Creo
―con fe teologal― que vendrá con toda su gloria. Espero ―con Esperanza
teologal― que vendrá pronto, antes de que el mundo se destruya a sí mismo.
Sé
que habrá un juicio y que mi vida ―la de cada uno― será pesada en la balanza de
la justicia y de la misericordia de Dios. Pero sé también que el Señor juzgara
a los pueblos en su conjunto; a las naciones y a las ideologías; a los
movimientos y a los partidos, a las ONG, a las Naciones Unidas y a la Unión europea; a los reinos
y a las repúblicas; a los parlamentos y a los caballeros de la mesa redonda; a
los que dan premios y a los premiados; a los banqueros y a los bancarios; a los
filósofos, a los jueces, a las iglesias, a los sacerdotes, a los predicadores…
Dios
creó el mundo como una unidad. Cada una de nuestras acciones alcanza los
confines del universo. No estamos solos y seremos juzgados también por el bien
o el mal que hayamos sembrado sin saberlo.
Cuando
Cristo venga y juzgue a las naciones, esa expresión tan española ―”¡no hay
derecho”!― dejará de tener sentido. Él traerá el Derecho y la Justicia.
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