viernes, 25 de noviembre de 2016

Homilía 20161124

La lectura del Libro del Apocalipsis (18,1-2.21-23;19,1-3.9a) habla de tres voces. La primera es el grito del ángel: Cayó, cayó la gran Babilonia, la que sembraba corrupción en los corazones de la gente y la que nos lleva a todos por esa senda de la corrupción. La corrupción es el modo de vivir en la blasfemia, la corrupción es una forma de blasfemia, el lenguaje de esa Babilonia, de esa mundanidad, es blasfemia, no está Dios: está el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación. Pero esa mundanidad que seduce a los grandes de la tierra caerá. Esa civilización caerá y el grito del ángel es un grito de victoria: cayó, ha caído la que engañaba con sus seducciones. Y el imperio de la vanidad, del orgullo, caerá, como cayó Satanás.

Contrario al grito del ángel, que era un grito de victoria por la caída de la civilización corrupta, hay otra voz poderosa, el grito de la gente que alaba a Dios: La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios. Es la voz potente de la adoración, la adoración del pueblo de Dios que se salva y también del pueblo en camino, que todavía está en la tierra. El pueblo de Dios, pecador, pero no corrupto: pecador que sabe pedir perdón, pecador que busca la salvación de Jesucristo.

Ese pueblo se alegra cuando ve el fin y la alegría de la victoria se convierte en adoración. No podemos quedarnos solo con el primer grito del ángel, sino con esta voz potente de la adoración de Dios. Pero a los cristianos les cuesta adorar. Somos muy buenos para rezar pidiendo algo, pero la oración de alabanza no es fácil hacerla. Hay que aprenderla, debemos aprenderla ahora para no aprenderla de prisa cuando lleguemos allá. Es muy hermosa la oración de adoración ante el Sagrario. Una oración que solo dice: Tú eres Dios. Yo soy un pobre hijo amado por ti.

Finalmente, la tercera voz es un susurro. El ángel que dice: escribe, Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero. La invitación del Señor no es un grito sino una voz suave, como cuando Dios habla con Elías. La voz de Dios cuando habla al corazón es así: como un hilo de silencio sonoro. Y esa invitación a las bodas del Cordero será el final, nuestra salvación. Los que hayan entrado al banquete, según la parábola de Jesús, son de hecho los que estaban en los cruces de los caminos, buenos y malos, ciegos, sordos, cojos, todos nosotros pecadores, pero con la humildad suficiente para decir: Soy un pecador y Dios me salvará. Y si tenemos eso en el corazón, Él nos invitará, y oiremos esa voz susurrante que nos invita al banquete. El Evangelio acaba con esa voz. Cuando empiece a suceder esto —o sea la destrucción de la soberbia, de la vanidad, todo eso—, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación, es decir, te están invitando a las bodas del Cordero. Que el Señor nos dé la gracia de esperar esa voz, de prepararnos para oír esa voz: Ven, ven, ven siervo fiel —pecador pero fiel—, ven, ven al banquete de tu Señor.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Homilía 20161122

Las lecturas de la liturgia en esta última semana del Año Litúrgico son como una llamada del Señor a pensar en serio en el final, el final de cada uno de nosotros, porque cada uno tendrá su fin.

No nos gusta pensar en esas cosas, pero es la verdad. Y cuando uno se haya ido, pasarán los años y casi nadie nos recordará. Yo tengo una agenda donde escribo cuando muere una persona y cada día veo los aniversarios y ¡cómo ha pasado el tiempo!

Esto nos obliga a pensar en lo que dejamos, en cuál es la huella de nuestra vida. Y después del fin, como se cuenta en la lectura de hoy del Apocalipsis de Juan (Ap 14,14-19), tendrá lugar el juicio para cada uno de nosotros. Nos vendrá bien pensar: ¿Cómo será aquel día cuando esté delante de Jesús? Cuando Él me pregunte por los talentos que me dio, ¿qué he hecho con ellos? Cuando me pregunte cómo ha estado mi corazón cuando cayó la semilla, ¿como un camino o como las espinas? Son las Parábolas del Reino de Dios. ¿Cómo recibí la Palabra? ¿Con corazón abierto? ¿La ha hecho germinar por el bien de todos o a escondidas?

Cada uno estará delante de Jesús en el día del juicio. Por tanto, retomando las palabras del Evangelio de Lucas (Lc 21,5-11), mirad que nadie os engañe. Y el engaño del que habla es la alienación, el engaño de las cosas superficiales, que no tienen trascendencia, el engaño de vivir como si nunca fuera a morir. Cuando venga el Señor, ¿cómo me encontrará? ¿Esperando, o en medio de tantas alienaciones de la vida? Recuerdo que siendo niño, cuando iba al catecismo, nos enseñaban cuatro cosas: muerte, juicio, infierno o gloria. Después del juicio existen esas posibilidades. Pero, Padre, eso es para asuntarnos. No, ¡es la verdad! Porque si no cuidas tu corazón para que el Señor esté contigo, y vives siempre alejado del Señor, quizá exista el peligro de continuar así de alejado del Señor por toda la eternidad. ¡Y eso es tremendo!

Por tanto, pensemos cómo será nuestro fin y qué pasará delante del Señor. Y el remedio para no tener miedo en ese momento está en el Apocalipsis: Sé fiel hasta la muerte —dice el Señor— y te daré la corona de la vida. La fidelidad al Señor, y Él no defrauda. Si cada uno de nosotros es fiel al Señor, cuando venga la muerte, diremos: ¡Ven, hermana muerte! No nos asusta. Y cuando llegue el día del juicio, miraremos al Señor y le diremos: Señor tengo tantos pecados, pero he procurado ser fiel. Y el Señor es bueno. Así pues, os doy este consejo: Sé fiel hasta la muerte —dice el Señor— y te daré la corona de la vida. Con esa fidelidad no tendremos miedo del fin, ni nos asustará el día del juicio.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Audiencia 20160928

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentran su culmen en el perdón. Jesús perdona: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23,34). No sólo son palabras, porque se hacen un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que estaba junto a Él. San Lucas narra de dos ladrones crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como lo insultaba toda la gente, ahí, como hacen los jefes del pueblo, pero este pobre hombre, llevado por la desesperación: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre ante el misterio de la muerte y la trágica conciencia que sólo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar en la cruz sin hacer nada para salvarse. Y no entendían esto. No entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y en cambio, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Y todos nosotros sabemos que no es fácil “permanecer en la cruz”, en nuestras pequeñas cruces de cada día: no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se quedó así y ahí nos ha mostrado su omnipotencia y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y surge para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él testimonia que la salvación de Dios puede alcanzar a todo hombre en cualquier condición, incluso en la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos: ¡para todos! Ninguno es excluido. Y la oferta es para todos. Por esto el Jubileo es el tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, para aquellos que están bien y para aquellos que sufren. Pero acuérdense de aquella parábola que narra Jesús en la fiesta de bodas de un hijo de un poderoso de la tierra: cuando los invitados no querían ir, dice a sus servidores: “Vayan al cruce de los caminos, llamen a todos, buenos y malos…”. Todos somos llamados: buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o para aquellos que parecen buenos o se creen buenos; la Iglesia es para todos, y preferiblemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia. Y este tiempo de gracia y de misericordia nos hace recordar que ¡nada nos puede separar del amor de Cristo! (Cfr. Rm. 8,39). Para quien esta inmovilizado en una cama de un hospital, para quien vive cerrado en una prisión, para cuantos están atrapados por las guerras, yo digo: miren el Crucifijo; Dios está con nosotros, permanece con ustedes en la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña, a todos nosotros, a ustedes que sufren tanto, crucificado por ustedes, por nosotros, por todos. Dejen que la fuerza del Evangelio penetre en sus corazones y los consuele, les de esperanza y la íntima certeza que ninguno está excluido de su perdón. Pero ustedes pueden preguntarme: “Pero Padre, ¿Quién que ha hecho las cosas más malas en la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?” “¡Sí! Si: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente quien se acerca a Jesús, arrepentido y con las ganas de ser abrazado”.
Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “buen ladrón”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Primero, él se dirige a su compañero: «Pero tú, ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?» (Lc. 23,40). Así subraya el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dios, no: el temor filial de Dios. No es el miedo, sino aquel respeto que se debe a Dios porque Él es Dios. Es un respeto filial porque Él es Padre. El buen ladrón evoca la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer espacio a Dios y a encomendarse a su misericordia.
Luego, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente su propia culpa: «Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo» (Lc. 23,41): así dice. Por lo tanto, Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él ofrece a ellos la salvación. Lo que es un escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, esto en cambio es el fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la Gracia; lo impensable ha sucedido: Dios me ha amado a tal punto que ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era ladrón, era un ladrón: es verdad. Había robado toda su vida. Pero al final, arrepentido de aquello que había hecho, mirando a Jesús tan bueno y misericordioso ha logrado robarse el cielo: ¡éste es un buen ladrón!
Finalmente, el buen ladrón se dirige directamente a Jesús, invocando su ayuda: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lc. 23,42). Lo llama por nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que este nombre indica: “el Señor salva”: esto significa “Jesús”. Aquel hombre pide a Jesús que se recuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta expresión, cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, que Dios le esté siempre cercano. De este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que confía en Jesús. Esto es profundo: un condenado a muerte es un modelo para nosotros. Un modelo de un hombre, de un cristiano que confía en Jesús; y también modelo de la Iglesia que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo: “Acuérdate… Acuérdate… Acuérdate de tu amor…”.
Mientras el buen ladrón habla en futuro: «Cuando vengas a establecer tu Reino», la respuesta de Jesús no se hace esperar; habla en presente: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: es decir, salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado: «la liberación a los cautivos» (Lc. 4,18); en Jericó, en la casa del publicano Zaqueo, había declarado que «el Hijo del hombre – es decir, Él – vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc. 19,9). En la cruz, el último acto confirma la realización de este diseño salvífico. Desde el inicio y hasta el final Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado la encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es de verdad el rosto de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón lo ha llamado por nombre: “Jesús”. Es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla durante la jornada muchas veces: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. Hagámosla juntos tres veces, todos juntos, vamos: “Jesús”, Jesús, Jesús”. Y así háganlo durante todo el día. Gracias.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Audiencia 20160907

