No debemos olvidar que el dinamismo del deseo está siempre abierto a
la redención. También cuando este se adentra por caminos desviados, cuando
sigue paraísos artificiales y parece perder la capacidad de anhelar el
verdadero bien. Incluso en el abismo del pecado no se apaga en el hombre esa
chispa que le permite reconocer el verdadero bien, saborear y emprender así la
remontada, a la que Dios, con el don de su gracia, jamás priva de su ayuda. Por
lo demás, todos necesitamos recorrer un camino de purificación y de sanación
del deseo. Somos peregrinos hacia la patria celestial, hacia el bien pleno,
eterno, que nada nos podrá ya arrancar. No se trata de sofocar el deseo que
existe en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su
verdadera altura. Cuando en el deseo se abre la ventana hacia Dios, esto ya es
señal de la presencia de la fe en el alma, fe que es una gracia de Dios. San
Agustín también afirmaba: «Con la espera, Dios amplía nuestro deseo; con el
deseo amplía el alma, y dilatándola la hace más capaz» (Comentario a la Primera carta de Juan, 4,
6: pl 35, 2009). Audiencia 20121107
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Hace 1 hora
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