Me dicen que no te llame
“Señor”, que tú has querido ser nuestro hermano y amigo, y nunca buscaste
señoríos humanos.
Es cierto. Trataron de
coronarte rey, ¿recuerdas? Aquella multitud que comió los panes y los peces te
habrían llevado en volandas a Jerusalén si tú no hubieses huido.
Sin embargo, cuando
estuviste a solas con los apóstoles y te inclinaste como siervo para lavarles
los pies, al acabar, puesto en pie, dijiste:
―Vosotros me llamáis Maestro
y Señor, y decís bien, porque lo soy.
También a mí me has lavado
los pies cuantas veces que te lo pedí. Y has sido mi Siervo, mi Hermano, mi
Amigo; mi único Señor.
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