Estamos en familia. Y cuando uno está en familia se siente en casa.
Gracias familias a ustedes familias cubanas, gracias cubanos por hacerme
sentir todos estos días en familia, por hacerme sentir en casa. Gracias
por todo esto. Este encuentro con ustedes viene a ser como «la frutilla
de la torta». Terminar mi visita viviendo este encuentro en familia es
un motivo para dar gracias a Dios por el «calor» que brota de gente que
sabe recibir, que sabe acoger, que sabe hacer sentir en casa. Gracias a
todos los cubanos.
Agradezco a Mons. Dionisio García, Arzobispo de Santiago, el saludo
que me ha dirigido en nombre de todos y al matrimonio que ha tenido la
valentía de compartir con todos nosotros sus anhelos y esfuerzos por
vivir el hogar como una «iglesia doméstica».
El Evangelio de Juan nos presenta como primer acontecimiento público
de Jesús las Bodas de Caná, en la fiesta de una familia. Ahí está con
María su madre y algunos de sus discípulos compartiendo la fiesta
familiar.
Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los «más
veteranos», padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto
de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan
formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por
lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos,
estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar
sus familias, es un gran desafío para todos los padres. A su vez, la
alegría de los jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza, todo tiene
«sabor» a casa nueva, a esperanza. En las bodas, siempre se une el
pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay memoria y
esperanza. Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que nos
permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido.
Y Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda. Se
introduce en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y búsquedas,
de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra
para que ésta dé su fruto. Jesús comienza su vida en el interior de una
familia, en el seno de un hogar. Y es en el seno de nuestros hogares
donde continuamente Él se sigue introduciendo, Él sigue siendo parte. Le
gusta meterse en la familia.
Es interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las
comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes
casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer el
proyecto de Dios. Él va a la casa de sus amigos –Marta y María–, pero no
es selectivo, no le importa si hay publicanos o pecadores, como Zaqueo.
Va a la casa de Zaqueo. No sólo Él actuaba así, sino cuando envió a sus
discípulos a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, les dijo:
«Quédense en la casa que los reciba, coman y beban de los que ellos
tengan» (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de
«especial» tendrán estos momentos en la vida de las personas para que
Jesús elija manifestarse allí.
Recuerdo en mi diócesis anterior que muchas familias me comentaban
que el único momento que tenían para estar juntos era normalmente en la
cena, a la noche, cuando se volvía de trabajar, donde los más chicos
terminaban la tarea de la escuela. Era un momento especial de vida
familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno había hecho, se ordenaba
el hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban tareas fundamentales para
los demás días, los chicos se peleaban, pero era el momento. Son
momentos en los que uno llega también cansado y alguna que otra
discusión, alguna que otra «pelea» aparece, pero no hay que tenerla
miedo. Yo tengo miedo a los matrimonios que nunca tuvieron una
discusión, raro, es raro. . Jesús elije estos momentos para mostrarnos
el amor de Dios, Jesús elije estos espacios para entrar en nuestras
casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo y actuando en nuestras
cosas cotidianas. Es en casa donde aprendemos la fraternidad, la
solidaridad, donde aprendemos a no ser avasalladores. Es en casa donde
aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada
uno necesita a los demás para salir adelante. Es en casa donde
experimentamos el perdón, y estamos continuamente invitados a perdonar, a
dejarnos transformar. Que curioso, en casa no hay lugar para las
«caretas», somos lo que somos y de una u otra manera estamos invitados a
buscar lo mejor para los demás.
Por eso la comunidad cristiana llama a las familias con el nombre de
iglesias domésticas, porque en el calor del hogar es donde la fe empapa
cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidad. Porque en
momentos así es como las personas iban aprendiendo a descubrir el amor
concreto y el amor operante de Dios.