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Hemos escuchado un pasaje del Evangelio de Mateo (11, 2-6). El intento del evangelista es aquel de hacernos entrar más profundamente en el misterio de Jesús, para recibir su bondad y su misericordia. El episodio es el siguiente: Juan Bautista envía sus discípulos a Jesús –Juan estaba en la cárcel- para hacerles una pregunta muy clara: «¿Eres tú quien debe venir o debemos esperar a otro?» (v. 3). Era justo en el tiempo de la obscuridad…
El Bautista esperaba con ansias el Mesías y en su predicación lo había descrito con colores fuertes como un juez que finalmente habría instaurado el reino de Dios y purificado a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a los malos. Él predicaba así: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: por eso el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mt 3,10). Ahora Jesús ha iniciado su misión pública con un estilo distinto; Juan sufre y en la doble obscuridad –en la obscuridad de la cárcel, en la obscuridad de la celda, y en la obscuridad del corazón no comprende este estilo y quiere saber si es Él el Mesías, o si más bien debe esperar a otro.
Y la respuesta de Jesús parece a primera impresión que no corresponde a la solicitud del Bautista. Jesús, de hecho, dice: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». (Lc 7, 22-23). Esta es la respuesta de Jesús.
Aquí queda claro el intento del Señor Jesús: Él responde que es el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que va al encuentro de todos llevando la consolación y la salvación, y de este modo manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los sordos recuperan su dignidad y no son más excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a vivir, mientras que a los pobres le es anunciada la Buena Noticia. Y esta se convierte en la síntesis del actuar de Jesús, que en este modo hace visible y tangible el actuar mismo de Dios.
El mensaje que la Iglesia recibe de esta narración de la vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo en el mundo para castigar a los pecadores ni para aniquilar a los malvados. A ellos, en cambio, se les dirige la invitación a la conversión de modo que, viendo los signos de la bondad divina, puedan reencontrar el camino de regreso. Como dice el Salmo: «Si tienes en cuenta las culpas, Señor, Señor, ¿Quién podrá resistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido» (Salmo 130, 3-4).
La justicia que el Bautista colocaba al centro de su predicación, en Jesús se manifiesta en primer lugar como misericordia. Y las dudas del Precursor no hacen más que anticipar el desconcierto que Jesús suscitará a continuación con sus obras y sus palabras. Se comprende, entonces, la conclusión de la respuesta de Jesús. Dice: «Feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!». Escándalo significa “obstáculo”. Por eso Jesús advierte sobre un particular peligro: si el obstáculo a creer es sobre todo sus acciones de misericordia, eso significa que si tiene una falsa imagen del Mesías. Bienaventurados en cambio aquellos que, de frente a los gestos y a las palabras de Jesús, dan gloria al Padre que está en los cielos.
La amonestación de Jesús es siempre actual: también hoy el hombre construye imágenes de Dios que le impiden disfrutar su presencia real. Algunos se recortan una fe que “cada uno hace a su medida” y que reduce a Dios en el espacio limitado de los propios deseos y de las propias convicciones. Pero esta fe no es conversión al Señor que se revela, más bien, impide el provocar nuestra vida y nuestra conciencia. Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usan su santo nombre para justificar los propios intereses o incluso el odio y la violencia. Para otros todavía Dios es solamente un refugio psicológico para ser tranquilizados en los momentos difíciles: se trata de una fe plegada en sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso de Jesús que empuja hacia los hermanos. Otros todavía consideran a Cristo solo un buen maestro de enseñanzas éticas, uno entre tantos de la historia. Finalmente, hay quien sofoca la fe en una relación puramente intimista con Jesús, anulando su impulso misionero capaz de transformar al mundo y la historia. Nosotros cristianos creemos en el Dios de Jesucristo, y su deseo es aquel de crecer en la experiencia viva de su misterio de amor.
Por lo tanto, comprometámonos a no interponer algún obstáculo al actuar misericordioso del Padre, pero pidamos el don de una fe grande para ser también nosotros signos e instrumentos de misericordia. Gracias.

miércoles, 29 de junio de 2016

San Pedro y san Pablo

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Celebramos hoy la fiesta de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, alabando a Dios por su predicación y su testimonio. Sobre la fe de estos dos Apóstoles se funda la Iglesia de Roma, que desde siempre los venera como patronos. Sin embargo, es toda la Iglesia universal la que mira hacia ellos con admiración, considerándolos dos columnas y dos grandes luces que brillan, no sólo en el cielo de Roma, sino en el corazón de los creyentes de Oriente y de Occidente.
En la narración de la misión de los Apóstoles, el Evangelio nos dice que Jesús los envió de dos en dos (cfr Mt 10,1 – Lc 10,1). En cierto sentido, también Pedro y Pablo, desde Tierra Santa, fueron enviados hasta Roma, para predicar el Evangelio. Eran dos hombres muy distintos entre sí: Pedro «un humilde pescador». Pablo «maestro y doctor», como reza la liturgia de hoy. Pero si aquí en Roma conocemos a Jesús, si la fe cristiana es parte viva y fundamental del patrimonio espiritual y de la cultura de este territorio, se debe al coraje apostólico de estos dos hijos del Cercano Oriente. Ellos, por amor de Cristo, dejaron su patria y descuidando las dificultades del largo viaje y de los riesgos y de la desconfianza que habían de encontrar, llegaron a Roma. Aquí se hicieron anunciadores y testigos del Evangelio entre la gente y sellaron con el martirio su misión de fe y caridad.
Pedro y Pablo vuelven hoy idealmente entre nosotros, vuelven a recorrer las calles de esta Ciudad, llaman a la puerta de nuestras casas, pero sobre todo de nuestros corazones. Quieren volver a traer a Jesús, su amor misericordioso, su consolación, su paz ¡Tenemos tanta necesidad de ello! ¡Acojamos su mensaje! ¡Atesoremos su testimonio! La fe escueta y firme de Pedro, el corazón grande y universal de Pablo nos ayudarán a ser cristianos alegres, fieles al Evangelio y abiertos al encuentro con todos.
Durante la Santa Misa, en la Basílica de San Pedro, esta mañana, he bendecido los Palios de los Arzobispos Metropolitanos nombrados en el último año, provenientes de diversos países. Renuevo mi saludo y les deseo a ellos, a sus familiares y a cuantos los han acompañado en esta peregrinación. Y los aliento a proseguir con alegría su misión al servicio del Evangelio, en comunión con toda la Iglesia y en especial con la Sede de Pedro, como expresa precisamente el signo del Palio.
En la misma celebración, he acogido con alegría y afecto a los Miembros de la Delegación llegada a Roma en nombre del Patriarca Ecuménico, el queridísimo hermano Bartolomé. También esta presencia es signo de los fraternos lazos que existen entre nuestras Iglesias. Oremos para que se refuercen cada vez más los vínculos de comunión y el testimonio común.
A la Virgen María, Salus Populi Romani, encomendamos hoy al mundo entero, y, en particular esta ciudad de Roma, para que pueda encontrar siempre en los valores espirituales y morales que la enriquecen el fundamento de su vida social y de su misión en Italia, en Europa y en el mundo».

