viernes, 29 de enero de 2016

Homilía 20160128

El misterio de Dios es luz, como comenta el Evangelio de hoy donde Jesús dice que la luz no es para ponerla debajo el celemín o de la cama, sino en el candelero, para iluminar. Y ese es uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz en el Bautismo y debe darla. Es decir, el cristiano es un testigo.

Un cristiano que lleva esa luz, debe enseñarla porque es testigo. Cuando un cristiano no muestra la luz de Dios sino que prefiere sus propias tinieblas, éstas entran en su corazón porque tiene miedo a la luz, y los ídolos —que son tinieblas—, le gustan más. Entonces le falta algo, y no es un verdadero cristiano. ¡El testimonio! Un cristiano es un testigo de Jesucristo, luz de Dios, y debe poner esa luz en el candelero de su vida.

En el Evangelio Jesús dice: La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces (Mc 4,24). Otro rasgo del cristiano es la magnanimidad, porque es hijo de un padre magnánimo, de ánimo grande. El corazón cristiano es magnánimo. Es abierto, siempre. No es un corazón que se encierra en su egoísmo. Cuando entras es esa luz de Jesús, cuando entras en la amistad de Jesús, cuando te dejas guiar por el Espíritu Santo, el corazón se abre, se vuelve magnánimo. El cristiano, en ese momento, no gana: pierde. Pero pierde para ganar otra cosa, y con esta —entrecomillas— “derrota” de intereses, gana Jesús, y gana el cristiano siendo testigo de Jesús.

Finalmente, para mí es una alegría celebrar hoy con vosotros, que cumplís el 50º aniversario de vuestro sacerdocio: 50 años por el camino de la luz y del testimonio, 50 años procurando ser mejores, intentando llevar la luz en el candelero: a veces se cae, pero vamos otra vez, siempre con esa voluntad de dar luz generosamente, es decir, con el corazón magnánimo. Solo Dios y vuestra memoria saben cuánta gente habéis recibido con magnanimidad, con bondad de padres, de hermanos... A cuánta gente que tenía el corazón un poco oscuro habéis dado luz, la luz de Jesús. Gracias. Gracias por lo que habéis hecho en la Iglesia, por la Iglesia y por Jesús. Que el Señor os dé la alegría, esa alegría grande de haber sembrado bien, de haber iluminado bien y de haber abierto los brazos para recibir a todos con magnanimidad.

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