En muchas culturas hoy en día van despareciendo estos espacios, van
desapareciendo estos momentos familiares, poco a poco todo lleva a
separarse, aislarse; escasean momentos en común, para estar juntos, para
estar en familia. Entonces no se sabe esperar, no se sabe pedir permiso
ni perdón, no se sabe dar gracias, porque la casa va quedando vacía, no
de gente, sino vacía de relaciones, vacía de contactos, vacía de
encuentros, de padres, hijos abuelos, nietros, hermanos. Hace poco, una
persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se habían
ido de vacaciones y él se había quedado solo, porque le tocaba trabajar
esos días. El primer día, la casa estaba toda en silencio, «en paz»,
nada estaba desordenado. Al tercer día, cuando le pregunto cómo estaba,
me dice: quiero que vengan ya todos de vuelta. Sentía que no podía vivir
sin su esposa y sus hijos, y eso es lindo, eso es lindo.
Sin familia, sin el calor de hogar, la vida se vuelve vacía,
comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, las
redes que nos alimentan en la cotidianidad y motivan la lucha para la
prosperidad. La familia nos salva de dos fenómenos actuales: la
fragmentación (la división) y la masificación. En ambos casos, las
personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular y de
gobernar. Y entonces encontramos en el mundo sociedades divididas,
rotas, separadas o altamente masificadas son consecuencia de la ruptura
de los lazos familiares, cuando se pierden las relaciones que nos
constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas. Uno se olvida
de como se dice mamá, papa… se van como olvidando esas relaciones que
son el fundamento del nombre que tenemos.
La familia es escuela de humanidad, que enseña a poner el corazón en
las necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás.
Cuando vivimos bien en familia, los egoísmo quedan chiquitos, existen
porque todos tenemos algo de egoísta, pero sino se crean esas familias
que podemos llamar así “yo me mí, que no saben de discusiones, de
solidaridad…”
A pesar de tantas dificultades como aquejan hoy a nuestras familias,
no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema,
son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que
cuidar, proteger, acompañar. Es una manera de decir que son una
bendición. Cuando vos comenzar a vivir la vida como un problema te
estancás, porque estás muy centrado en ti mismo.
Mucho se discute sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarle a
nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo que una de las
posibles respuestas se encuentra en mirarlos a ustedes: dejemos un mundo
con familias, es la mejor herencia, dejemos un mundo con familias. Es
cierto, no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos,
padres perfectos ni hijos perfectos, ni suegra perfecta, pero eso no
impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al
amor y el amor siempre se compromete con las personas que ama, el amor
siempre se compromete con las personas que ama. Por eso, cuidemos a
nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras
familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias,
verdaderos centros de humanidad.
Y aquí me viene una imagen cuando en las audiencias de los miércoles
paso a saludar a la gente, tantas, tantas mujeres me muestran la panza y
me dicen “¿Padre me lo bendice?”, le voy a proponer algo, a todas
aquellas mujeres que están embarazadas de esperanza que en este momento
se toquen la panza, o las que están escuchando por radio o por
televisión, y yo a cada una de ellas y a cada niño le doy la bendición, y
deseo que venga sanito, que crezca bien, que lo pueda criar bien, que
lo acaricien”.
No quiero terminar sin hacer mención a la Eucaristía. Se habrán dado
cuenta que Jesús quiere utilizar como espacio de su memorial, una cena.
Elige como espacio de su presencia entre nosotros un momento concreto en
la vida familiar. Un momento vivido y entendible por todos, la cena.
Y la Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y
ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con
su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar
siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe,
ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las
circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo.
En unos días participaré junto a familias del mundo en el Encuentro
Mundial de las Familias y en menos de un mes en el Sínodo de Obispos,
que tiene como tema la Familia. Los invito a rezar, les pido por favor
que recen por estas dos instancias, para que sepamos entre todos
ayudarnos a cuidar la familia, para que sepamos seguir descubriendo al
Emmanuel, es decir al Dios que vive en medio de su Pueblo haciendo de
cada familia y de todas las familias su hogar. Cuento con la oración de
ustedes.
23 de enero, ocho años del Prelado del Opus Dei.
Hace 4 horas
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