lunes, 9 de mayo de 2016

Santa Marta 20160509

El Espíritu Santo es el que mueve a la Iglesia, aunque para muchos cristianos de hoy es un desconocido o un ‘prisionero de lujo’. Es la advertencia del Papa Francisco en su homilía, en la Misa matutina, en la Casa de Santa Marta. Subrayó que el Espíritu Santo nos hace cristianos reales, no virtuales, exhortando a dejarnos impulsar por Él, que nos enseña el camino de la libertad. Y dirigió un saludo especial a las Hermanas Vicentinas, en el día en que celebran a su Fundadora, Santa Luisa de Marillac.«Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». Con esta respuesta de los discípulos a San Pablo, en Éfeso, el Papa Francisco reflexionó sobre la presencia del Espíritu Santo en la vida de los cristianos. Y señaló que «también hoy, pasa como a esos discípulos, que aun creyendo en Jesús, no sabían quién era el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo mueve a la Iglesia y nos hace testimoniar a Jesús
Muchos aseguran haber aprendido en el Catecismo que el Espíritu Santo está en la Trinidad, pero luego ya no saben nada más sobre el Espíritu Santo y se preguntan qué hace:
«El Espíritu Santo es el que mueve a la Iglesia, el que trabaja en la Iglesia, en nuestros corazones. El que hace que todo cristiano sea una persona distinta de la otra, pero de todos juntos hace la unidad. El que lleva adelante, abre de par en par las puertas y te envía a dar testimonio de Jesús. Escuchamos al comienzo de la Misa: ‘Recibirán al Espíritu Santo y serán mis testigos en el mundo’. El Espíritu Santo es el que está en nosotros y nos enseña a mirar al Padre y a decirle: ‘Padre’. Nos libra de la condición de huérfano a la que el espíritu del mundo nos quiere llevar».
Tras hacer hincapié en que el Espíritu Santo es «el protagonista de la Iglesia viva: el que trabaja en la Iglesia», puso en guardia contra el peligro de que «cuando no vivimos esto, cuando no estamos a la altura de esta misión del Espíritu Santo», reducimos la fe a una moral, a una ética». No hay que quedarse sólo en lo de cumplir los Mandamientos y nada más:’ Eso se puede hacer, eso otro no… hasta aquí sí, hasta allá no… Y de allí a la casuística, a una moral fría’.
No hacer del Espíritu Santo un ‘prisionero de lujo’
La vida cristiana – reiteró el Papa Francisco – «no es una ética: es un encuentro con Jesucristo». Y es precisamente el Espíritu Santo el que me lleva a ese encuentro con Jesucristo»:
«Pero nosotros, en nuestra vida, tenemos en el corazón al Espíritu Santo, como a un ‘prisionero de lujo’: no dejamos que nos impulse, no dejamos que nos mueva. Hace todo, sabe todo, sabe recordarnos qué ha dicho Jesús, sabe explicarnos las cosas de Jesús. El Espíritu Santo no sabe hacer sólo una cosa: cristianos de salón. ¡Eso no lo sabe hacer! No sabe hacer ‘cristianos virtuales’, pero no virtuosos. Él hace cristianos reales, Él toma la vida real como es, con la profecía del leer los signos de los tiempos, nos lleva adelante así. Es el gran prisionero de nuestro corazón. Decimos: ‘es la tercera Persona de la Trinidad’ y nos quedamos en eso…»
Reflexionar sobre qué hace el Espíritu Santo en nuestra vida
El Obispo de Roma dijo que nos hará bien reflexionar, esta semana, sobre qué hace el Espíritu Santo en nuestra vida y si nos ha enseñado el camino de la libertad. Si nos impulsa a salir de nosotros mismos, para testimoniar a Jesús, o si tenemos miedo. O sobre cómo va nuestra paciencia en las pruebas:
«En esta semana de preparación a la Fiesta de Pentecostés, pensemos: ¿creo de verdad? ¿O el Espíritu Santo es sólo una palabra para mí? Y tratemos de hablar con Él y de decirle: ‘Sé que estás en mi corazón, que estás en el corazón de la Iglesia, que llevas adelante a la Iglesia. Que Tú haces la unidad entre todos nosotros – pero distintos a todos nosotros - en la diversidad de todos nosotros’... Digamos todas estas cosas y pidamos la gracia de aprender – pero en la práctica, en mi vida – qué hace Él. Es la gracia de la docilidad a Él: ser dócil al Espíritu Santo. Esta semana, hagamos esto: pensemos en el Espíritu y hablemos con Él».

martes, 3 de mayo de 2016

Santa Marta 20160503

«Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a caminar bien». Fue la exhortación del Papa Francisco - en su homilía de la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta -  reflexionando sobre las palabras de Jesús a Tomás: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»… «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre».Reiterando que Jesús es el «camino justo» de la vida cristiana, el Santo Padre señaló que es importante verificar constantemente si lo estamos siguiendo con coherencia, si hemos perdido la experiencia de fe, o se nos ha quedado por el camino. Camino por el cual se van encontrando diversos tipos de cristianos: ‘cristianos momias’; ‘cristianos vagabundos’, ‘cristianos testarudos, cristianos a mitad de camino’.
‘Momias espirituales’
El Papa se detuvo sobre las características de esos cristianos que están confundidos, empezando por el cristiano que ‘no camina’, que parece que está como embalsamado:
«Un cristiano que no camina, que no hace camino, es un cristiano no cristiano. No se sabe lo que es. Es un cristiano un poco ‘paganizado’: está allí, estancado, no va adelante en la vida cristiana, no hace florecer las Bienaventuranzas en su vida, no hace las obras de misericordia… Está parado. Perdónenme la palabra, pero es como si fuera una ‘momia’, allí.., una ‘momia espiritual’. Y hay cristianos que son ‘momias espirituales’. Parados, allí. No hacen daño, pero no hacen el bien’».
Los testarudos y los vagabundos
También hay cristianos porfiados. Si bien, cuando se camina es posible que uno se equivoque de camino, eso no es lo peor, Francisco advirtió que «la tragedia es ser testarudo y decir: ‘éste es el camino’. Y no dejar que la voz del Señor nos diga que no lo es, que nos diga: ‘vuelve atrás y toma el camino verdadero’. Luego, la cuarta categoría, la de los cristianos que ‘caminan, pero no saben dónde van’:
«Son errantes en la vida cristiana, vagabundos. Su vida es un ir dando vueltas, aquí y allá, y así se pierden la belleza de acercarse a Jesús, al camino de Jesús. Pierden el camino, porque van dando vueltas, y tantas veces ese vagabundear, los lleva a una vida sin salida: el vagabundear demasiado se transforma en un laberinto y después no saben cómo salir. Han perdido esa llamada de Jesús. No tienen brújula para salir y dan vueltas, buscan. Hay otros que en el camino quedan seducidos por una belleza, por algo, y se quedan a mitad de camino, fascinados por lo que ven, por una idea, una propuesta, un paisaje… ¡Y se detienen! ¡La vida cristiana no es una fascinación: es una verdad! ¡Es Jesucristo!».
Preguntémonos  cómo vamos caminando
¿Cómo va el camino cristiano que empecé en el Bautismo? ¿Estancado? ¿Equivocado? ¿Vagabundeando espiritualmente? ¿Me detengo ante lo que me gusta: mundanidad, vanidad? O sigo siempre hacia adelante, haciendo que sean concretas las Bienaventuranzas y las obras de misericordia… El Papa recordó que el Camino de Jesús está lleno de consolaciones, de gloria y también de cruz, pero siempre con la paz en el alma. Y alentó a preguntarnos cómo es nuestro caminar:
«Quedémonos hoy con la pregunta, pero preguntémonos, cinco minutitos… ¿Cómo estoy yo en este camino cristiano? ¿Estancado, equivocado, dando vueltas, parándome ante las cosas que me gustan, o en el camino de Jesús: ‘Yo soy el Camino’? ¡Y pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a caminar bien, siempre! Y, cuando nos cansamos, un pequeño refresco y adelante. Pidamos esta gracia».

