En la
Santa Navidad, a menudo, se intercambia algún regalo con las
personas más cercanas. Tal vez puede ser un gesto realizado por costumbre, pero
generalmente expresa afecto, es un signo de amor y de estima. En la oración
sobre las ofrendas de la Misa
de medianoche de la solemnidad de Navidad la Iglesia reza así: «Acepta, Señor, nuestras
ofrendas en esta noche santa, y por este intercambio de dones en el que nos
muestras tu divina largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que,
al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable». El
pensamiento de la donación, por lo tanto, está en el centro de la liturgia y
recuerda a nuestra conciencia el don originario de la Navidad: Dios, en aquella
noche santa, haciéndose carne, quiso hacerse don para los hombres, se dio a sí
mismo por nosotros; Dios hizo de su Hijo único un don para nosotros, asumió
nuestra humanidad para donarnos su divinidad. Este es el gran don. También en
nuestro donar no es importante que un regalo sea más o menos costoso; quien no
logra donar un poco de sí mismo, dona siempre demasiado poco. Es más, a veces
se busca precisamente sustituir el corazón y el compromiso de donación de sí
mismo con el dinero, con cosas materiales. El misterio de la Encarnación indica que
Dios no ha hecho así: no ha donado algo, sino que se ha donado a sí mismo en su
Hijo unigénito. Encontramos aquí el modelo de nuestro donar, para que nuestras
relaciones, especialmente aquellas más importantes, estén guiadas por la
gratuidad del amor. Audiencia 20130109
sic.
Hace 3 horas
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