martes, 10 de marzo de 2015

Santa Marta 20150310

Dios es omnipotente, pero hasta su omnipotencia, en cierto modo, se para ante la puerta cerrada de un corazón. Un corazón que no quiera perdonar a quien le haya herido. Acabamos de verlo en el Evangelio (Mt 18,21-35), cuando Jesús explica a Pedro que hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre, porque el perdón de Dios por nosotros y nuestro perdón a los demás están estrechamente conectados.
Todo empieza por cómo nos presentemos nosotros primero a Dios para pedirle  perdón. Tenemos un buen ejemplo en la Primera Lectura (Dan 3,25.34-43), cuando el profeta Azarías pide clemencia por el pecado de su pueblo, que está sufriendo, pero que también es culpable de haber abandonado la ley del Señor. Azarías no protesta, no se queja ante Dios por los sufrimientos; más bien reconoce los errores del pueblo y se arrepiente. Pedir perdón es muy distinto a “lo siento”. ¿Me equivoco? Pues, lo siento, perdona, me he equivocado. ¿He pecado?... ¡Nada que ver una cosa con la otra! El pecado no es un simple error. El pecado es idolatría, es adorar al ídolo del orgullo, de la vanidad, del dinero, del yo, del bienestar…, y tantos ídolos como tenemos. Por eso Azarías no se excusa: ¡pide perdón!
El perdón hay que pedirlo sinceramente, con el corazón, y también de corazón hay que perdonar a quien nos haya hecho algo malo. Como el señor de la parábola evangélica contada por Jesús, que perdona una deuda enorme a un siervo suyo porque se compadece de sus súplicas. Y no como ese mismo siervo hizo con un compañero suyo, tratándolo sin piedad y metiéndolo en la cárcel, cuando solo le debía una cantidad irrisoria.
La dinámica del perdón es la que nos enseña Jesús en el Padrenuestro: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12). Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón. —Pero yo voy a confesarme…¿Y qué haces antes de confesarte? —Pues pienso en lo que he hecho mal…. —Bien. —Y pido perdón al Señor y prometo no hacerlo más… —Bien. ¿Y luego vas al sacerdote? Pues antes te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho algún mal?
En una palabra, el perdón que Dios te dé requiere el perdón que tú des a los demás. Esa es la enseñanza de Jesús sobre el perdón. Primero: pedir perdón no es un simple excusarse, sino ser conscientes del pecado, de la idolatría cometida. Segundo: Dios siempre perdona, ¡siempre!, pero pide que yo perdone. Si yo no perdono, en cierto sentido, le cierro la puerta al perdón de Dios. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


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