miércoles, 8 de mayo de 2019

Mensaje del Prelado

Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Recordamos bien cómo san Josemaría nos animaba a mantener una actitud habitual de agradecimiento a Dios “por todo, porque todo es bueno” (Camino, n. 268). Es una sencilla y muy valiosa manera de orar.
Demos gracias al Señor por todas las cosas buenas que nos permite vivir y por tantos dones de los que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta. También en medio de problemas, del dolor o de la experiencia de nuestra propia debilidad, Dios nos ofrece la oportunidad de ver más allá de lo inmediato para confiar en su amor: «Si dais gracias a Dios por todo, habréis adelantado mucho en vuestra vida espiritual», nos decía en una ocasión san Josemaría (28-III-1971).
Hace pocos días, hemos agradecido especialmente al Señor la ordenación de 34 nuevos sacerdotes de la Prelatura. Que esta acción de gracias nos lleve a rezar por todos los sacerdotes de la Iglesia para que, como ha pedido el Papa, «no le tengan miedo a gastar la vida por su gente» (15-XI-2018).
Ante la ya muy próxima beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, junto a seguir dando gracias, pidamos al Señor que nos ayude a comprender y vivir más profundamente la vida ordinaria como camino de santidad: de amar a Dios y a los demás con obras de servicio.
Como siempre, y especialmente en este mes de mayo, acudamos en nuestra oración a la mediación materna de Santa María.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre

miércoles, 10 de abril de 2019

Carta del Prelado

Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En el Viernes Santo, ya próximo, contemplaremos ante Cristo crucificado la inmensidad de su amor redentor. Amor que le llevó a la plena disponibilidad y obediencia a la voluntad de Dios Padre.
Nuestro seguimiento de Jesús, nuestra identificación con Él, lleva también, dentro de nuestras personales circunstancias, a una disponibilidad sin límites ante los desafíos y requerimientos de la misión apostólica. En nuestro caminar diario, deseamos descubrir la voz de Cristo que nos llama y nos invita a ampliar nuestro horizonte. Como san Pablo, queremos hacernos «todo para todos» (1 Cor 9, 22).
A propósito de la disponibilidad, pienso que, en estas semanas previas a la beatificación de Guadalupe, nos ayudará considerar precisamente cómo su proyecto de vida quedó engrandecido al situarse dentro del plan divino: Guadalupe se dejó llevar por Dios, con alegría y espontaneidad, de un lugar a otro, de un trabajo a otro. El Señor potenció sus capacidades y talentos, desarrolló su personalidad y multiplicó los frutos de su vida.
Dios hará también un gran bien a muchas personas a través de nosotros, a pesar de nuestros defectos y errores, con nuestra disponibilidad para escuchar, para servir, para ayudar y dejarnos ayudar; en una palabra, para amar lo que Él quiera. Como escribió san Josemaría: «Es el juego divino de la entrega» (Carta 14-II-1974, n. 5). Y, siempre y en todo, con la libertad y la alegría de las hijas y los hijos de Dios.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Roma, 9 de abril de 2019

jueves, 7 de marzo de 2019

Carta del Prelado

Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
San Josemaría nos exhortaba, con su palabra y su ejemplo, a sentire cum Ecclesia; a vivir en plena sintonía con la Iglesia. Una sintonía que nos lleva a alegrarnos con sus alegrías y a sufrir con sus sufrimientos.
En años difíciles, en los que san Pablo VI llegó a decir que «el humo de satanás» se introducía por las grietas de la Iglesia, nuestro Padre nos insistió en que eran «tiempos de rezar» y «tiempos de reparar». Esta misma exhortación querría que resonara también ahora en nuestras almas, ante la situación presente –distinta pero no menos difícil que aquella–, en la que junto a confusión doctrinal y errores prácticos, es muy penosa la división. También por esto, procuremos ser buenos hijos de la Iglesia, ayudando con nuestra oración al Papa en su misión de principio visible de unidad de fe y comunión.
Hijas e hijos míos, considerar las dificultades de la hora presente, ciertamente graves, no nos puede llevar a una actitud pesimista ni desesperanzada. Sobre todo porque, aunque compuesta por mujeres y hombres débiles, la Iglesia es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Sacramento universal de salvación. Por otra parte, como nos decía don Javier –y de lo que todos tenemos experiencia–, «¡cuánta gente buena hay en el mundo!».
En la oración por la Iglesia, acudamos con frecuencia a san Miguel Arcángel, como el Papa Francisco pidió hace unos meses; a san José, patrono de la Iglesia universal, en especial el próximo día 19; y siempre a Santa María, Mater Ecclesiae.
Con todo cariño os bendice, en este comienzo de la Cuaresma,
vuestro Padre
Roma, 7 de marzo de 2019