viernes, 29 de abril de 2016

Santa Marta 20160428

Aún hoy, en la Iglesia, así como ayer, hay resistencias contra las sorpresas del Espíritu, ante las situaciones nuevas, pero Él nos ayuda a vencerlas y a ir adelante, seguros, por el camino de Jesús. Lo reiteró el Papa Francisco, en su homilía, en la Santa Misa matutina, que celebró en la Capilla de la Casa de Santa Marta.Acaloradas discusiones en la Iglesia, pero el protagonista es el Espíritu
Comentando la célebre lectura de los Hechos de los Apóstoles, sobre el denominado ‘Concilio’ de Jerusalén, el Papa recordó que ‘el protagonista de la Iglesia’ es el Espíritu Santo. Es Él el que, desde el primer momento, les dio a los apóstoles la fortaleza para proclamar el Evangelio’. Es ‘el Espíritu el que lo hace todo, el Espíritu es el que lleva adelante a la Iglesia’. Aun con sus problemas, también cuando estalla una persecución, es Él el que fortalece a los creyentes para que permanezcan en la fe, aun en los momentos de ‘resistencias y de ensañamiento de los doctores de la ley’. En este caso, hay una resistencia doble a la acción del Espíritu: la de los que creían que ‘Jesús había venido sólo para el pueblo elegido’ y la de los que querían imponer la ley mosaica a los paganos convertidos. En todo ello, hubo una gran confusión, señaló el Papa:
«El Espíritu ponía a los corazones en un camino nuevo: eran las sorpresas del Espíritu. Y los apóstoles se encontraron en una situación que nunca hubieran creído, situaciones nuevas. Y ¿cómo manejar estas nuevas situaciones? Por ello la lectura de hoy, comienza así: ‘en aquellos días, al cabo de una prolongada discusión’. Una acalorada discusión, porque discutían sobre este tema. Ellos, por una parte, tenían la fuerza del Espíritu – el protagonista – que impulsaba a ir adelante, adelante, adelante… Pero el Espíritu los llevaba a ciertas novedades, cosas que nunca se habían hecho antes. Nunca. Ni siquiera se las habían imaginado. Como, por ejemplo, que los paganos recibieran el Espíritu Santo»
El que tiene miedo de escuchar, no tiene al Espíritu en el corazón
Los discípulos ‘tenían la patata caliente en las manos y no sabían qué hacer’. Por lo que convocan una reunión en Jerusalén, donde cada uno puede contar su propia experiencia, sobre cómo el Espíritu Santo descienda también sobre los paganos:
«Y al final se pusieron de acuerdo. Pero antes hay una cosa linda: ‘Toda la asamblea hizo silencio para oír a Bernabé y a Pablo, que comenzaron a relatar los signos y prodigios que Dios había realizado entre los paganos por intermedio de ellos’. Escuchar, no tener miedo de escuchar. Cuando uno tiene miedo de escuchar, no tiene al Espíritu en el corazón. Escuchar: ‘¿tú qué piensas y por qué?’. Escuchar con humildad. Y, después de haber escuchado, decidieron enviar a las comunidades griegas, es decir a los cristianos que vinieron del paganismo, enviar a algunos discípulos para tranquilizarlos y decirles: ‘Está bien, sigan así’».
Novedades mundanas y novedades del Espíritu
Los paganos convertidos no están obligados a la circuncisión. Y es una decisión comunicada a través de una carta, en la que ‘el protagonista es el Espíritu Santo’. En efecto, los discípulos afirman: ‘el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…’ ‘Éste es el camino de la Iglesia ante las novedades, no las novedades mundanas, como las modas de los vestidos, sino las novedades, las sorpresas del Espíritu, porque el Espíritu siempre nos sorprende’, volvió a recordar el Papa. Y, tras preguntar cómo resuelve esto la Iglesia, cómo afronta estos problemas, cómo los resuelve, reiteró que lo hace con la ‘reunión, la escucha, la discusión, la oración y la decisión final’:
«Éste es el camino de la Iglesia hasta hoy. Y, cuando el Espíritu nos sorprende con algo que parece nuevo o que ‘nunca se había hecho así’ – se debe hacer así’ – piensen en el Vaticano II, en las resistencias que tuvo el Concilio Vaticano II. Y digo esto porque es el más cercano a nosotros. Cuántas resistencias: ‘pero no…’ Aún hoy, resistencias que siguen de alguna forma. Y el Espíritu va adelante. Y el camino de la Iglesia es éste: reunirse, unirse juntos, escucharse, discutir, rezar y decidir. Y ésta es la llamada sinodalidad de la Iglesia, en la cual se expresa la comunión de la Iglesia. Y ¿qué hace la comunión? ¡Es el Espíritu! Otra vez es el protagonista. ¿Qué nos pide el Señor? Docilidad al Espíritu. ¿Qué nos pide el Señor? No tengamos miedo, cuando vemos que es el Espíritu el que nos llama».
La Iglesia desde el comienzo ha afrontado las sorpresas del Espíritu
‘A veces, el Espíritu nos detiene, como hizo con San Pablo, para que cambiemos de camino, señaló también el Obispo de Roma, volviendo a recordar que no nos deja solos, nos da coraje, nos da la paciencia, nos hace ir seguros por el camino de Jesús, nos ayuda a vencer las resistencias y ser fuertes en el martirio’. ‘Pidamos al Señor – alentó el Papa -  la gracia de comprender cómo va adelante la Iglesia, de comprender cómo desde el primer momento ha afrontado las sorpresas del Espíritu y, también, para cada uno de nosotros, la gracia de la docilidad al Espíritu, para ir por el camino que el Señor Jesús quiere para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia’.

jueves, 28 de abril de 2016

Montse Grases es declarada venerable



El Papa Francisco autorizó en la tarde de ayer que la Congregación de las Causas de los Santos promulgue los decretos relativos a doce causas de canonización. Entre estos se encuentra el decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Montse Grases (1941-1959), una joven del Opus Dei.
Opus Dei - Montse Grases es declarada venerable
Al conocer el anuncio realizado por la Santa Sede, el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, ha dicho: «Agradezco de corazón al Señor este paso en la causa de beatificación de Montse, una muchacha con una vida breve, que ha sido un auténtico don de Dios para quienes la trataron y también para aquellos que la han conocido después».
Además ha señalado que Montse Grases «correspondió desde una temprana edad al amor de Dios en medio del mundo y procuró ser piadosa, trabajar con afán de servicio, con la disposición de atender generosamente a los demás, olvidada de sí misma. Siguió fielmente al Señor cuando la llamó a formar parte del Opus Dei y buscó caminar —a través de una existencia común a la mayoría de las mujeres— muy unida a Él, también mientras padeció un cáncer que le ocasionó la muerte y que le provocaba dolores muy intensos. Intentó llevar a cabo sus ocupaciones diarias por amor a Dios y a los demás, y se propuso acercar a muchas personas a Jesús».
Finalmente, Mons. Echevarría comentó: «Tengo la ilusión de que el ejemplo de Montse continúe ayudando a muchas chicas y a muchos chicos jóvenes a plantearse una vida de generosa entrega al Señor en el matrimonio, en el celibato apostólico, en la vida religiosa y en el sacerdocio».
Rasgos biográficos
Montserrat Grases García nació en Barcelona, el 10 de julio de 1941. Fue la segunda de nueve hijos. Era viva y espontánea. En su casa asimiló algunos de los rasgos de su carácter: la alegría, la sencillez, la generosidad y la preocupación por los demás. Le gustaban los deportes, la música, las danzas populares de su tierra y participar en obras de teatro. Tenía muchos amigos.
Sus padres le enseñaron a tratar a Dios con confianza y de ellos aprendió a intentar vivir las virtudes cristianas y a consolidar su vida espiritual. En 1954, comenzó a frecuentar un centro del Opus Dei. Los medios de formación cristiana que recibió allí contribuyeron también a su maduración humana y espiritual.
A los dieciséis años pensó que Dios la llamaba a este camino de la Iglesia y —tras meditar, orar y pedir consejo— solicitó ser admitida en el Opus Dei. A partir de entonces, se empeñó con mayor decisión en buscar la santidad en su vida cotidiana. Se esforzó por tener un trato constante con Dios, descubrir la voluntad divina en el cumplimiento de sus deberes, cuidar, por amor, los pequeños detalles y hacer felices a quienes la rodeaban. Logró transmitir a muchos de sus parientes y amigos la paz que da vivir cerca de Dios.
Poco antes de cumplir los diecisiete años, le diagnosticaron un cáncer (sarcoma de Ewing) en el fémur de la pierna izquierda. La enfermedad duró nueve meses y con dolores muy intensos, que aceptó con serenidad y con fortaleza. También mientras estuvo enferma, procuraba estar siempre alegre. Acercó a Dios a muchas amigas y compañeras de clase que iban a visitarla. Encontró también a Jesús y a la Virgen con ocasión de su enfermedad. Los que estuvieron cerca de ella fueron testigos de su unión con Dios. Una de sus amigas afirma que, cuando la veía rezar, palpaba su proximidad con Cristo.
Murió el 26 de marzo de 1959, Jueves Santo. Muchas personas manifestaron que su vida había sido heroica y ejemplar. Desde entonces, esta fama de santidad ha ido aumentando.
El itinerario de la causa de canonización
El proceso informativo sobre Montse Grases se desarrolló en Barcelona. Lo inició el arzobispo Mons. Gregorio Modrego Casaus el 19 de diciembre de 1962, y se concluyó el 26 de marzo de 1968, bajo la autoridad del nuevo arzobispo, Mons. Marcelo González Martín.
En los años siguientes, el itinerario de la causa procedió más despacio, con motivo de las reformas de la normativa de las causas de canonización realizadas por el beato Pablo VI y por san Juan Pablo II. La fama de santidad de Montse continuó aumentando.
El 15 de mayo de 1992, la Congregación de las Causas de los Santos declaró la validez del proceso diocesano de Montse Grases. Ese mismo año, sin embargo, se decidió realizar una investigación suplementaria, entre otros motivos, para enriquecer el material recogido en los años sesenta. Este proceso adicional tuvo lugar en Barcelona, del 10 de junio al 28 de octubre de 1993. El 21 de enero de 1994, la Congregación de las Causas de los Santos decretó la validez del segundo proceso.
El 21 de noviembre de 1999, fue presentada la Positio sobre la vida y las virtudes de la sierva de Dios. El 10 de junio de 2015, el congreso peculiar de los consultores teólogos de la Congregación de las Causas de los Santos dio respuesta positiva a la pregunta sobre el ejercicio heroico de las virtudes por parte de Montse Grases y el 19 de abril de 2016, la congregación ordinaria de los cardenales y de los obispos se pronunció en el mismo sentido.
El martes 26 de abril de 2016, el Papa Francisco recibió del cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, una relación detallada de las fases de la causa, ratificó el voto de la Congregación de las Causas de los Santos y autorizó que se publique el decreto por el que se declara venerable a Montse Grases.
Es motivo de alegría que esta noticia se haya conocido hoy, 27 de abril, festividad litúrgica de la Virgen de Montserrat.

