Porque el Cuerpo de Cristo
es Uno y nadie podrá dividirlo jamás.
Porque
el mismo Jesús, en la
Ultima Cena pidió al Padre para su Iglesia el don de la
unidad, y la oración del Verbo Encarnado no puede fracasar: ut omnes unum
sint, sicut tu, pater in me et ego in te.
Porque
la Eucaristía
hace presente a Cristo, Cabeza y Cuerpo. Y cada vez que lo recibimos en el Pan
consagrado, comulgamos, es decir, entramos en comunión con toda la Iglesia.
Porque
profesamos una misma fe recibida de los apóstoles, celebramos un mismo culto y
tenemos, también en la tierra, una cabeza visible, que es Vicario de Cristo.
La Iglesia es Única, aunque a lo largo de la historia se hayan
desgajado algunas ramas de este tronco común. Esos sarmientos arrancados
de la vid aún conservan el aroma de Cristo y dan frutos de verdadera santidad;
pero es preciso injertarlos de nuevo en la vid para que todos recibamos la
misma savia del Señor, que es la raíz de este árbol frondoso.
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