En el Antiguo Testamento hay una
figura a la que está vinculada de modo especial el tema del «rostro de Dios»:
se trata de Moisés, a quien Dios elige para liberar al pueblo de la esclavitud
de Egipto, donarle la Ley
de la alianza y guiarle a la
Tierra prometida. Pues bien, el capítulo 33 del Libro del
Éxodo dice que Moisés tenía una relación estrecha y confidencial con Dios: «El
Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo» (v.
11). Dada esta confianza, Moisés pide a Dios: «¡Muéstrame tu gloria!», y la respuesta
de Dios es clara: «Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti
el nombre del Señor... Pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo
nadie y quedar con vida... Aquí hay un sitio junto a mí... podrás ver mi
espalda, pero mi rostro no lo verás» (vv. 18-23). Por un lado, entonces, tiene
lugar el diálogo cara a cara como entre amigos, pero por otro lado existe la
imposibilidad, en esta vida, de ver el rostro de Dios, que permanece oculto; la
visión es limitada. Los Padres dicen que estas palabras, «tú puedes ver sólo mi
espalda», quieren decir: tú sólo puedes seguir a Cristo y siguiéndole ves desde
la espalda el misterio de Dios. Se puede seguir a Dios viendo su espalda.
Audiencia 20130116
sic.
Hace 4 horas
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