Los Padres de la Iglesia en más de una ocasión hablan de Cristo
como el nuevo Adán para poner de relieve el inicio de la nueva creación por el
nacimiento del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Esto
nos hace reflexionar sobre cómo la fe trae también a nosotros una novedad tan
fuerte capaz de producir un segundo nacimiento. En efecto, en el comienzo del
ser cristianos está el Bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios, nos
hace participar en la relación filial que Jesús tiene con el Padre. Y quisiera
hacer notar cómo el Bautismo se recibe, nosotros «somos bautizados» —es una voz
pasiva— porque nadie es capaz de hacerse hijo de Dios por sí mimo: es un don
que se confiere gratuitamente. San Pablo se refiere a esta filiación adoptiva
de los cristianos en un pasaje central de su Carta a los Romanos, donde
escribe: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el
temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que
clamamos: “¡Abba, Padre!”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios» (8, 14-16), no siervos. Sólo si nos abrimos a la
acción de Dios, como María, sólo si confiamos nuestra vida al Señor como a un
amigo de quien nos fiamos totalmente, todo cambia, nuestra vida adquiere un
sentido nuevo y un rostro nuevo: el de hijos de un Padre que nos ama y nunca
nos abandona. Audiencia 20130102
Sic.
Hace 3 horas
No hay comentarios:
Publicar un comentario