martes, 26 de abril de 2016

Ordenación de 27 presbiteros del Opus Dei

Homilía pronunciada por Mons. Javier Echevarría en la ordenación de 27 presbíteros de la Prelatura del Opus Dei, celebrada en la basílica de san Eugenio (Roma) el 23 de abril de 2016.




                    
Queridísimos ordenandos. Queridos hermanos y hermanas. 
1. En el tiempo pascual, la liturgia nos recuerda a menudo palabras de la Última Cena de Jesús con los apóstoles, en la que el Señor instituyó la Eucaristía y el sacramento del Orden. Precisamente de san Juan provienen las palabras del Evangelio de hoy: Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros (...). En esto conocerán todos que sois mis discípulos (Jn 13, 34-35). La caridad es la esencia de la santidad cristiana. Este mandamiento va dirigido a todos, y el Papa Francisco nos lo recuerda con frecuencia, especialmente en este año jubilar, invitándonos a practicar las obras de misericordia.
A vosotros, queridísimos hijos, se dirigen de modo particular estas palabras del Maestro, ya que estabais idealmente presentes aquella tarde en el Cenáculo de Jerusalén, en la persona de los discípulos. San Josemaría, nuestro amadísimo Padre, nos lo enseñó repetidamente: seréis sacerdotes para servir a todas las almas y, desde luego, a vuestros hermanos y a vuestras hermanas, con un servicio constante que encuentra su ejemplo supremo en Cristo, el Buen Pastor que cuida de su rebaño, lo alimenta y lo defiende, incluso a coste de la vida.
Todos nosotros, en cuanto bautizados, hemos de seguir su ejemplo; para nosotros, sacerdotes, no es sólo un deber de fidelidad a Jesús, sino que también es una condición esencial para el fruto de nuestro ministerio. Nos lo recuerda la primera lectura: cuando Pablo y Bernabé regresan de su primer viaje apostólico, confirmando a los discípulos de las ciudades evangelizadas, afirman convencidos: es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones (Hch 14, 22).
Recuerdo la fuerza con la que san Juan Pablo II comentó este pasaje en la Misa de beatificación del fundador del Opus Dei: «Si la vía hacia el reino de Dios pasa por muchas tribulaciones, entonces, al final del camino se encontrará también la participación en la gloria: la gloria que Cristo nos ha revelado en su resurrección»[1]. Abrazar la Cruz significa vivir el mandamiento nuevo, porque nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos (Jn 15, 13). Lo recordaba el Santo Padre días atrás, dirigiéndose a los nuevos sacerdotes que estaba a punto de ordenar: «Sin cruz no encontraréis nunca al verdadero Jesús; y una Cruz sin Jesús no tiene sentido»[2].
2. Queridos ordenandos. Mediante la imposición de las manos del Obispo y la plegaria de ordenación, os convertiréis en sacerdotes de la Nueva Alianza. In persona Christi Capitis. es decir, actuando en la persona de Cristo, Cabeza de la Iglesia, podréis obrar con su autoridad en la administración de los sacramentos, anunciando la Palabra de Dios en su nombre y sirviendo a todas las almas como hizo Nuestro Señor. Tenéis en san Josemaría un modelo de vuestro servicio sacerdotal. Meditad las siguientes palabras que escribía en 1973, con ocasión de un acontecimiento semejante al de hoy. Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad[3].
Es Jesús quien perdonará por medio de vosotros los pecados de los fieles que se acercarán, bien preparados, al sacramento de la Penitencia. Es Jesús quien hablará por medio de vuestras palabras, sobre todo en la celebración eucarística, cuando expliquéis a los fieles las enseñanzas de la Escritura, como hizo el mismo Cristo con los discípulos de Emaús. Es Jesús quien, en vosotros y con vosotros, servirá a todos, cristianos y no cristianos, cuando os pedirán una palabra de consuelo, una luz que ilumine las tinieblas en las que a menudo se ven envueltos. Con palabras del Evangelio, os repito: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (Jn 13, 35).
3. Antes de terminar, quiero agradecer a vuestros padres, a vuestras familias, a vuestros amigos, el papel que han desempeñado para que floreciera vuestra vocación cristiana en el Opus Dei, y luego la vocación sacerdotal, sobre todo con la oración y el buen ejemplo.
El sacerdocio requiere una configuración más intensa con Cristo, cada día. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies (Mt 9, 38). En la reciente exhortación apostólica sobre la familia, el Papa recuerda que «la familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad»; y añade que «la educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe»[4].
Hoy es el aniversario de la primera Comunión de san Josemaría, en 1912, y de su Confirmación, algunos años antes. ¡Con qué amor, con cuánta gratitud, recordaba cada año estos acontecimientos tan gozosos! A través de su intercesión, roguemos a Dios para que estos hermanos nuestros sean siempre sacerdotes fieles, piadosos, doctos, entregados, ¡alegres! Los encomendamos especialmente a Santa María, que extrema su solicitud de Madre con los que se empeñan para toda la vida en servir de cerca a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote Eterno[5].
Os invito, como es lógico, a rezar por el Papa Francisco, por el Vicario del Papa en la diócesis de Roma, el Cardenal Vallini, por todos los obispos y presbíteros del mundo; y acompañemos a todos los seminaristas para que sean fieles a su llamada. Así sea.

[1] San Juan Pablo II, Homilía en la beatificación del fundador del Opus Dei, 17-V-1992.
[2] Papa Francisco, Homilía en la ordenación presbiteral, 17-IV-2016.
[3] San Josemaría Escrivá, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.
[4] Papa Francisco, Exhort. apost. Amoris laetitia, 19-III-2016, nn. 274 y 287.
[5] San Josemaría Escrivá, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