martes, 19 de febrero de 2019

Mensaje del Prelado

Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En mi reciente viaje en varios países de Centroamérica, he podido experimentar, otra vez, la bendita unidad de la Obra. No dejemos de sorprendernos por esta misericordia que tiene Dios con nosotros. Nuestro Padre, refiriéndose al 14 de febrero de 1930 y al 14 de febrero de 1943, comentó en una ocasión: «No en vano ha querido el Señor que coincidan estas dos manifestaciones de su bondad en una misma fecha. (...) Pedid al Señor que os enseñe a amar la unidad de la Obra como Él la quiso desde el primer momento» (14-II-1958).
El Señor, durante la Última Cena, rezó por la unidad de quienes serían sus discípulos: «Ut omnes unum sint» (Jn 17,21); que todos seamos uno. No se trata solo de la unidad de una organización humanamente bien estructurada, sino de la unidad que da el Amor: «como Tú, Padre, en mí y yo en Ti» (Ibíd.). En este sentido, los primeros cristianos son un claro ejemplo: «La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).
Precisamente por ser consecuencia del amor, esta unidad no es uniformidad, sino comunión. Se trata de unidad en la diversidad, manifestada en la alegría de convivir con las diferencias, aprender a enriquecernos con los demás, fomentar a nuestro alrededor un ambiente de afecto. Jesús señaló que esta unidad es condición de eficacia en la transmisión del Evangelio: «Para que el mundo crea» (Jn 17,21). Unidad, por tanto, que no nos encierra en un grupo, sino que – como parte de la Iglesia – nos abre a ofrecer nuestra amistad a todas las personas en esta magnífica misión evangelizadora.
Esforcémonos con un renovado empeño por vivir la unidad: empezando con quienes tenemos más cerca. Entonces, con la gracia de Dios, fuente de esa unidad, podremos superar los obstáculos que se nos presenten en el camino.
Con todo cariño os bendice,
vuestro Padre
Roma, 14 de febrero de 2019

miércoles, 9 de enero de 2019

Carta del Prelado por el Año Nuevo


Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Un año que comienza es una nueva oportunidad –"año nuevo, lucha nueva", como decía san Josemaría– para renovar nuestra ilusión por oír a Dios que nos habla en las circunstancias diarias, por limpiar lo que empañe nuestra mirada y nos dificulte ver a Jesús. Procuremos caminar in novitate sensus (cfr. Rm 12,2), con un sentido nuevo, con una lucha serena y alegre, para conocer y amar más a Jesucristo; y acoger el regalo de una vida siempre nueva: Su vida en nosotros.
No contamos solo con nuestras fuerzas sino, sobre todo, con la gracia de Dios y la ayuda de los demás. Toda la Iglesia en la tierra y en el cielo nos sostiene –verdadera comunión de los santos– en este renovado propósito esperanzado de seguir caminando. También nosotros apoyamos a los demás con nuestra oración y con nuestras luchas, llenando nuestro corazón de rostros y nombres. En este año, nos acogemos de manera especial a la intercesión de la futura beata Guadalupe Ortiz de Landázuri.
Acabo uniéndome a los deseos que expresó san Josemaría al final de 1958: "Quisiera que en el año que va a comenzar fuerais muy felices y muy fieles".
Con mi bendición más cariñosa,
vuestro Padre
 



jueves, 29 de noviembre de 2018

Visita del Prelado del Opus Dei a Granada

«Dios quiere contar con nosotros para extender su reino»

