El deseo de
conocer realmente a Dios, es decir, de ver el rostro de Dios es innato en cada
hombre, también en los ateos. Y nosotros tenemos, tal vez inconscientemente,
este deseo de ver sencillamente quién es Él, qué cosa es, quién es para
nosotros. Pero este deseo se realiza siguiendo a Cristo; así vemos su espalda y
vemos en definitiva también a Dios como amigo, su rostro en el rostro de
Cristo. Lo importante es que sigamos a Cristo no sólo en el momento en que
tenemos necesidad y cuando encontramos un espacio en nuestras ocupaciones
cotidianas, sino con nuestra vida en cuanto tal. Toda nuestra existencia debe
estar orientada hacia el encuentro con Jesucristo, al amor hacia Él; y, en
ella, debe tener también un lugar central el amor al prójimo, ese amor que, a
la luz del Crucificado, nos hace reconocer el rostro de Jesús en el pobre, en
el débil, en el que sufre. Esto sólo es posible si el rostro auténtico de Jesús
ha llegado a ser familiar para nosotros en la escucha de su Palabra, al
dialogar interiormente, al entrar en esta Palabra de tal manera que realmente
lo encontremos, y, naturalmente, en el Misterio de la Eucaristía. Audiencia 20130116
sic.
Hace 4 horas
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