viernes, 22 de abril de 2016

Santa Marta 20160422


Anuncio, intercesión, esperanza. Es el trinomio en el que el Santo Padre centró su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, en el día en que el Papa cumple 43 años de profesión religiosa. El Pontífice subrayó que el cristiano es una persona de esperanza, “que espera que el Señor regrese”, e hizo una exhortación a tener el coraje del anuncio como los Apóstoles que testimoniaron la Resurrección de Jesús incluso a costa de su vida.
Tres dimensiones de la vida cristiana: “Anuncio, intercesión y esperanza”. El Papa Francisco  se inspiró en las Lecturas del día para desarrollar su meditación sobre este trinomio que debe caracterizar la vida de un creyente. El corazón del anuncio para un cristiano – observó el Obispo de Roma – es que Jesús ha muerto y resucitado por nosotros, por nuestra salvación.
Anunciar a Jesús incluso a costa de la vida, como los Apóstoles
“¡Jesús está vivo! El Papa recordó que éste es el anuncio de los Apóstoles a los judíos y a los paganos de su tiempo, y este anuncio también lo testimoniaron con su vida, con su sangre”.
“Cuando Juan y Pedro fueron llevados al Sanedrín, después de la curación del lisiado, y los sacerdotes les prohibieron hablar de este nombre de Jesús, de la Resurrección, ellos con todo el coraje, con toda sencillez decían: ‘Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído’, el anuncio. Y nosotros, los cristianos,  por la fe tenemos al Espíritu Santo dentro de nosotros, que nos hace ver y escuchar la verdad sobre Jesús, que ha muerto y resucitado por nuestros pecados. Éste es el anuncio de la vida cristiana: ¡Cristo está vivo! ¡Cristo ha resucitado! Cristo está entre nosotros en la comunidad, nos acompaña en el camino”.
Tantas veces – comentó el Pontífice  – “cuesta recibir este anuncio”, pero Cristo resucitado “es una realidad” y es necesario dar “testimonio de esto”, como afirma Juan.
Jesús intercede por nosotros mostrando sus llagas al Padre
Después de referirse a la dimensión del anuncio, Francisco dirigió su pensamiento a la intercesión. Durante la Cena del Jueves Santo – afirmó – los Apóstoles estaban tristes, y Jesús les dice: “Que su corazón no se sienta turbado, tengan fe. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Voy a prepararles un lugar”:
“¿Qué cosa quiere decir esto? ¿Cómo prepara Jesús el lugar? Con su oración por cada uno de nosotros. Jesús reza por nosotros y ésta es la intercesión. Jesús trabaja en este momento con su oración por nosotros. Así como a Pedro le dijo una vez antes de la pasión: ‘Pedro yo he rezado por ti’, de la misma manera ahora Jesús es la intercesión entre el Padre y nosotros”.
Preguntémonos si Jesús verdaderamente es nuestra esperanza
El Papa se preguntó: “¿Y cómo reza Jesús?”.  A lo que respondió: “Yo creo que Jesús le muestra sus llagas al Padre, porque las llagas se las ha llevado consigo después de la Resurrección: le muestra las llagas al Padre y nos nombra a cada uno de nosotros”. “Ésta – dijo Francisco – es la oración de Jesús. En este momento el Señor intercede por nosotros: es la intercesión”.
Hacia el final de su homilía el Santo Padre se detuvo a considerar la tercera dimensión del cristiano: la esperanza. “El cristiano – dijo – es una mujer, es un hombre de esperanza, que espera que el Señor regrese”. “Toda la Iglesia – añadió –  está en espera de la venida de Jesucristo: Jesús regresará. Y ésta es la esperanza cristiana”:
“Podemos preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿Cómo es el anuncio en mi vida? ¿Cómo es mi relación con Jesús que intercede por mí? ¿Y cómo es mi esperanza? ¿Creo verdaderamente que el Señor ha resucitado? ¿Creo que reza por mí al Padre? Cada vez que yo lo llamo, Él está rezando por mí, intercede. ¿Creo verdaderamente que el Señor regresará, volverá? Nos hará bien preguntarnos esto acerca de nuestra fe: ¿Creo en el anuncio? ¿Creo en la intercesión? ¿Soy un hombre o una mujer de esperanza?”

viernes, 15 de abril de 2016

Santa Marta 20160415

A un corazón duro que elige abrirse con “docilidad” a su Espíritu, Dios siempre da la gracia y la “dignidad” para volverse a levantar, realizando, “si fuera necesario”, un acto de humildad. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, al comentar el pasaje bíblico de la conversión de San Pablo.Tener fervor por las cosas sagradas no quiere decir tener un corazón abierto a Dios. El Papa Francisco puso el ejemplo de un hombre fervoroso en la fidelidad a los principios de su fe, Pablo de Tarso, pero con el “corazón cerrado”, totalmente sordo a Cristo, es más, “de acuerdo” con exterminar a sus secuaces hasta el punto de hacerse autorizar a encadenar a quienes vivían en Damasco.
La humillación que ablanda el corazón
Todo sucede precisamente a lo largo del camino que lo lleva a esta meta y la de Pablo – afirmó el Papa – se convierte en la “historia de un hombre que deja que Dios le cambie el corazón”. Pablo es envuelto por una luz potente, oye una voz que lo llama, cae y se vuelve ciego momentáneamente. “Saulo el fuerte, el seguro, estaba por el suelo, comentó Francisco. Y subrayó que en esa condición, “comprende su verdad, que no es “un hombre como Dios quería, porque Dios nos ha creado a todos nosotros para estar de pie, con la cabeza alta”. Sin embargo, la voz del cielo no dice sólo: “¿Por qué me persigues?”, sino que invita a Pablo a levantarse:
“‘Levántate y te será dicho’. Ti debes aprender aún. Y cuando comenzó a levantarse no podía, porque se dio cuenta de que estaba ciego: en aquel momento había perdido la vista. ‘Y se dejó guiar’: comenzó, el corazón, a abrirse. Así, guiándolo de la mano, los hombres que estaban con él lo condujeron a Damasco y durante tres días permaneció ciego y no tomó alimento ni bebida. Este hombre estaba por el suelo, pero entendió inmediatamente que debía aceptar esta humillación. Precisamente el camino para abrir el corazón es la humillación. Cuando el Señor nos envía humillaciones o permite que vengan las humillaciones es precisamente para esto: para que el corazón se abra, sea dócil, [para que] el corazón se convierta al Señor Jesús.
Protagonista es el Espíritu Santo
El corazón de Pablo se ablanda.  En aquellos días de soledad y ceguera, cambia su vista interior. Después Dios le envía a Ananías, que le impone las manos y los ojos de Saulo vuelven a ver. Pero hay un aspecto en esta dinámica que – afirmó el Pontífice –, se debe tener muy en cuenta:
“Recordemos que el protagonista de estas historias no son ni los doctores de la ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo… Es el Espíritu Santo. Protagonista de la Iglesia es el Espíritu Santo que conduce al pueblo de Dios. E inmediatamente se le cayeron de los ojos como dos escamas y recuperó la vista. Se levantó y fue bautizado. La dureza del corazón de Pablo – Saulo, Pablo – llega a ser docilidad al Espíritu Santo”.
La dignidad de volver a levantarse
“Es bello – concluyó diciendo el Obispo de Roma  – ver cómo el Señor es capaz de cambiar los corazones” y hacer que “un corazón duro, terco, se transforme en un corazón dócil al Espíritu”:
“Todos nosotros tenemos durezas en el corazón: todos nosotros. Si alguno de ustedes no las tiene, levante la mano, por favor. Todos nosotros. Pidamos al Señor que nos haga ver que estas durezas nos echan al piso. Que nos envíe la gracia y también  – si fuera necesario – las humillaciones para que no permanezcamos en el piso y levantarnos, con la dignidad con la que nos ha creado Dios, es decir, la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo”.

lunes, 11 de abril de 2016

Santa Marta 20160411


Para Jesús, lo que cuenta es la vida de las personas y no un esquema de leyes y palabras: la muerte de Esteban y Juana de Arco, la muerte de muchos otros inocentes en la historia e incluso el suicidio de Judas recuerdan el mal que puede hacer «un corazón cerrado a la palabra de Dios» hasta el punto de utilizarla contra la verdad.
En la primera lectura, tomada de los Hechos de los apóstoles (6, 8-15), explicó Francisco, «la Iglesia nos hace escuchar el pasaje del discurso de Esteban, y del juicio» contra él. «Algunos de los doctores de la ley, doctores de la letra, se levantaron para discutir con Esteban —recordó el Papa—, pero no pudieron resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba». De hecho, «Esteban había sido ungido por el Espíritu Santo y tenía la sabiduría del Espíritu Santo, y hablaba con esa fuerza, con esa sabiduría, la misma que tenía Jesús; pero Él era Dios, que hablaba con la autoridad, la autoridad que viene de Dios, la autoridad que viene del Espíritu Santo».
No pudiendo hacer nada contra él, prosiguió Francisco, esas personas que estaban en la sinagoga «instigaron a algunos para que» lo acusasen injustamente de haber pronunciado «palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios». No siendo capaces de «dialogar con él y abrir el corazón a la verdad», «rápidamente tomaron el camino de la calumnia». Los Hechos relatan que Esteban fue capturado y llevado ante el Sanedrín y que también se presentaron testigos falsos para acusarlo.
La historia de Esteban es significativa: «El corazón cerrado a la verdad de Dios se aferra solamente a la verdad de la ley, de la letra —más que a la ley, a la letra— y no encuentra otra salida que la mentira, el falso testimonio y la muerte». Precisamente «Jesús había reprendido esta actitud, ya que con los profetas, en el Antiguo Testamento, había sucedido lo mismo». Tanto es así que «Jesús había dicho» a esas personas «que sus padres habían matado a los profetas “y vosotros hacéis los monumentos, los sepulcros”» Sin embargo, su «respuesta es más que hipócrita, es cínica: “Si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros padres, no hubiéramos hecho lo mismo”». Y «así se lavan las manos y ante sí mismos se juzgan puros». Pero, «el corazón está cerrado a la palabra de Dios, está cerrado a la verdad, está cerrado al mensajero de Dios que trae la profecía para hacer que el pueblo de Dios siga hacia adelante».
«Me duele leer ese breve pasaje del Evangelio de Mateo, cuando Judas arrepentido va a los sacerdotes y les dice: “he pecado”, y quiere dar ... y da las monedas». Pero ellos le contestan: «¡Qué nos importa! ¡Tú verás!». Tienen «un corazón cerrado ante este pobre hombre arrepentido que no sabía qué hacer». Ellos le dicen: «Tú veras». Y así Judas «fue y se ahorcó».
Y «¿qué es lo que hacen cuando Judas va a colgarse? Hablan y dicen: “pero, pobre hombre ...”». Y, a continuación, refiriéndose a los treinta denarios añaden, «son precio de sangre, no pueden entrar en el templo». En esencia son «son los doctores de la letra», y así siguen «tal y tal y tal regla ...».
A ellos «no les importa la vida de una persona, no les importa el arrepentimiento de Judas: el Evangelio dice que regresó arrepentido». A ellos «les importa sólo su esquema de leyes y las muchas palabras y muchas cosas que han construido». «Esta es la dureza de sus corazones, la insensatez del corazón de esta gente, que dado que no podía resistir la verdad de Esteban va a buscar evidencias y testigos falsos para juzgarlo: la suerte de Esteban está marcada como la de los profetas como la de Jesús».
Y esta forma de hacer «se repetirá» en el tiempo, dijo Francisco recordando que «no sólo sucedió en los primeros tiempos de la Iglesia». Por otra parte, señaló, «la historia nos habla de mucha gente que fue asesinada, juzgada, a pesar de que era inocente: juzgada con la palabra de Dios contra la palabra de Dios». El Papa se refirió «a la caza de brujas o a santa Juana de Arco», y también «a muchos otros que fueron quemados, condenados porque no se «ajustaron», según los jueces, a la palabra de Dios».
Es «el modelo de Jesús  que, por ser fiel y haber obedecido la palabra del Padre, termina en la cruz». Francisco volvió a proponer la imagen de la gran ternura de Jesús que les dijo a los discípulos de Emaús : «Insensatos y tardos de corazón». Al Señor, concluyó, «pidámosle que, con la misma ternura, mire las pequeños o grandes insensateces de nuestro corazón y nos acaricie» diciéndonos «“insensato y tardo de corazón” y comience a explicarnos las cosas».

