bolsillo: no se olviden de esto, ¡eh! El Evangelio en el bolsillo o en
la bolsa, para leerlo continuamente. Y esto nos da consolación: cuando
permanecemos en oración silenciosa en su presencia, cuando lo
encontramos en la Eucaristía o en el sacramento del perdón. Todo esto nos
consuela.
Dejemos entonces que la invitación de
Isaías - «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» - resuene en
nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan personas que
sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacuda a
los resignados, que reanime a los desanimados, que encienda el fuego de
la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros.
Tantas situaciones exigen nuestro testimonio consolador. Ser personas
alegres, consoladas. Pienso a cuantos están oprimidos por sufrimientos,
injusticias y abusos; a cuantos son esclavos del dinero, del poder, del
suceso, de la mundanidad. ¡Pobrecitos! ¡Tienen falsas consolaciones, no
la verdadera consolación del Señor! Todos estamos llamados a consolar a
nuestros hermanos, dando testimonio que sólo Dios puede eliminar las
causas de los dramas existenciales y espirituales- ¡Él lo puede hacer!
¡Es potente!
El mensaje de Isaías, que resuena en
este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y
un estímulo para preparar con empeño el camino del Señor. El profeta,
de hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida
nuestros pecados y nos consuela. Si nosotros confiamos en Él con un
corazón humilde y arrepentido, Él destruirá los muros del mal, llenará
los vacíos de nuestras omisiones, allanará las montañas de la soberbia y
de la vanidad y abrirá el camino del encuentro con Él. Es curioso, pero
muchas veces tenemos miedo a la consolación, a ser consolados. Al
contrario, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación.
¿Saben por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas.
En cambio, en la consolación es ¡el Espíritu Santo el protagonista! Es
Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía para salir de
nosotros mismos, es Él quien nos lleva a la fuente de toda verdadera
consolación, es decir el Padre. Y esto es la conversión. ¡Por favor
déjense consolar por el Señor! ¡Déjense consolar por el Señor!
La Virgen María es la “vía” que Dios
mismo se ha preparado para venir al mundo. Confiemos a Ella la espera de
la salvación y de la paz de todos los hombres y las mujeres de nuestro
tiempo.
Imagina...
Hace 4 horas
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