El Logos, que está junto a Dios, el Logos que es Dios, el
Creador del mundo (cf. Jn 1, 1), por quien fueron creadas todas las cosas (cf.
1, 3), que ha acompañado y acompaña a los hombres en la historia con su luz
(cf. 1, 4-5; 1, 9), se hace uno entre los demás, establece su morada en medio
de nosotros, se hace uno de nosotros (cf. 1, 14). El Concilio Ecuménico
Vaticano II afirma: «El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María,
se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en
el pecado» (const. Gaudium et spes, 22). Es importante entonces recuperar el
asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la grandeza de este
acontecimiento: Dios, el verdadero Dios, Creador de todo, recorrió como hombre
nuestros caminos, entrando en el tiempo del hombre, para comunicarnos su misma
vida (cf. 1 Jn 1, 1-4). Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que
somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño.
Audiencia 20130109
Sic.
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