viernes, 8 de abril de 2016

Resumen Amoris laetitia

Resumen distribuido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede: “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”), la Exhortación apostólica post-sinodal “sobre el amor en la familia”, con fecha no casual del 19 de marzo, Solemnidad de San José, recoge los resultados de dos Sínodos sobre la familia convocados por Papa Francisco en el 2014 y en el 2015, cuyas Relaciones conclusivas son largamente citadas, junto a los documentos y enseñanzas de sus Predecesores y a las numerosas catequesis sobre la familia del mismo Papa Francisco. Todavía, como ya ha sucedido en otros documentos magisteriales, el Papa hace uso también de las contribuciones de diversas Conferencias episcopales del mundo (Kenia, Australia, Argentina…) y de citaciones de personalidades significativas como Martin Luther King o Eric Fromm. Es particular una citación de la película “La fiesta de Babette”, que el Papa recuerda para explicar el concepto de gratuidad.
Premisa
La Exhortación apostólica impresiona por su amplitud y articulación. Esta se subdivide en nueva capítulos y más de 300 párrafos. Se abre con siete párrafos introductivos que ponen en plena luz la conciencia de la complejidad del tema y la profundización que requiere. Se afirma que las intervenciones de los Padres en el Sínodo han compuesto un “precioso poliedro” (AL 4) que debe ser preservado. En este sentido, el Papa escribe que “no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones del magisterio”. Por lo tanto para algunas cuestiones “en cada país o región se deben buscar soluciones más inculturadas, atentas a la tradiciones y a los desafíos locales. De hecho,“las culturas son muy diversas entre sí y todo principio general (…) tiene necesidad de ser inculturado, si quiere ser observado y aplicado”” (AL 3). Este principio de inculturación resulta verdaderamente importante incluso en el modo de plantear y comprender los problemas que, más allá de las cuestiones dogmáticas bien definidas del Magisterio de la Iglesia, no puede ser “globalizado”.
Pero sobre todo el Papa afirma inmediatamente y con claridad que es necesario salir de la estéril contraposición entre la ansiedad de cambio y la aplicación pura y simple de normas abstractas. Escribe: “los debates que se dan en los medios de comunicación, en las publicaciones y aún entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, hasta la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o extrayendo conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2).
Capítulo primero: “A la luz de la Palabra
Puestas estas premisas, el Papa articula su reflexión a partir de la Sagrada Escritura en el primer capítulo, que se desarrolla como una meditación sobre el Salmo 128, característico de la liturgia nupcial tanto judía como cristiana. La Biblia “está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares” (AL 8) y a partir de este dato se puede meditar cómo la familia no es un ideal abstracto sino un “trabajo ‘artesanal’” (AL 16) que se expresa con ternura (AL 28) pero que se ha confrontado también con el pecado desde el inicio, cuando la relación de amor se transforma en dominio (cfr. AL 19). Entonces la Palabra de Dios “no se muestra como un secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino” (AL 22).
Capítulo segundo: “La realidad y los desafíos de la familia”
A partir del terreno bíblico en el segundo capítulo el Papa considera la situación actual de las familias, poniendo “los pies sobre la tierra” (AL 6), recurriendo ampliamente a las Relaciones conclusivas de los dos Sínodos y afrontando numerosos desafíos, desde el fenómeno migratorio a las negociaciones ideológicas de la diferencia de sexos (“ideología del gender”); desde la cultura de lo provisorio a la mentalidad antinatalista y al impacto de la biotecnología en el campo de la procreación; de la falta de casa y de trabajo a la pornografía y el abuso de menores; de la atención a las personas con discapacidad, al respeto de los ancianos; de la deconstrucción jurídica de la familia, a la violencia contra las mujeres. El Papa insiste sobre lo concreto, que es una propiedad fundamental de la Exhortación. Y son las cosas concretas y el realismo que ponen una substancial diferencia entre teoría de interpretación de la realidad e “ideologías”.
Citando la Familiares consortio Francisco afirma que “es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia”. (AL 31) Por lo tanto, sin escuchar la realidad no es posible comprender las exigencias del presente ni los llamados del Espíritu. El Papa nota que el individualismo exagerado hace difícil hoy la entrega a otra persona de manera generosa (Cfr. AL 33). Esta es una interesante fotografía de la situación: “se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor de ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales” (AL 34).
La humildad del realismo ayuda a no presentar “un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificialmente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales” (AL 36). El idealismo aleja de considerar al matrimonio tal cual es, esto es “un camino dinámico de crecimiento y realización”. Por esto no es necesario tampoco creer que las familias se sostienen “solamente insistiendo sobre cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia” (AL 37). Invitando a una cierta “autocrítica” de una presentación no adecuada de la realidad matrimonial y familiar, el Papa insiste que es necesario dar espacio a la formación de la conciencia de los fieles: “Estamos llamado a formar las conciencias no a pretender sustituirlas” (AL 37). Jesús proponía un ideal exigente pero “no perdía jamás la cercana compasión con las personas más frágiles como la samaritana o la mujer adúltera” (AL 38).
Capítulo tercero: “La mirada puesta en Jesús: la vocación de la familia”
El tercer capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia a cerca del matrimonio y la familia. La presencia de este capítulo es importante porque ilustra de manera sintética en 30 párrafos la vocación de la familia según el Evangelio, así como fue entendida por la Iglesia en el tiempo, sobre todo sobre el tema de la indisolubilidad, de la sacramentalidad del matrimonio, de la transmisión de la vida y de la educación de los hijos. Son ampliamente citadas la Gaudium et spes del Vaticano II, la Humanae vitae de Pablo VI, la Familiares consortio de Juan Pablo II.
La mirada es amplia e incluye también las “situaciones imperfectas”. Leemos de hecho: “’El discernimiento de la presencia de las ‘semina Verbi’’ en otras culturas (cfr Ad gentes, 11) puede ser aplicado también a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos presentes en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas’, aunque tampoco falten las sombras” (AL 77). La reflexión incluye también a las “familias heridas” frente a las cuales el Papa afirma –citando la Relatio finalis del Sínodo 2015- “siempre es necesario recordar un principio general: “Sepan los pastores que, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiares consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina debe expresarse con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 79).
Capítulo cuatro: “El amor en el matrimonio”
El cuarto capítulo trata del amor en el matrimonio, y lo ilustra a partir del “himno al amor” de san Pablo en 1 Cor 13,4-7. El capítulo es una verdadera y propia exégesis atenta, puntual, inspirada y poética del texto paulino. Podríamos decir que se trata de una colección de fragmentos de un discurso amoroso que está atento a describir el amor humano en términos absolutamente concretos. Uno se queda impresionado por la capacidad de introspección psicológica que sella esta exégesis. La profundización psicológica entra en el mundo de las emociones de los conyugues –positivas y negativas- y en la dimensión erótica del amor. Se trata de una contribución extremamente rica y preciosa para la vida cristiana de los conyugues, que no tiene hasta ahora parangón en precedentes documentos papales.
A su modo este capítulo constituye un tratado dentro del desarrollo más amplio, plenamente consciente de la cotidianidad del amor que es enemiga de todo idealismo: “no hay que arrojar sobre dos personas limitadas –escribe el Pontífice- el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica “un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios”” (AL 122). Pero por otra parte el Papa insiste de manera fuerte y decidida sobre el hecho de que “en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo” (AL 123), propiamente al interior de esa “combinación de alegrías y de fatigas, de tensiones y de reposo, de sufrimientos y de liberación, de satisfacciones y de búsquedas, de fastidios y de placeres” (AL 126) es, precisamente, el matrimonio.
El capítulo se concluye con una reflexión muy importante sobre la “transformación del amor” porque “la prolongación de la vida hace que se produzca algo que no era común en otros tiempos: la relación íntima y la pertenencia mutua deben conservarse por cuatro, cinco o seis décadas, y esto se convierte en una necesidad de volver a elegirse una y otra vez” (AL 163). El aspecto físico cambia y la atracción amorosa no disminuye pero cambia: el deseo sexual con el tiempo se puede transformar en deseo de intimidad y “complicidad”. “No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad” (AL 163).
