En los cuatro Evangelios emerge con claridad la respuesta
a la pregunta «de dónde» viene Jesús: su verdadero origen es el Padre, Dios; Él
proviene totalmente de Él, pero de un modo distinto al de todo profeta o
enviado por Dios que lo han precedido. Este origen en el misterio de Dios, «que
nadie conoce», ya está contenido en los relatos de la infancia de los
Evangelios de Mateo y de Lucas, que estamos leyendo en este tiempo navideño. El
ángel Gabriel anuncia: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado
Hijo de Dios» (Lc 1, 35). Repetimos estas palabras cada vez que rezamos el
Credo, la profesión de fe: «Et incarnatus est de Spiritu Sancto, ex Maria
Virgine», «por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen». En esta frase nos
arrodillamos porque el velo que escondía a Dios, por decirlo así, se abre y su
misterio insondable e inaccesible nos toca: Dios se convierte en el Emmanuel,
«Dios con nosotros». Cuando escuchamos las Misas compuestas por los grandes
maestros de música sacra —pienso por ejemplo en la Misa de la Coronación, de Mozart—
notamos inmediatamente cómo se detienen de modo especial en esta frase, casi
queriendo expresar con el lenguaje universal de la música aquello que las
palabras no pueden manifestar: el misterio grande de Dios que se encarna, que
se hace hombre. Audiencia 20130102
sic.
Hace 2 horas
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