En
cierta ocasión, Santiago y San Juan pidieron al Señor que les concediera un
puesto a su derecha y a su izquierda en el Reino de los Cielos. Los “hijos del
trueno” ―así los llamó Jesús y no precisamente por la dulzura de su carácter―
habían salido a su madre, Salomé, que hizo de intermediaria.
No
le pareció mal al Señor la sorprendente pretensión de sus apóstoles. Era una
buena oportunidad para sondear la grandeza de su corazón.
―No
sabéis lo que pedís ―les respondió―. ¿Podréis beber el cáliz que yo he de
beber?
A
coro contestaron que sí, que con tal de estar siempre a tu lado, sufrirían
todos los malos tragos que hiciera falta.
―¡Beberéis
mi cáliz! ―les prometió entonces Cristo―; pero el puesto en el Reino ya está
adjudicado.
Así
debe ser: junto al Señor estarán el Padre y el Espíritu Santo. Y a su derecha,
María Santísima con cuerpo y alma, coronada de estrellas. Y San José…
“Sentados”
a la diestra de Dios, como dice el credo. Amén.
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