Capitulo quinto: “El amor que se vuelve fecundo”
El capítulo quinto esta todo concentrado sobre la fecundidad y la generatividad del amor. Se habla de manera espiritual y psicológicamente profunda del recibir una vida nueva, de la espera propia del embarazo, del amor de madre y de padre. Pero también de la fecundidad ampliada, de la adopción, de la aceptación de la contribución de las familias para promover la “cultura del encuentro”, de la vida de la familia en sentido amplio, con la presencia de los tíos, primos, parientes de parientes, amigos. Amoris laetitia no toma en consideración la familia “mononuclear”, porque es bien consciente de la familia como amplia red de relaciones. La misma mística del sacramento del matrimonio tiene un profundo carácter social (cfr. AL 186). Y al interno de esta dimensión el Papa subraya en particular tanto el rol específico de la relación entre jóvenes y ancianos, como la relación entre hermanos y hermanas como práctica de crecimiento en relación con los otros.
Capítulo sexto: “Algunas perspectivas pastorales”
En el sexto capítulo el Papa afronta algunas vías pastorales que orientan para construir familias sólidas y fecundas según el plan de Dios. En esta parte la Exhortación hace un largo recurso a las Relaciones conclusivas de los dos Sínodos y a las catequesis del Papa Francisco y de Juan Pablo II. Se confirma que las familias son sujeto y no solamente objeto de evangelización. El Papa señala que “a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de las familias” (AL 202). Si por una parte es necesario mejorar la formación psico-afectiva de los seminaristas e involucrar más a las familias en la formación al ministerio (cfr. AL 203), por otra “puede ser útil (…) también la experiencia de la larga tradición oriental de los sacerdotes casados” (cfr. AL 239).
Después el Papa afronta el tema de guiar a los novios en el camino de la preparación al matrimonio, de acompañar a los esposos en los primeros años de vida matrimonial (incluido el tema de la paternidad responsable), pero también en algunas situaciones complejas y en particular en las crisis, sabiendo que “cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón” (AL 232). Se analizan algunas causas de crisis, entre las cuales una maduración afectiva retrasada (cfr. AL 239).
Entre otras cosas se habla también del acompañamiento de las personas abandonadas, separadas y divorciadas y se subraya la importancia de la reciente reforma de los procedimientos para el reconocimiento de los casos de nulidad matrimonial. Se pone de relieve el sufrimiento de los hijos en las situaciones de conflicto y se concluye: “El divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra época” (AL 246).
Se tocan después las situaciones de matrimonios mixtos y de aquellos con disparidad de culto, y las situaciones de las familias que tienen en su interior personas con tendencia homosexual, confirmando el respeto en relación a ellos y el rechazo de toda injusta discriminación y de toda forma de agresión o violencia. Pastoralmente preciosa es la parte final del capítulo; “Cuando la muerte planta su aguijón”, sobre el tema de la perdida de las personas queridas y la viudez.
Capítulo séptimo: “Reforzar la educación de los hijos”
El séptimo capítulo esta todo dedicado a la educación de los hijos: su formación ética, el valor de la sanción como estímulo, el paciente realismo, la educación sexual, la transmisión de la fe, y más en general, la vida familiar como contexto educativo. Es interesante la sabiduría práctica que transparenta en cada párrafo y sobre todo la atención a la gradualidad y a los pequeños pasos “que puedan ser comprendidos, aceptados y valorados” (AL 271).
Hay un párrafo particularmente significativo y pedagógicamente fundamental en el cual Francisco afirma claramente que “la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo (…) Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía” (AL 261).
Notable es la sección dedicada a la educación sexual titulada muy expresivamente: “Si a la educación sexual”. Se sostiene su necesidad y se nos pregunta “si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío (…) en una época en que se tiende a banalizar y a empobrecer la sexualidad”. Ella debe realizarse “en el cuadro de una educación al amor, a la recíproca donación” (AL 280). Se pone en guardia de la expresión “sexo seguro”, porque transmite “una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse. Así se promueve la agresividad narcisista en lugar de la acogida” (AL 283).
Capítulo octavo: “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”
El capítulo octavo constituye una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral frente a situaciones que no responden plenamente a aquello que el Señor propone. El Papa que escribe usa tres verbos muy importantes: “acompañar, discernir e integrar” que son fundamentales para afrontar situaciones de fragilidad, complejas o irregulares. Entonces el Papa presenta la necesaria gradualidad en la pastoral, la importancia del discernimiento, las normas y circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral y en fin, aquella que él define la “lógica de la misericordia pastoral”.
El capítulo octavo es muy delicado. Para leerlo se debe recordar que “a menudo, la tarea de la Iglesia asemeja a la de un hospital de campaña” (AL 291). Aquí el Pontífice asume lo que ha sido fruto de las reflexiones del Sínodo sobre temáticas controvertidas. Se confirma qué es el matrimonio cristiano y se agrega que “otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo”. La Iglesia por lo tanto “no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que no corresponden todavía o ya no corresponden más a su enseñanza sobre el matrimonio” (AL 292).
En relación al “discernimiento” acerca de las situaciones “irregulares” el Papa observa que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y es necesario estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL 296). Y continua: “Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia “inmerecida, incondicional y gratuita”” (AL 297). Todavía: “Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral” (AL 298).
En esta línea, acogiendo las observaciones de muchos Padres sinodales, el Papa afirma que “los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”. “Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales (…) Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia (…) Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes” (AL 299).
Más en general el Papa hace una afirmación extremamente importante para comprender la orientación y el sentido de la Exhortación: “Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debería esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que “el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos”, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas” (AL 300). El Papa desarrolla de modo profundo exigencias y características del camino de acompañamiento y discernimiento en diálogo profundo entre fieles y pastores. A este fin llama a la reflexión de la Iglesia “sobre los condicionamientos y circunstancias atenuantes” en lo que reguarda a la imputabilidad y la responsabilidad de las acciones y, apoyándose en Santo Tomas de Aquino, se detiene sobre la relación entre “las normas y el discernimiento” afirmando: “Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma” (AL 304).
En la última sección del capítulo: “la lógica de la misericordia pastoral”, Papa Francisco, para evitar equívocos, reafirma con fuerza: “Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas” (AL 307). Pero el sentido general del capítulo y del espíritu que el Papa quiere imprimir a la pastoral de la Iglesia está bien resumido en las palabras finales: “Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia” (AL 312). Sobre la “lógica de la misericordia pastoral” Papa Francisco afirma con fuerza:“A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
Capítulo noveno: “Espiritualidad conyugal y familiar”
El noveno capítulo está dedicado a la espiritualidad conyugal y familiar, “hecha de miles de gestos reales y concretos” (AL 315). Con claridad se dice que “quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (AL 316). Todo, “los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección” (AL 317). Se habla entonces de la oración a la luz de la Pascua, de la espiritualidad del amor exclusivo y libre en el desafío y el anhelo de envejecer y gastarse juntos, reflejando la fidelidad de Dios (cfr. AL 319). Y, en fin, de la espiritualidad “del cuidado, de la consolación y el estímulo”. “Toda la vida de la familia es un “pastoreo” misericordioso. Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro” (AL 322), escribe el Papa. Es una honda “experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él” (AL 323).
En el párrafo conclusivo el Papa afirma: “ninguna familia es una realidad perfecta y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar (...). Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. ¡Caminemos familias, sigamos caminando! (…) No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido” (AL 325).
La Exhortación apostólica se concluye con una Oración a la Sagrada Familia (AL 325).