Abrahán, el creyente, nos enseña la fe; y, como
extranjero en la tierra, nos indica la verdadera patria. La fe nos hace
peregrinos, introducidos en el mundo y en la historia, pero en camino hacia la
patria celestial. Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores
que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide
adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar
común. El cristiano no debe tener miedo a ir «a contracorriente» por vivir la
propia fe, resistiendo la tentación de «uniformarse». En muchas de nuestras
sociedades Dios se ha convertido en el «gran ausente» y en su lugar hay muchos
ídolos, ídolos muy diversos, y, sobre todo, la posesión y el «yo» autónomo. Los
notables y positivos progresos de la ciencia y de la técnica también han
inducido al hombre a una ilusión de omnipotencia y de autosuficiencia; y un
creciente egocentrismo ha creado no pocos desequilibrios en el seno de las
relaciones interpersonales y de los comportamientos sociales. Audiencia 2013123
sic.
Hace 3 horas
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