domingo, 25 de noviembre de 2012

Resucitó


¡Ha resucitado, sí! Jesús ha resucitado.
―Pero entonces, ¿por qué no se incendian las estrellas para celebrar el triunfo de la vida sobre la muerte? ¿Cómo es posible que aún no suene la gran sinfonía de la resurrección?
―¡Mares, ríos, montañas, desiertos, océanos, huracanes todos, reuníos bajo la batuta del Creador! ¡Pájaros del cielo, borricos, pastores, estrellas de oriente!, ¿por qué os escondéis?
Jesús resucita en silencio en la noche más triste de la humanidad. Mientras los apóstoles rumian su dolor y su vergüenza, unas pobres mujeres enamoradas que no tienen miedo a los soldados ni a la gran piedra que ciega la puerta de la tumba, caminan decididas para ser los primeros testigos del triunfo de Cristo.
―¿Testigos, las mujeres? ¡Qué patraña! ¿Acaso no sabéis que las mujeres no son aptas para declarar en juicio? Ni siquiera los tribunales de Roma las escucharán.
Lo dirá el propio Cleofás unas horas más tarde mientras huye con su compañero camino de Emaús:
―”Algunas mujeres de las nuestras nos alborotaron, porque fueron muy temprano al sepulcro, y al no hallar su cuerpo, regresaron diciendo que habían visto visiones de ángeles… Pero, ya sabes cómo son las mujeres.
Tienen que pasar los días para que los apóstoles asimilen por completo la verdad; el hecho histórico que es fundamento de toda nuestra fe. Jesús ha resucitado y ya no volverá a morir.
Han pasado más de veinte siglos y los cristianos no tenemos un mensaje más grande ni más definitivo que éste: el Señor vive. Ya no podrán matarlo sus enemigos. Es Eucaristía en el Pan y en el Vino consagrados; es Palabra en su Palabra proclamada; es Amigo que escucha y habla si nos dirigimos a Él en la oración; es Pobre entre los pobres del mundo. Aún resucita muertos, sana enfermos y atraviesa el mar caminando sobre las olas. Sigue expulsando demonios y curando a los tristes.
Es verdad que hoy, como entonces, se esconde para no imponer su presencia a los que no quieren verlo. Pero sigue llamando, buscando amigos, esperando una mirada limpia que pueda reconocerlo.

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