El prelado del Opus Dei ha realizado un viaje pastoral a Granada, del 23 al 26 de noviembre. Mantuvo varios encuentros en el colegio Monaita-Mulhacén con familias y personas de la Obra provenientes de Granada, Málaga, Almería, Jaén y Melilla. y acudió al Centro de Formación Profesional EFA El Soto, en el cercano municipio de Chauchina.
https://youtu.be/IZhdc0_OE-U

lunes, 1 de octubre de 2018

Carta del Prelado 1-X-2018


Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Mañana se cumplen 90 años desde el 2 de octubre de 1928:«Ese día el Señor fundó su Obra, suscitó el Opus Dei» (Apuntes íntimos, n. 306), escribió san Josemaría poco tiempo después. La alegría con que celebramos este aniversario es, a la vez, acción de gracias a Dios, que enriquece continuamente a su Iglesia con dones y carismas: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Sal 118,1). Ante nuestro Padre se abría un panorama inmenso: cooperar a la reconciliación del mundo entero con Dios, a través del trabajo profesional y de las demás circunstancias de la vida ordinaria.
Consideremos la primacía de Dios: es Él quien fundó su Obra, y quien la sigue llevando adelante. Como en toda la Iglesia, se cumplen las palabras del Evangelio: «El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Porque la tierra produce fruto ella sola: primero hierba, después espiga y por fin trigo maduro en la espiga»
(Mc 4,26-28). San Josemaría puso lo que estaba de su parte: una oración intensa, una lucha interior decidida y una infatigable iniciativa apostólica. Sin embargo, tuvo siempre la convicción de que toda esa fuerza que lo impulsaba a servir a las almas venía de Dios: «Te agradezco, Señor, que hayas procurado que yo comprenda, de manera evidente, que todo es tuyo: las flores y los frutos, el árbol y las hojas, y esa agua clara que salta hasta la vida eterna. Gratias tibi, Deus!» (En diálogo con el Señor, p. 308).La primacía de la gracia de Dios es igualmente real en toda vida cristiana, en la vida de cada una y de cada uno.
Además de considerar el don de Dios, renovemos nuestro agradecimiento porque ha querido contar con nosotros para hacernos colaboradores suyos (cfr. 2 Cor 6,1), a pesar de nuestra poquedad. A veces puede parecernos que, en realidad, nuestro papel en los planes de Dios es irrelevante; sin embargo, Él se toma en serio nuestra libertad, y cuenta verdaderamente con nosotros. Pensemos en aquel muchacho que supo poner lo poco que tenía –cinco panes y dos peces– en las manos de Jesús: a partir de ese gesto de generosidad, Cristo dio a comer a una multitud (cfr. Jn 6,1-13). Dios cuenta también con nuestra correspondencia diaria, hecha de cosas pequeñas que se engrandecen por la fuerza de su gracia. Y así, dedicamos nuestros mejores esfuerzos a buscarle en nuestro trabajo, a servir a las personas que nos rodean, procurando mirarlas y amarlas como Él, a hacer presente en el mundo, de mil maneras distintas, la luz y el calor que ha puesto en nuestros corazones. Todo eso es nuestra pequeña colaboración de hijos, de la que se sirve nuestro Padre Dios para obrar maravillas en las almas.
En breve comenzará el Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Sigamos rezando, pidiendo luces e impulso para que el mensaje de Jesús continúe llegando a muchos chicos y chicas, y se decidan a seguirle generosamente por los distintos caminos que existen en la Iglesia. La cercanía de este evento eclesial con el aniversario de la Obra nos puede ayudar a ver nuestra propia personal vocación con una renovada ilusión, propia de un corazón joven y enamorado. Nuestro Fundador no perdió nunca esa juventud de alma. Pasó por muchas contrariedades y sufrimientos, sin embargo se mantuvo siempre joven por su amor al Señor. Nos manifestaba así el secreto de su vitalidad: «Al rezar al pie del altar al Dios que llena de alegría mi juventud (Sal 43,4), me siento muy joven y sé que nunca llegaré a considerarme viejo; porque, si permanezco fiel a mi Dios, el Amor me vivificará continuamente: se renovará, como la del águila, mi juventud (Cfr. Sal 103,5)» (Amigos de Dios, n. 31). Si permanecemos unidos al Señor, seremos siempre jóvenes, y Él seguirá haciendo la Obra, siempre antigua y siempre nueva, en los diferentes lugares, culturas y tiempos.
Para una vida humana, noventa años son muchos; en cambio para la Obra son ciertamente pocos. Seguimos en los comienzos: que esto nos sirva como un recuerdo del don que hemos recibido y de la hermosa misión que Cristo ha puesto en nuestras manos.
No dejéis de acompañarme con vuestra oración y, sobre todo, acompañemos estos días al Santo Padre para ir todos juntos a Jesús por María.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Roma, 1 de octubre de 2018